Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

8.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (116)



CAPÍTULO 15.
Resumen de la forma general en que ha de gobernarse el espiritual respecto al sentido de la imaginación, memoria y creatividad mental.


1. Para concluir, pues, con esta sección referente a la memoria, será bien poner aquí al lector espiritual en una especie de epílogo el modo que universalmente ha de usar para unirse con Dios según este sentido; porque, aunque en lo dicho hasta ahora queda bien entendido, todavía resumiéndolo más ampliamente lo comprenderá más fácilmente.
Para lo cual ha de advertir que, pues lo que pretendemos es que el alma se una con Dios según la memoria en esperanza, y que lo que se espera es de lo que no se posee, y que cuanto menos se posee de otras cosas, más capacidad hay y más habilidad para tener esperanza sobre lo que se espera y, consiguientemente más abundante esperanza, y que cuantas más cosas se poseen, menos capacidad y habilidad hay para esperar, y consiguientemente menos esperanza, según esto cuanto más el alma liberare la memoria de formas y elementos a memorizar que no son Dios, tanto más pondrá la memoria en Dios y más vacía la tendrá para esperar de Él con la capacidad de su memoria centrada en Él. Lo que ha de hacer, pues, para vivir en entera y pura esperanza de Dios, es que todas las veces que le ocurrieren noticias, formas e imágenes distintas, sin conceder que se asienten en la memoria, vuelva enseguida el alma a Dios en vacío de todo aquello que trata de ocupar su memoria, haciendo esto con afecto amoroso, no pensando ni mirando en aquellas cosas más de lo que le bastan las memorias de ellas para entender (y hacer) lo que es obligado, si ellas fueren de cosa tal. (Nota del corrector: Es decir, memorizar para el trabajo, los estudios o el quehacer diario, sin dejarse dominar ni aprisionar por esos datos ni imágenes). Y esto, sin poner en ellas afecto ni gusto, con el fin que no dejen efecto de sí en el alma. Y haciendo esto no tiene que dejar la persona de pensar y acordarse de lo que debe hacer y saber que, como no hay aficiones de propiedad, no le harán daño. Aprovechan para esto los versillos del Monte que están en el capítulo 13 del primer libro.

2. Pero tenemos que advertir aquí que no por eso convenimos, ni queremos convenir en esta nuestra doctrina con la de aquellos pestíferos hombres que, persuadidos de la soberbia y envidia de Satanás, quisieron quitar de delante de los ojos de los fieles el santo y necesario uso e ínclita veneración de las imágenes de Dios y de los Santos, antes esta nuestra doctrina es muy diferente de aquella. Porque aquí no tratamos que no haya imágenes y que no sean veneradas, como ellos dicen, sino damos a entender la diferencia que hay de ellas a Dios, y que de tal manera pasen por lo pintado, que no impidan de ir a lo vivo. No deben estas prácticas hacer más presa ni ocuparnos más atención de la que basta para ir a lo espiritual, que es en definitiva su fin.
Porque, así como es bueno y necesario el medio para el fin, como lo son las imágenes para acordarnos de Dios y de los Santos, así cuando se toma y se repara en el medio más que por solo medio, nos podemos entretener y detener tanto en ese medio que acaba estorbando e impide tanto en su caso como cualquier otro impedimente diferente. Sobre todo y en muchos casos en lo que yo más pongo la atención para que no se desvíe el espiritual es en las imágenes y visiones sobrenaturales, puesto que acerca de las cuales o por medio de ellas se producen y nos pueden llegar muchos engaños y peligros.
Porque acerca del recuerdo, memoria, veneración y estimación de las imágenes, que materialmente la Iglesia Católica nos propone, ningún engaño ni peligro puede haber, pues en ellas no se estima otra cosa sino lo que representan. Ni la memoria de ellas dejará de hacer provecho al alma, pues aquella no se tiene sino con amor de al que representan que, mientras uno no repare en ellas más que para ese fin, siempre le ayudarán a la unión de Dios, dejando por tanto volar al alma cuando Dios la hiciere el favor de concederle tal experiencia, de lo pintado a Dios vivo, en olvido de toda criatura y cosa de criatura o creada.







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