Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

15.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (123)



9. De este cuarto grado son aquellos que no dudan de ordenar y supeditar las cosas sobrenaturales a las temporales como a su dios, cuando lo debían hacer al contrario, es decir, supeditándolas y ordenándolas todas ellas a Dios, aunque para hacerlo tendrían que estar en la senda correcta, dándole valor ante todo a Dios, como sería razonable. De estos fue el inicuo Balam, que la gracia que Dios le había dado la vendía (Nm. 22, 7); y tambien Simón Mago, que pensaba que se estimaba la gracia de Dios como si fuera dinero, queriéndola comprar (Act. 8, 18­19). En lo cual en realidad hacía más estimación del dinero, pues le parecía que había quien lo estimase en más dándole gracia por el dinero.
Y de este cuarto grado en otras muchas maneras hay muchos al día de hoy, que allá con sus razones, oscurecidas con la codicia respecto a las cosas espirituales, sirven al dinero y no a Dios, y se mueven por el dinero y no por Dios, poniendo delante el precio y no el divino valor y premio, haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin, anteponiendole al último fin, que es Dios.

10. De este último grado son también todos aquellos miserables que, estando tan enamorados de los bienes, los tienen tan por su dios que no dudan de sacrificarles sus vidas cuando ven que este su dios recibe alguna mengua temporal, desesperándose y dándose ellos la muerte por miserables fines, mostrando ellos mismos por sus manos el desdichado galardón que de tal dios se consigue. Y es que no hay que esperar otra cosa de él, pues da desesperación y muerte. Y a los que no persigue hasta este último daño de muerte los hace morir viviendo en penas de solicitud y otras muchas miserias, no dejando entrar alegría en su corazón y que no les luzca bien ninguno en la tierra, pagando siempre el tributo de su corazón al dinero en tanto que penan y padecen por él. Así atesoran para la última calamidad que es de suyo de justa perdición, como lo advierte el Sabio (Ecli. 5, 12), diciendo que las riquezas están guardadas para el mal de su señor.

11. Y de este cuarto grado son aquellos que dice san Pablo (Rm. 1, 28) que "como ellos no quisieron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente depravada", porque hasta estos daños acaba llevando al hombre el gozo cuando se pone en las posesiones. Mas incluso hasta a los que menos daños hace es de tener harta lástima pues, como hemos dicho, hace volver al alma muy atrás en la vía de Dios. Y por tanto, como dice David (Sal. 48, 17­18): "No temas cuando se enriqueciere el hombre", esto es, no le tengas envidia pensando que te lleva ventaja, porque cuando acabare, no llevará nada, ni su gloria y gozo bajarán con él.







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