Desprecio de los bienes mundanos

20.8.21

Luces Matutinas: 8. El único mal



El único mal digno de tal nombre es el no hacer la voluntad de Dios; el pecado.

Dios que es tan bueno, tan compasivo, tan amante de los hombres, no puede ver el pecado, lo aborrece, lo castiga como en los ángeles, en Adán, en el diluvio, en Sodoma..., en el infierno.

Todos los males no tienen comparación con éste. Ni hacen malo a quien los tiene. ¿Estoy enfermo?, pero no soy malo. ¿Soy pobre?, no por eso soy malo. ¿Soy plebeyo?, no por eso soy malo. Si no tengo pecado, no soy malo.

Pero si peco, soy malo. ¿Blasfemo, perjuro, robo, calumnio, cometo una impureza? Pues soy malo.

Nadie tiene que avergonzarse de ser pobre, enfermo, humilde. Todos tienen que avergonzarse de pecar.

Puede un enfermo, un pobre, un plebeyo ser bueno. Un pecador no puede ser bueno.

El pecado es la desobediencia de un pobre hombre contra Dios, de una mínima criaturita contra el inmenso Creador, de un ignorante contra la Sabiduría eterna, de un débil contra el Omnipotente, de un defectuoso contra el Santo, de un malo contra la suma Bondad.

El pecado es una ingratitud terrible contra el que tantos beneficios nos hace y nos da el mismo ser con que pecamos.

El pecado es una audacia enorme contra el que puede castigar nuestra desobediencia de mil modos diferentes.

El pecado es una desvergüenza insigne contra el que está presente en todas nuestras acciones, incluso cuando pecamos.

El pecado es una deshonra para todos los que tienen dignidad. Todos se avergüenzan de él y se sienten degradados.

El pecado trae consigo el remordimiento, ese dolor y malestar especial que la providencia ha puesto junto al pecado, así como ha puesto el dolor junto a la enfermedad, para que salgamos de ella.

Pero si esto no te mueve, oh amigo mío, a detestar y evitar el pecado, mira a Jesús crucificado, muerto por el pecado. ¡Oh, misterio! ¡Para que se me perdonase a mí el pecado, fue menester que muriese crucificado el Hijo de Dios!

No peques. Mas si pecas, procura cuanto antes salir del pecado haciendo un acto de contrición, y confesándote pronto.

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19.8.21

Luces Matutinas: 7. Esta vida no es la vida



Dos vidas me ha dado Dios. La vida presenta y la futura.

La presente es corta, costosa, llena de miserias, no es como yo la quiero, sino como me la dan, de pruebas, de dolores, de obediencia, sacrificio y muchas veces, costosa.

La futura es larga, dulce, llena de felicidad, mejor de lo que yo puedo pensar ni querer, tal como yo me la haya merecido en la prueba.

La vida presente no es vida, es preparación para la vida auténtica; estamos pasando y mudándonos sin cesar, muriendo en vida.

La vida verdadera es la vida futura en la que nos poseeremos de lleno y estaremos sin fin.

La vida presente es paso, entrada, camino para la vida.

La vida futura es llegada, estancia, término, patria, vida verdadera.

Esto que llamamos vivir aquí, es morir, ir a la otra vida; y lo que llamamos morir es el término muy rápido del poco tiempo que aquí pasamos.

Pero el morir es nacer a la otra vida, si se muere bien, y comenzar aquella vida que no tendrá ya fin.

Desgraciados nosotros si Dios no nos hubiera dado otra vida que ésta, que es tan mala, tan breve, tan llena de aflicción, de enfermedades, de odios, de intranquilidades, de envidias, antipatías y hastíos.

Pero no es así. Dios nos ha creado para la felicidad, para una vida feliz y eterna. Todavía no estamos en ella. Porque así como la vida presente, porque había de ser breve y de prueba, nos la ha dado Él como ha querido, así la otra vida, la verdadera vida digna de este nombre, nos la dará, si la merecemos, si la ganamos, cumpliendo aquí su voluntad.

¡Pobre de mí si no la gano!

¡Acuérdate! Hay dos vidas, una provisional y otra verdadera. Esta vida no es la vida verdadera.

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Luces Matutinas: 6. El único bien



El único bien del hombre es hacer la voluntad de Dios, y salvarse.

Dios es bueno, es sabio, es justo, es omnipotente, por lo que su voluntad es lo que a mí más me conviene, y lo que Él quiere que yo haga, es lo mejor para mí.

Dios es mi padre, por lo que Él quiere para mí lo que más me conviene hacer.

¿Quién creerá que si yo hago la voluntad de Dios, me irá mal?

¿Y quién creerá que si yo no hago la voluntad de Dios, me irá bien? ¿Hay acaso otro Dios?

