Dice San Agustín que la felicidad de la Vida Eterna es aquella que por un solo día en ella, aunque se pasen innumerables penas, se compraría barata. San Juan Crisóstomo añade lo que parece aún más encarecimiento, pero no lo es: conviene saber, que es de tan excepcional valor aquella felicidad y tan inmensa, que si fuera necesario padecer todos los días gravísimos tormentos, y los del mismísimo infierno, por algún tiempo, los deberíamos de sufrir por ver y gozar a Dios en compañía de sus ángeles en el Cielo.
¡Oh, gente desterrada de la Patria Celestial! Disponéos a mudar de patria, labrándoos para aquel edificio celestial, pues el padecer sobre este mundo terrenal ha de acabarse, y la gloria será eterna, siendo esta la puerta del Cielo, y esta vida no es de descanso, sino de cruz, pues como clama Santa Teresa, "padecer quiero, Señor, porque vos padecísteis".