Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

12.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (120)



4. Respecto a los hijos tampoco hay de qué gozarse, ni porque sean muchos, ni ricos, ni famosos, ni adornados de dones y gracias naturales y bienes de fortuna, sino en si sirven a Dios. Puesto que Absalón, hijo de David, ni su hermosura, ni su riqueza, ni su linaje le sirvió de nada, pues no sirvió a Dios (2 Sm. 14, 25) Por tanto, vana cosa fue haberse gozado de lo tal.
De donde se desprende que también es vana cosa desear tener hijos, como hacen algunos que hunden y alborotan al mundo con deseos de ellos, pues que no saben si serán buenos y servirán a Dios, y si el contento que de ellos esperan será dolor, y el descanso y consuelo que en su imaginación se suponen se trastocará en realidad en trabajo y desconsuelo, y la honra se volverá deshonra y ofender más a Dios con ellos, como hacen muchos, de los cuales dice Cristo (Mt. 23, 15) que cercan la mar y la tierra para enriquecerlos y hacerlos el doble hijos de la perdición de lo que fueron ellos.

5. Por tanto, aunque todas las cosas le sonrían al hombre y todas sucedan prósperamente, antes se debe recelar que gozarse, pues en aquello crece la ocasión y el peligro de olvidar a Dios y de ofenderle. Precisamente por eso dice Salomón que se recataba el, diciendo en el Eclesiastes (2, 2): "A la risa juzgué por error, y al gozo dije: '¿Por qué te engañas en vano?'", que es como si dijera: "Cuando las cosas me iban bien, tuve por engaño y error gozarme en ellas", porque un gran error es, sin duda, e insipiencia, la del hombre que se goza de lo que se le muestra alegre y risueño, no sabiendo de cierto que de allí se le sigue algún bien eterno (o tal vez un riesgo de pecado). El corazón del necio, dice el Sabio (Ecli. 7, 5), está donde está la alegría; mas el del sabio donde está la tristeza, porque la alegría ciega el corazón y no le deja considerar ni ponderar las cosas en su peso y su valía, y la tristeza hace abrir los ojos y mirar el provecho y daño de ellas. Y por todo ello es que, como también dice el mismo (7, 4), es mejor la aflicción que la risa, por tanto mejor es ir a la casa del llanto que a la del convite, porque en aquella se muestra el fin de todos los hombres, como también dice el Sabio (Ecli. 7, 3).

6. Respecto a gozarse sobre la mujer o sobre el marido, cuando claramente no saben si realmente sirven a Dios mejor en su casamiento y estado, también sería vanidad. En este caso antes debían tener confusión, por ser el matrimonio causa, como dice san Pablo (1 Cor. 7, 33­34) de que, por tener cada uno puesto el corazón en el otro, no le tengan entero con Dios. Por lo cual dice (1 Cor. 7, 27) que si te hallases libre de mujer, no quieras buscar mujer, y si llega el caso de que ya se tenga, conviene que sea con tanta libertad de corazón como si no la tuviese. Lo cual, juntamente con lo que hemos dicho de los bienes temporales, nos enseña el mismo santo (1 Cor. 7, 29­31) por estas palabras: "Esto es cierto lo que os digo, hermanos, que el tiempo es breve; lo que resta es que los que tienen mujeres sean como los que no las tienen; y los que lloran, como los que no lloran; y los que se gozan, como los que no se gozan; y los que compran, como los que no poseen; y los que usan de este mundo, como los que no lo usan".
Y así, no se ha de poner el gozo en otra cosa más que en lo que toca a servir a Dios, porque lo demás es vanidad y materia sin provecho, pues el gozo que no es según Dios no le puede aprovechar al alma.







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