Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

16.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (124)



CAPÍTULO 20.
Se muestran los provechos que consigue el alma apartando su gozo de las cosas temporales.


1. Debe, pues, el espiritual mirar mucho que no se le empiece a sujetar el corazón y el gozo a las cosas temporales, teniendo en cuenta que de poco vendrá a mucho, creciendo de grado en grado, pues de lo en apariencia minúsculo se acaba en graves consecuencias, y de algo pequeño al principio, al final se transforma en un suplicio grande, por lo tanto debe temer desde el princpio. Es como una chispa, que basta para quemar un monte y todo el mundo incluso. Y nunca se fíe por ser pequeño el asimiento, si no lo corta después, pensando que más adelante lo hará porque, si cuando es tan poco y al principio no tiene ánimo para acabarlo y dejarlo, cuando sea mucho y más arraigado, ¿cómo piensa y presume que sí podrá hacerlo? Tengamos en cuenta las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio (Lc. 16, 10), que el que es infiel en lo poco, también lo será en lo mucho, porque el que lo poco evita, no caerá en lo mucho. Mas en lo poco hay ya gran daño, pues está ya superada la cerca y la muralla del corazón y como dice el adagio: el que comienza, la mitad ya lo tiene hecho. Por lo cual nos avisa David (Sal. 61, 11) diciendo que, aunque abunden las riquezas, no les apliquemos el corazón.

2. Lo cual, aunque el hombre no lo hiciese por su Dios y por lo que le obliga la perfección cristiana, debiera hacerlo al menos por los provechos que temporalmente se le siguen, además de los espirituales, gracias a libertar perfectamente su corazón de todo gozo acerca de lo dicho. En efecto, pues no sólo se libra de los pestíferos daños que hemos dicho en el precedente capítulo sino, además de eso, en quitar el gozo de los bienes temporales adquiere virtud de liberalidad, que es una de las principales condiciones de Dios, la cual en ninguna manera se puede tener con codicia.
Por si esto fuera poco adquiere también libertad de ánimo, claridad en la razón, sosiego, tranquilidad y confianza pacífica en Dios, y culto y obsequio verdadero en la voluntad para Dios.
Adquiere más gozo y recreación en las criaturas con el desapropio de ellas, el cual no se puede gozar en ellas si las mira con asimiento de propiedad y con afán de poseerlas porque este es un cuidado que, como lazo, ata al espíritu en la tierra y no le deja anchura de corazón (nota del corrector: pues temerá más perderlas que el disfrute que le darán).
Adquiere más, en el desasimiento de las cosas, clara comunicación sobre lo que ellas son en realidad, para entender bien las verdades acerca de ellas, así natural como sobrenaturalmente, con lo cual las goza muy diferentemente que el que está asido a ellas, logrando así hacerlo con grandes ventajas y mejorías. Porque este espiritual las gusta según la verdad de ellas, mientras que el material según la mentira de ellas; el espiritual según lo mejor, el material según lo peor; el espiritual según la sustancia, el material que cierne su sentido a ellas, según el accidente: porque el sentido no puede coger ni llegar más que al accidente, y el espíritu, purgado de nube y especie de accidente, penetra la verdad y valor de las cosas, porque ese es su objeto. Por lo cual el gozo nubla el juicio como niebla, porque no puede haber gozo voluntario de criatura sin propiedad voluntaria, así como no puede haber gozo en cuanto es pasión, que no tenga también propiedad habitual en el corazón, mientras que la negación y purgación de tal gozo deja el juicio claro, como el aire los vapores cuando se deshacen.

3. Gózase, pues, el espiritual en todas las cosas, no teniendo el gozo apropiado a ellas, como si las tuviese todas, mientras que el material en cuanto las mira con particular aplicación de propiedad, pierde todo el gusto de todas en general porque las anula tratando de hacerlas para sí. El espiritual, en tanto que ninguna cosa de posesión tiene en el corazón, las tiene, como dice san Pablo (2 Cor. 6, 10), todas en gran libertad; el material, en tanto que tiene de ellas algo con voluntad asida, no tiene ni posee nada, antes ellas le tienen poseído a él en su corazón por lo cual, como cautivo, pena y sufre, de donde se desprende que cuantos gozos quiere tener en las criaturas, de necesidad ha de tener otras tantas apreturas y penas en su asido y poseído corazón.
Al desasido no le molestan cuidados, ni en oración ni fuera de ella y así (nota del corrector: es decir, mientras ora no está pensando en tal o cual gozo o deleite material), sin perder tiempo, con facilidad hace mucha hacienda espiritual. Pero al material todo se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que está asido y apropiado su corazón, y con diligencia aún apenas se puede libertar por poco tiempo de este lazo del pensamiento y gozo de lo que está asido el corazón, pues constantemente tiene su apego en la cosa de la que espera gozarse, o de la que intenta obtener gozo.
Debe, pues, el espiritual, al primer movimiento, cuando se le va el gozo a las cosas, reprimirle, acordándose del presupuesto que aquí llevamos: que no hay cosa en que el hombre se deba gozar, sino en si sirve a Dios y en procurar su honra y gloria en todas las circunstancias y en todos los elementos, enderezando todas las cosas sólo a esto y desviándose en ellas de la vanidad, no mirando en ellas ni su gusto ni su consuelo.

4. Hay otro provecho muy grande y principal en desasir el gozo de las criaturas, que es dejar el corazón libre para Dios, que es principio dispositivo para todas las gracias que Dios le ha de hacer, sin la cual disposición no las hace. Y estas gracias son tales y de tal valor y estima que aun temporalmente, por un gozo que por su amor y por la perfección del Evangelio deje, le dará ciento por uno en esta vida, como en el mismo Evangelio (Mt. 19, 29) lo promete Su Majestad.
Mas, aunque no fuese por estos intereses, sino sólo por el disgusto que a Dios se da en estos gozos de criaturas, debería el espiritual de apagarlos en su alma. Pues que vemos en el Evangelio (Lc. 12, 20) que, sólo porque aquel rico se gozaba porque tenía bienes para muchos años, se enojó tanto Dios que le dijo que aquella misma noche había de ser su alma llevada a cuenta. De donde hemos de creer que todas las veces que vanamente nos gozamos está Dios mirando y diciendo algún castigo y trago amargo según lo merecido que, a veces, sea de un porcentaje más alto ese sufrimiento por cuanto más la pena que redunda del tal gozo, que el agrado obtenido con lo que se gozó (nota del corrector: es decir, el castigo por el gozo supera en bastante el placer que del propio gozo se obtuvo). Que, aunque es verdad que en aquello que dice por san Juan en el Apocalipsis (18, 7) de Babilonia, diciendo que cuanto se había gozado y estado en deleite le diesen de tormentos y pena, no es para decir que no será más la pena que el gozo (que sí será, pues por breves placeres se dan eternos tormentos), sino para dar a entender que no quedará cosa sin su castigo particular, porque el que castigará hasta la palabra inútil (Mt. 12, 36), no perdonará tampoco el gozo vano.







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