Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

3.4.21

La corrupción en el mundo



"Ahora me gozo en lo que padezco, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de de Cristo", dice San Pablo en Colosenses. Desde los primeros tiempos el sufrimiento cristiano va unido a Cristo. La Iglesia nos enseña y exhorta a ofrecer nuestras enfermedades a Dios, participando con ellas en los dolores del mismo Cristo crucificado. ¡Noble y alto propósito, y en verdad real!

Ahora bien, en este mundo el sufrimiento está por doquier. Todas las criaturas, en mayor o menor medida, sufren. Enfermedades terribles se extienden a la fauna salvaje y doméstica, por comer, por alimentarse o en ataques, pobres criaturas sufren terribles mordiscos en la sabana africana, en las selvas ecuatoriales, o en nuestras mismas ciudades. ¿Cuántas veces hemos visto a gatos abandonados, con una pata rota, corroídos por la roña y los parásitos, agonizando durante días enteros?




¿Por qué Dios permite todo esto? Si es infinito en bondad y misericordia, ¿como puede permitir tal crueldad? Para dar respuesta a este tipo de preguntas se han escrito ríos y ríos de tinta.

En territorios de Africa y amplias zonas de América Latina, niños desnutridos agonizando suplicando la muerte. Son personas, humanos como nosotros. Son nuestros hermanos. ¿Qué hace Dios? La respuesta más popular a esa pregunta suele ser: "Dios te ha hecho a ti". En efecto, Dios ha repartido bienes y riquezas por todo el mundo para aliviar ese tipo de sufrimiento. No para erradicar todos los males y enfermedades, porque el dolor es innato a esta vida. Pero sí para que, como hermanos, nos podamos aliviar estas pesadas cargas unos a otros.

Pero los bienes están mal repartidos, y, quien tiene mucho, suele dar poco. Por eso dijo el Señor: "ve, da todo lo que tienes, y tendrás un tesoro en el Cielo". ¿Quién ha dicho que la Vida Eterna no puede comprarse? ¡Ay, millonarios insensatos, si supierais lo que podéis alcanzar deshaciéndoos de vuestras montañas de fortunas, iríais ahora a las plazas y arrojaríais al aire vuestros billetes!

Pero eso no ocurre. Bien, Dios, que es todopoderoso, podría repartir mejor esos bienes. Porque nadie tiene poder si no se le es dado desde arriba. Pero, como dicen las escrituras, "para que teniendo ojos, no vean, no sea que se conviertan, y yo los salve" (Marcos 4:11). Esos bienes son, precisamente, su condenación. Podría pensarse: "entonces Dios les tiende un lazo", ¡jamás! "Profetas tienen, que los escuchen", dicen las Escrituras. Si Cristo no hubiera venido, si el Señor no les hubiera predicado y los hermanos no les hubiéramos advertido, tendrían excusa. Pero ahora no tienen excusa. Porque el Señor, infinito en su misericordia, les envió predicadores, profetas, e incluso a su Hijo. Pero a unos despreciaron, a otros se burlaron, despidiéndole desnudo, y a otros mataron. "Este es el heredero - dijeron para sí -. Matémosle y hagámonos con su heredad". Cristo pregunta: "¿Cuando el Señor venga, al final de los tiempos, qué hará con aquéllos asesinos?".

Los llevará a la cárcel, los torturarán, y dará su viña al que sea digno de ella (Marcos 12:9). Dios podría cambiar la mente de aquellas personas, de los ricos, y hacerlos entender, pero entonces: ¿dónde estaría el libre albedrío? También podría enviar miles de ángeles y arrebatarles las riquezas de sus manos, pero "su Reino no es de este mundo", como dice la Palabra. Porque si éste fuera su reino, no dudéis de que lo haría. Pero han de cumplirse las Escrituras.

En su lugar, Dios envió a través del tiempo cientos de predicadores y hermanos: predicadores de su Palabra, de la caridad, por medio de la Iglesia, de manera individual, por ONGs... A través del mar, a través del desierto, a través de la televisión, de la radio, de Internet. Pero ellos hacen oídos sordos, siguen tercamente atesorando sus bienes materiales confiando en que les van a dar una larga vida, sin prestar la necesaria caridad hacia sus hermanos. Y así, las diferencias norte-sur aumentan, las diferencias entre los que tienen de todo y los que no tienen "dónde reclinar su cabeza" se hacen cada vez más brutales.

¿Qué castigo habrá para aquéllos? ¿Es que alguien cree que pueden esperar salvación? Los que así hacen ellos mismos se han condenado, y con sus obras demuestran que son seguidores de Satanás, que lleva el mal desde sus inicios, y que es todo maldad.

Ahora bien, las obras del Señor son luz, benevolencia, benignidad. El pecado no es más que rehusar de Dios, darle la espalda. Y el pecado lleva consigo la muerte, la corrupción, el dolor. Por medio del pecado de Adán, entró en este mundo la corrupción (es decir: el dolor, la enfermedad, las angustias). Adán, al desobedecer a Dios, fue expulsado del paraíso, y con ello tuvo que enfrentarse a una vida de llanto y padecimiento, "con el sudor de tu frente trabajarás" (Génesis 3:19). Es ahí donde radica el mal. Y el mal se extendió a todo lo que estaba bajo el hombre, a este mundo material: a toda la creación.

Por eso el gato agoniza con su patita rota, por eso las bacterias inundan el cuerpo de infecciones, y por eso las bestias se matan unas a otras luchando "con el sudor de su frente" por sobrevivir.

