Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (56)



CAPÍTULO 12.
Se explica qué son las aprehensiones imaginarias naturales, y se muestra cómo no pueden ser un medio adecuado ni proporcionado para llegar a la unión con Dios, así como el daño que produce el no saber desasirse de ellas.


1. Antes que tratemos de las visiones imaginarias que sobrenaturalmente suelen ocurrir al sentido interior, que es la imaginativa y fantasía, conviene aquí tratar, para que procedamos con orden, de las aprehensiones naturales de ese mismo interior sentido corporal, para que así vayamos procediendo de lo menos a lo más y de lo más exterior hacia lo más interior, hasta llegar al íntimo recogimiento donde el alma se une con Dios. Y ese mismo orden hemos seguido hasta aquí, ya que primero tratamos de desnudar los sentidos exteriores de las aprehensiones naturales de los objetos -y, por el consiguiente, de las fuerzas naturales de los apetitos, lo cual tocamos en el primer libro, donde hablamos de la noche del sentido- y luego comenzamos a desnudar a esos mismos sentidos de las aprehensiones exteriores sobrenaturales, que inciden sobre los sentidos exteriores, según en el pasado capítulo acabamos de hacer, para encaminar al alma en la noche del espíritu.

2. En este segundo libro lo que vamos a tocar ahora tiene que ver con el sentido corporal interior, o sea, la imaginación y la fantasía, de la cual también hemos de vaciar todas las formas y aprehensiones imaginarias que naturalmente en él pueden caer, y probar cómo es imposible que el alma llegue a la unión de Dios mientras no cese de enredarse en ellas, por cuanto no pueden ser propio medio y cercano de la tal unión.

3. Es, pues, de saber que los sentidos de los que aquí particularmente hablamos son dos sentidos corporales (interiores), que se llaman imaginación y fantasía, los cuales sucesivamente se sirven el uno al otro. Porque el uno discurre imaginando, y el otro forma la imaginación o lo imaginado fantaseando, y para nuestro propósito lo mismo es tratar del uno que del otro. Por lo cual, cuando no los nombremos específicamente se tendrá que entender que hablaremos de los dos, o indistintamente de cualquiera de ellos.
De aquí, pues, es que todo lo que estos sentidos pueden recibir y producir se llaman imaginaciones y fantasías, que son formas que con imagen y figura de cuerpo se representan a estos sentidos. Las cuales pueden ser de dos maneras: unas sobrenaturales, que sin obra de estos sentidos se pueden representar, y surgen en ellos pasivamente (o sea, instantáneamente, sin intervención o explícito deseo nuestro), las cuales llamamos visiones imaginarias por vía sobrenatural, de las cuales hablaremos después. Otras son naturales, que son las que por su habilidad activamente puede fabricar en sí uno mismo por su operación, decisión y voluntad, en forma de formas, figuras e imágenes.
Y así, a estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, surgidas e imaginadas por dichos sentidos. Por ejemplo, entra en este campo el imaginar a Cristo crucificado, o siendo azotado en la columna, o en otro momento de su pasión, o a Dios con gran majestad en un trono...; o considerar e imaginar la gloria como una hermosísima luz, etc. y, por el semejante, otras cosas cualquiera, ahora divinas, ahora humanas, que pueden surgir en la imaginativa. De todas estas imaginaciones se ha de vaciar el alma, quedándose a oscuras (apagada de este sentido), para llegar a la divina unión, por cuanto ellas no pueden tener alguna proporción de próximo medio con Dios, como las corporales que sirven de objeto a los cinco sentidos exteriores tampoco la tienen.

4. La razón de esto es porque la imaginación no puede fabricar ni imaginar cosas algunas fuera de las que con los sentidos exteriores ha experimentado, es a saber: visto con los ojos, oído con los oídos, etc. o, cuando mucho, componer semejanzas de estas cosas vistas u oídas y sentidas, que no ascienden a ser mayor entidad, ni a más sublime de aquellas que recibió por los sentidos mencionados. Porque, aunque imagine palacios de perlas y montes de oro (sea porque ha visto oro y perlas en la realidad), menos es todo lo imaginado que la esencia y el valor real de un poco de oro o de una perla, aunque en la imaginación sea más en cantidad y esplendor. Y por cuanto todas las cosas creadas, como ya está dicho, no pueden tener proporción alguna con el ser de Dios, de ahí se deduce que todo lo que imaginare a semejanza de ellas no puede servir de medio cercano para la unión con Él sino que antes, como decimos, sirven de menos eficacia por ser mera especulación e imaginación.







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