Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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20.3.20

Yo me quedo en casa, la oración del confinamiento


¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y caigo en la cuenta de que, también esto, me lo enseñaste Tú viviendo, obediente al Padre, durante treinta años en la casa de Nazaret esperando la gran misión.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y en la carpintería de José, tu custodio y el mío, aprendo a trabajar, a obedecer, para lijar las asperezas de mi vida y preparar una obra de arte para Ti.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y sé que no estoy solo porque María, como cada madre, está ahí detrás haciendo las tareas de casa y preparando la comida para nosotros, todos familia de Dios.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y responsablemente lo hago por mi bien, por la salud de mi ciudad, de mis seres queridos, y por el bien de mi hermano, el que Tú has puesto a mi lado pidiéndome que vele por él en el jardín de la vida.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y, en el silencio de Nazaret, trato de orar, de leer, de estudiar, de meditar, y ser útil con pequeños trabajos para hacer más bella y acogedora nuestra casa.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y por la mañana Te doy gracias por el nuevo día que me concedes, tratando de no estropearlo, de acogerlo con asombro como un regalo y una sorpresa de Pascua.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y a mediodía recibiré de nuevo el saludo del Ángel, me haré siervo por amor, en comunión Contigo que te hiciste carne para habitar en medio de nosotros; y, cansado por el viaje, Te encontraré sediento junto al pozo de Jacob, y ávido de amor sobre la Cruz.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y si al atardecer me atenaza un poco de melancolía, te invocaré como los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída".

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y en la noche, en comunión orante con tantos enfermos y personas solas, esperaré la aurora para volver a cantar tu misericordia y decir a todos que, en las tempestades, Tú eres mi refugio.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y no me siento solo ni abandonado, porque Tú me dijiste: Yo estoy con vosotros todos los días.

Sí, y sobre todo en estos días de desamparo, Señor, en los que, si mi presencia no es necesaria, alcanzaré a todos con las únicas alas de la plegaria.

Amén.

Traducido al español de la oración original en italiano realizada por monseñor Giuseppe Giudice, obispo de Nocera Inferiore (Italia).

17.3.20

La pandemia global del COVID-19 y los secretos de Fátima


Francisco, Jacinta y Lucía, fueron los tres videntes de Fátima que, a principios del siglo pasado, tuvieron unas conmovedoras experiencias con la Madre de Nuestro Señor. Ella les adelantó que a los dos primeros (Francisco y Jacinta) se los llevaría "pronto". Sin embargo, a Lucía la dejaría sobre la tierra "para dar testimonio" de todo lo que había visto. En su mensaje, la Señora de Fátima insistía en un ruego: "penitencia, penitencia".

En efecto, ocurrió tal como lo había vaticinado Nuestra Señora: un virus se los llevó, a Francisco en 1919, y a Jacinta en 1920. ¿Te suena de algo? Pues sí: hace justamente cien años. Cien años "redondos". Cien años exactos. Parece que a todos les ha pasado desapercibido este detalle, absortos y embebidos como se encuentra hoy la sociedad, deslumbrada por los avances tecnológicos, el orgullo humano, henchido el corazón del hombre ante su poderío con la ciencia (a la que se recurre una y otra vez, y una y otra vez es puesta contra las cuerdas por algo tan "simple", microscópico y "vulgar" e "insignificante" como un minúsculo virus).