Algunos presumidos piensan que ellos discurren mejor y salen de su deber, pensando que así les irá mejor que cumpliendo la voluntad de Dios.

Y en efecto, a veces al principo, durante algún tiempo, algunas cosas les salen mejor. Mas no tarda en venir el desengaño, la ruina, el enredo, el torcido, el compromiso..., aún en esta vida de ordinario.

En cambio el que hace la voluntad de Dios, aunque a veces parece que le va todo mal, al cabo sale bien, triunfa, queda contento. Aun en esta vida de ordinario.

De todos modos, sea de esta vida lo que sea, el único bien en la otra es salvarse.

No hay allá más que un bien, la salvación, la gloria. El que se salva es feliz, en todo y para siempre. Todo lo ha ganado y asegurado. Da igual lo que antes haya perdido.

La salvación es el único negocio; logrado él, logramos todo. Perdido él, perdemos todo; porque después del tiempo desaparecen las cosas temporales y sólo quedan dos eternas:

- Una buena, haberse salvado para siempre.
- Otra mala, haberse para siempre condenado.

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17.8.21

Luces Matutinas: 5. La voluntad de Dios



No hay más que una cosa grande en el mundo, no hay más que una cosa laudable en el hombre, no hay más que una cosa necesaria en mí, no hay más que una cosa buena para mí.

Cumplir la voluntad de Dios. Es decir: conocer lo que Dios quiere que yo haga, y querer lo que Dios quiere que yo haga.

Todas las cosas del universo hacen lo que Dios quiere. Pero como no son libres, lo hacen necesariamente a la fuerza o espontáneamente.

Quiere Dios que el sol luzca y caliente, y el sol luce y calienta. Quiero que el rosal dé rosas, y da rosas y no azucenas. Quiere que el trigo dé trigo, y da trigo y no cebada. Quier que el fuego queme y que el agua humedezca, y el agua no quema, ni el fuego humedece.

Pero al hombre le ha dejado libertad de cumplir o no su voluntad.

Me ha dictado lo que quiere de mí; la ley natural, los mandamientos, la ley de la Iglesia, y la ley de la autoridad legítima.

Pero luego me ha dejado el terrible poder de no hacer la voluntad de mi Señor y Dios. Dios me puede forzar físicamente a hacer lo que Él quiere, pero no quiere forzarme en esta vida, y me deja rebelarme contra él si me apetece.

No debo rebelarme, y no lo quiero hacer. Para mí el único bien es hacer lo que Dios quiere. Servir a Dios, querer lo que Él quiera.

Es decir, amarle, porque eso es amor de Dios, querer lo que Él quiere, unir, identificar mi voluntad con la suya.

El siervo al hacer la voluntad de su amo llama "servir". El hijo al hacer la voluntad de su padre llama "amar".

El que ama al mundo y no ve en Dios más que a un amo, obedece de mala gana, sirve como esclavo.

El que ama a Dios y ve en Él a su Padre, obedece de buen gusto, ama como hijo.

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16.8.21

Luces Matutinas: 4. Las cosas



¿Quién ha hecho las cosas? ¿Quién ha hecho todo lo que hay fuera de mí?

El mismo que me ha hecho a mí: Dios. Dios las hizo, Dios las está haciendo siempre, como a mí.

Dios es, pues, el Señor, el amo de todo.

¿Para quién ha hecho Dios tantas cosas?

Para mí, para el hombre.

¿Para mi gusto? ¿Para mi capricho?

No, para que me sirvan para mi fin de vivir y perfeccionarme, cumpliendo mis obligaciones, y salvarme.

¿Puedo usar de ellas?

Puedo "tanto cuanto" me ayuden y "siempre cuando" me ayuden para cumplir mi deber y salvarme.

Cuando me impidan cumplir con mi deber, debo dejarlas para otro o para otra ocasión en que me sirvan.

No están las cosas para que yo use de ellas sin razón, por gusto, por capricho. Sino para que me valga de ellas cuanto me sirvan y cuando me sirvan para mi bien que, en esta vida, es servir a Dios y prepararme la gloria.

Luego hay tres reglas falsas del mundo y tres reglas verdaderas de la razón y de Dios.

Las tres reglas del mundo son:
- Usar de las cosas tanto cuanto me deleiten; para el placer.
- Usar de las cosas cuanto me honren; para el honor.
- Usar de las cosas tanto cuanto me enriquezcan; para la riqueza.

Las tres reglas de la razón son:
- Usar de las cosas tanto cuanto me ayuden a servir a Dios.
- Abstenerme de las cosas tanto cuanto me impidan servir a Dios.
- Cuando ni me ayuden, ni me impidan, soy libre, estar indiferente.

Y es que no estoy en el mundo para enriquecerme, ni para adquirir gloria, ni para gozar. Estoy en el mundo para servir a Dios.

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