Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

5.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (113)




CAPÍTULO 13.
Se explican los provechos que saca el alma en apartar de sí las aprehensiones de la imaginación, y se responde a cierta objeción, aclarando asimismo una diferencia existente entre las aprehensiones imaginarias naturales y las de origen sobrenatural.


1. Los provechos que se obtienen vaciando la mente de las formas imaginarias se muestran bastante claramente por los cinco daños a los que previamente nos hemos referido, los cuales le causan al alma si quiere retener en sí estas comunicaciones, como también dijimos de las formas naturales.
Pero, además de estos, hay otros provechos de gran descanso y quietud para el espíritu. Porque, aparte de que naturalmente le viene ese descanso y quietud cuando está libre de imágenes y formas, está libre también del cuidado de si son buenas o malas, y de cómo se ha de mostrar en las unas y cómo en las otras. También se libera de ese trabajo y tiempo que había de gastar en los maestros espirituales queriendo que se las averigüen si son buenas o malas, o si de un género o del otro, lo cual no es necesario querer saber, pues de ninguna ha de hacer caso. Y así el tiempo y dedicación del alma que había de gastar en todo eso y en entender con ellas, lo puede emplear en otro mejor y más provechoso ejercicio, que es el disponerse a la voluntad para con Dios y en cuidar de buscar la desnudez y pobreza espiritual y sensitiva, que consiste en querer de veras carecer de todo arrimo consolatorio y aprehensivo, así interior como exterior. Lo cual se ejercita muy bien queriendo y procurando desprenderse y alejarse de estas formas, pues que de ahí se le seguirá un tan gran provecho, como es acercarse a Dios que no tiene imagen, ni forma, ni figura, tanto cuanto más se enajenare de todas formas e imágenes y figuras imaginarias.

2. Pero alguien tal vez se preguntará: ¿por qué muchos espirituales dan por consejo que se procuren aprovechar las almas de las comunicaciones y sentimientos de Dios, y que los quieran recibir de Él para tener así qué darle, pues si Él no nos da, no le damos nada? Y que san Pablo (1 Tes. 5, 19) dice: "No queráis apagar el espíritu". Y el Esposo a la Esposa (Ct. 8, 6): "Ponme como señuelo sobre tu corazón, como señuelo sobre tu brazo", lo cual ya es de alguna forma una aprehensión. Todo lo cual, según la doctrina arriba dicha, no sólo no se ha de procurar, mas, aunque Dios lo envíe, se ha de desechar y desviar. Y claro está que, pues Dios lo da, para bien lo da y buen efecto hará, dado que no hemos de arrojar las margaritas a mal. Y aún es genero de soberbia no querer admitir las cosas de Dios, como que sin ellas, por nosotros mismos, nos pudiésemos valer.

3. Para responder a esta pregunta debemos advertir lo que dijimos en los capítulos 15 y 16 del segundo libro, donde se responde en buena parte a esta duda. Porque allí dijimos que el bien que redunda en el alma de las aprehensiones sobrenaturales, cuando son de buena procedencia, pasivamente se obra en el alma en aquel mismo instante que se representan al sentido, sin que las potencias de suyo hagan alguna operación ni esfuerzo. De donde no es menester que la voluntad haga acto de admitirlas porque, como también hemos dicho, si el alma entonces quiere obrar con sus potencias, antes con su baja operación natural impediría la sobrenatural que por medio de estas aprehensiones obra Dios entonces en ella, en lugar de poder sacar algún provecho de su ejercicio de obra sino que, así como se le da al alma pasivamente el espíritu de aquellas aprehensiones imaginarias, así pasivamente se ha de encontrar y recibir en ellas el alma, sin poner sus acciones interiores o exteriores en nada.
Y esto es guardar los sentimientos de Dios, porque de esta manera no los pierde por su forma baja de obrar. Y esto es también no apagar el espíritu, porque apagarle sería si el alma se quisiese poner de otra manera de la que Dios la lleva. Lo cual haría si, dándole Dios el espíritu pasivamente, como hace en estas aprehensiones, ella entonces se quisiese disponer en ellas activamente, obrando con el entendimiento o queriendo algo en ellas o actuando a su parecer según entiende de ellas.
Y esto está claro, porque si el alma entonces quiere obrar por fuerza, no ha de ser su obra más que natural, porque de suyo no puede más. Esto es así porque a la manera sobrenatural no se mueve ella ni se puede mover, sino la mueve antes Dios y la pone en ella (nota del corrector: es decir, es ese estado o disposición). Y así, si entonces el alma quiere obrar a la fuerza, en cuanto en sí es, acaba impidiendo con su obra activa la pasiva que Dios le está comunicando, que es el espíritu, porque se pone en su propia obra, que es de otro género, material y más baja que la que Dios la comunica. Porque la de Dios es pasiva y sobrenatural y la del alma, en esto que estamos explicando, activa y natural. Y esto sería en definitiva apagar el espíritu.







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