Semana en el Oratorio

Mes de febrero, mes del Amor

10.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (57)



5. De donde se ve que los que imaginan a Dios debajo de algunas de estas figuras, o como un gran fuego o resplandor, u otras formas cualquiera, y piensan que algo de aquello será semejante a Él, harto lejos van en realidad de Él. Porque, aunque a los principiantes son necesarias estas consideraciones y formas y modos de meditaciones para ir enamorando y mimando el alma por el sentido, como después explicaremos, y así le sirven de medios remotos para unirse con Dios (por los cuales ordinariamente han de pasar las almas para llegar al término y estancia del reposo espiritual), sin embargo los deben recorrer de forma que pasen por ellos, y no para que se mantengan siempre en ellos, porque de esa manera nunca llegarían al final, el cual no es como los remotos medios, ni tiene que ver con ellos, así como las gradas de la escalera no tienen que ver con el final y estancia de la subida, para lo cual solo son medios para pasar al destino. Y, si el que sube no fuese dejando atrás las gradas hasta que no hubiese ninguna y se quisiese quedar parado en alguno de los escalones, nunca llegaría ni subiría a la llana y apacible estancia del término. Por lo cual, el alma que hubiere de llegar en esta vida a la unión de aquel sumo descanso y bien por todos los grados de consideraciones, formas y noticias, ha de pasar y acabar con ellas, pues ninguna semejanza ni proporción tienen con el término al que se encaminan, que es Dios. De donde en los Hechos de los Apóstoles (17, 29) dice san Pablo: "No debemos estimar ni tener por semejante lo divino al oro ni a la plata, o a la piedra figurada y labrada por el arte, y a lo que el hombre puede fabricar con la imaginación".

6. En este punto es donde se equivocan muchos espirituales los cuales, habiendo ejercitándose ellos en llegarse a Dios por imágenes y formas y meditaciones, cual conviene a principiantes, queriendolos Dios recoger y acercar a bienes más espirituales interiores e invisibles, quitándoles ya el gusto y jugo de la meditación discursiva, ellos no acaban, ni se atreven, ni saben desasirse de aquellos modos palpables a que están acostumbrados. Y así todavía trabajan por tenerlos, queriendo ir por consideración y meditación de formas, como antes, pensando que siempre había de ser así. En lo cual trabajan sin descanso y sin embargo hallan poco provecho o nada, antes se les aumenta y crece la sequedad y fatiga e inquietud del alma cuanto más trabajan por aquel fruto primero, el cual es ya difícil que puedan hallar el sabor de aquellas primeras veces, porque ya no gusta el alma de aquel manjar, como hemos dicho, tan sensible, sino de otro más delicado y más interior y menos sensible, que no consiste en trabajar con la imaginación, sino en amansar el alma y dejarla estar en su quietud y reposo, lo cual es más espiritual. Porque, cuanto el alma se pone más en espíritu, más cesan en actos propios personales las obras de las potencias, porque se pone ella más en un acto general y puro, y así cesan de obrar las potencias que caminaban para aquello donde el alma llegó, así como cesan y paran los pies una vez ha concluido la jornada porque, si todo fuese andar, nunca habría momento de llegar, y si todos fuesen medios, ¿dónde o cuándo se gozarían los fines y termino?

7. Por lo cual es de lástima ver que hay muchos que, queriendo su alma estar en esta calma y descanso de quietud interior, donde se llena de paz y refección de Dios, ellos la desasosiegan y sacan afuera a lo más exterior, y la quieren hacer volver a que ande lo andado sin propósito, y que deje el término y fin en que ya reposa por los medios que encaminaban a el, que son las consideraciones. Lo cual no acaece sin gran desgana y repugnancia del alma, que se quisiera estar en aquella paz, que no entiende, como en su debido y adecuado puesto. Bien así como el que llegó tras el arduo trabajo al lugar donde descansa, si le hacen volver al trabajo, siente pena. Y como ellos no saben el misterio de esta inquietud, les da imaginación que es estarse ociosos y no haciendo nada, y así no se dejan aquietar sino que van procurando considerar y discurrir, de donde se llenan de sequedad y trabajo por sacar el fruto que ya por ese camino no han de sacar. Antes les podemos decir que, mientras más aprietan y se esfuerzan, menos les aprovecha, porque cuanto más porfían de aquella manera, se hallan peor, dado que sacando su alma de la paz espiritual es dejar lo más por lo menos y desandar lo andado (y querer de nuevo hacer lo que ya está hecho).

8. A estos tales se les ha de decir que aprendan a quedarse con atención y advertencia amorosa en Dios en aquella quietud, y que no se dejen llevar nada por la imaginación ni por la obra de ella pues aquí, como decimos, descansan las potencias y no obran activamente, sino pasivamente, recibiendo lo que Dios obra en ellas. Y si algunas veces obran, no es con fuerza ni muy procurado y adornado discurso, sino con suavidad de amor, en un estado en el cual son más movidas de Dios que de la misma habilidad del alma, como adelante se mostrará. Mas ahora baste esto para dar a entender cómo conviene y es necesario a los que pretenden avanzar el saberse desasir de todos esos modos y maneras y obras de la imaginación, en el tiempo y sazón que lo pide y requiere el aprovechamiento del estado que llevan.

9. Y para que se entienda cuál y a que tiempo ha de ser, diremos en el capítulo siguiente algunas señales que ha de ver en sí el espiritual, para entender por ellas la sazón y tiempo en que libremente pueda usar de los modos de quietud mencionados y dejar a partir de ahí de caminar por el discurrir y el obrar de la imaginación.







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