Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

17.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (125)



CAPÍTULO 21.
Se muestra cómo es vanidad poner el gozo de la voluntad en los bienes naturales, y cómo se ha de enderezar hacia Dios por ellos.


1. Por bienes naturales entendemos aquí hermosura, gracia, donaire, complexión corporal y todas las demás dotes corporales; y también en el alma, como buen entendimiento, discreción, con las demás cosas que pertenecen a la razón.
En todo lo cual poner la persona el gozo, simplemente porque ese personaje esté dotado de alguna de esas particularidades o beneficios, y no dar antes gracias a Dios, que las da para ser por ellas más conocido y amado, sino que sólo por eso gozarse de poseer ese bien, es vanidad y engaño, como lo dice Salomón (Pv. 31, 30): "Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la que teme a Dios, esa será alabada". En lo cual se nos enseña que antes en estos dones naturales debe la persona sentir recelo, pues por ellos puede el ser humano fácilmente distraerse del amor de Dios y caer en vanidad, atraído de ellos, y ser engañado. Que, por eso, dice que la gracia corporal es engañadora, porque en la vía al hombre engaña y le atrae a lo que no le conviene, por vano gozo y complacencia de sí o del que la tal gracia tiene, y también menciona que "la hermosura es vana", pues que a la persona hace caer de muchas maneras cuando la estima y en ella se goza, ya que sólo se debe gozar en si sirve a Dios en el o en otros por él. Por todo ello antes esa tal persona debe temer y recelarse para que no, incluso, sean causa precisamente esos sus dones y gracias naturales que Dios sea ofendido por ellas, por su vana presunción o por extrema afición poniendo los ojos en ellas.
Por lo cual debe tener recato y vivir con cuidado el que tuviere las tales partes, que no le dé causa a alguno, por su vana ostentación, que llegue a apartarse un punto de Dios su corazón. Porque estas gracias y dones de naturaleza son tan provocativas y ocasionadas, así al que las posee como al que las mira, que apenas hay quien se escape de algún lacillo y liga de su corazón en ellas. Donde, por este temor, hemos visto que muchas personas espirituales, que tenían algunas partes de estos dones, alcanzaron de Dios con oraciones que las desfigurase con el fin de no ser causa y ocasión a sí o a otras personas de alguna afición o gozo vano.

2. Debe, por lo tanto, el espiritual de purgar y oscurecer su voluntad en este vano gozo, advirtiendo que la hermosura y todas las demás partes naturales son tierra, y que de ahí vienen y a la tierra vuelven, y que la gracia y donaire es humo y aire de esa tierra, y que, para no caer en vanidad, lo ha de tener por tal y por tal estimarlo, y en estas cosas enderezar el corazón a Dios en gozo y alegría de que Dios es en sí todas esas hermosuras y gracias eminentísimamente, en infinito sobre todas las demás criaturas y que, como dice David (Sal. 101, 27), todas ellas, como la vestidura, se envejecerán y pasarán, y sólo el Señor permanece inmutable para siempre. Y por eso, si en todas las cosas no enfocara a Dios su gozo, siempre será un gozo falso y con engaño, porque de este tal gozo se entiende en aquel dicho de Salomón (Ecli. 2, 2), que dice hablando sobre el gozo acerca de las criaturas: "Al gozo dije: ¿Por qué te dejas engañar en vano?"; esto es, cuando se deja atraer (o incluso atrapar) de las criaturas el corazón.







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