"¡Qué sórdida me parece la tierra cuando miro al cielo!". Así decía San Ignacio de Loyola, el cual después que cayó en la cuenta de esto, miraba tanto al cielo que algunos le conocían por este rasgo: "aquel señor que mira mucho al cielo".
El sitio debe ser precioso. Porque si en este mundo, que es de prueba para buenos y malos, hay tantas preciosidades, ¿qué habrá en aquel sitio hecho para regalo, para felicidad, para gloria, y un lugar que ha sido ganado por los méritos de Jesucristo? Luz, bienestar, esplendor, lujo, delicias, bellezas sin igual...
La compañía será deliciosa. Todos buenos. Ni uno sólo con pecado. Todos santos. Los mejores hombres y las mejores mujeres. Los ángeles, los confesores de Cristo, las santas vírgenes, los santos mártires, los apóstoles... Abraham, Moisés, David, Isaías, los Macabeos, San Agustín, San Jerónimo, Santo Domingo, San Ignacio, San Luis, San Estanislao, Santa Inés, Santa Cecilia, Santa Teresa de Jesús, etc. etc. ¡El glorioso Patriarca San José!, el santo más amable de todos. ¡La gloriosísima y buenísima Virgen María, nuestra Madre del Carmelo! ¡Nuestro Señor Jesucristo! Dios, en fin, con toda su bondad y santidad.
La unión con esta compañía será íntima. De la más estrecha amistad y más alegre caridad, conociéndonos, tratándonos y amándonos todos.
La vida la más deleitosa y alegre en todos los sentidos, llena de amor sin concupiscencia, llena de afecto sin peligro, llena de deleite sin bajeza, llena de placer sin hastío, llena de libertad sin tropiezo, llena de todo lo bueno, sin sombra de malo.
La ocupación, amar. Amar y alabar a Dios. Amar y conversar con los santos. Y gozar. Gozar de la vista siempre nueva de Dios, y de las infinitas cosas que Dios nos enseñará en toda una eternidad segura que nos resta... ¿Qué hará Dios en toda esa eternidad? En fin, gozar en el alma y en el cuerpo, en las potencias y sentidos. Pero todo con suma dignidad y limpieza, con insigne pureza y delicadeza, aunque con sumo placer en todo.
Sobre todo ver a Dios, amar a Dios, verle que nos ve, verle que nos ama, verle que se complace en todos y cada uno de nosotros, en que le veamos, le amemos y seamos felices...
Cuando miro al cielo..., ¡qué sórdida es la tierra!
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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