Pero afortunadamente los cristianos sabemos que ésta no es la vida definitiva.

Ahora bien, la siguiente cuestión es: ¿como los cristianos colaboramos con nuestro sufrimiento a la pasión de Cristo?

Jesucristo, con su muerte en la cruz, saldó la deuda de Adán. Nos permitió de nuevo acceder al nuevo reino, al Paraíso. En su muerte nos libró de las cadenas del pecado que nos ataban. No voy a explicar aquí las razones de la Pasión de Cristo, ya que hay muy buenos predicadores que abundante y acertadamente ya han tratado sobre el tema, entre ellos, sin ir más lejos, el mismo Santo Tomás de Aquino; lo que voy a hacer es presentar cómo el cristiano colabora y forma parte de esa pasión.

Cuando sufrimos en la carne, como cristianos, sufre el cuerpo místico, que es la Iglesia. Llevando nuestros sufrimientos a Cristo, nos crucificamos con él en la cruz. Por supuesto, nuestro dolor no puede asemejarse al suyo, ya que él era verdadero Hijo de Dios y verdadero Dios, pero es nuestro sacrificio también por el pecado.

No te extrañe que se insista tanto en ello: todo este mundo está rodeado de pecado, los únicos que aportan un poco de luz en estas tinieblas son los cristianos. ¡Quiera el buen Dios que pudieras abrir los ojos y ver esto, tomar conciencia realmente de ello! Todo lo que nos rodea apunta al origen del mal, no hay más evidencia de ello que el propio dolor en el mundo, ¡y cuanta persona, insensata, que camina como con un velo, oculto su rostro por la sucia niebla, no dándose cuenta de lo que ocurre!

Ve a cualquier centro médico, donde el dolor está siempre presente. A las residencias de ancianos o a las zonas de drogadictos, a los suburbios marginados. ¡El pecado reinaba en el mundo hasta la venida del Señor!

Y ahora, ¿por qué no acaba Dios con todo esto? Cristo ya nos ha rescatado, ¡que regrese a por su pueblo! Eso es lo que le pedimos la Iglesia a diario, pero si no lo hace, si no lo ha hecho ya, es precisamente por nuestros hermanos, los que aún no se han convertido, por todos los que están por nacer y por todos los que aún no han nacido a la fe. Cristo regresará por su pueblo, esa es una verdad innegable, pero mientras tanto han de convertirse el máximo número para salvarse, ¡Dios quiere dar todas las oportunidades posibles a todo el mundo, incluso a aquél que reniega una y otra vez!

"Salid a las plazas, a las esquinas, invitad a todo el mundo al banquete de bodas", todos estamos invitados, y si nosotros, que somos pacientes y sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, ¿cuanto más Dios se las dará a aquéllos que confían en él? Porque Él hace caer la lluvia sobre justos e injustos, y si tú eres injusto, Dios no lo es.

Desde el punto de vista humano (y hablo únicamente desde una visión humana de las cosas) para unos Dios podría ser injusto por permitir ese sufrimiento sin venir cuanto antes a instaurar su reinado y destruir el mal, pero para los que se salven gracias a que Dios esperó pacientemente sufriendo con los sufrientes (porque Cristo sigue padeciendo el su cuerpo místico con todos nosotros), para esos que se salven, pocos o muchos, ¡la bondad, justicia y piedad de Dios sería inmensa!

¿Como, pues, podemos pedirle a Dios que atienda a esos pueblos, si estamos nosotros aquí para eso? Esa es nuestra tarea como adelanto del Nuevo Mundo y su instauración ya aquí, ahora. Aunque este tema se abordará más adelante.

Por eso, cuando Cristo interpele a los hombres y les diga que tuvo hambre, y estuvo enfermo, y no le atendieron, y le pregunten que cuándo ocurrió tal cosa, no podrán decir que no es justo, que no les advirtieron, que nadie les avisó. Porque ahora, ¡en esta hora!, está ocurriendo, y son los últimos tiempos, ¡corramos ahora, antes de que nos sorprenda como el ladrón con la casa de nuestro amo sin vigilar! ¡Pobres de aquéllos a los que en esa hora se les sorprenda durmiendo! ¡Sus riquezas, sus altos logros sociales, no les servirán ya de nada! "Ese dinero ya no sirve aquí", se les dirá, y, al presentar ante el Dios Omnipotente sus logros, le explicará: "Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo." (Mateo 25:24).

Créeme, porque el Señor volverá, mantén viva la llama de tu fe, no sea que los esfuerzos que has hecho durante tu vida se agoten en el último momento, como el aceite de las vírgenes necias que tuvieron que salir para adquirir nuevo, ¡pobre de aquél cuyas puertas ya se hayan cerrado a sus espaldas y le sorprenda la venida del Señor vagando insensatamente por el mundo!

Caminamos hacia los tres mil años de la crucifixión de Cristo, las almas se tibian, lo que es misericordia de Dios muchos lo llaman olvido, e incluso infinidad de cristianos reniegan de su fe. Pero aunque de entre todos ellos uno se salve, uno solo, ya habrá merecido la pena. Porque hay más alegría en el cielo por uno solo que se convierte, que por cientos que no necesitan ya conversión. Porque a los convertidos y salvados en épocas y años pasados ya no les importa el tiempo que haya transcurrido desde la predicación de Cristo: uno, cien, mil o cinco mil años, para ellos no son nada.

Mientras esté el tiempo propicio, hay posibilidad. Este es el tiempo propicio, este es el día de salvación para ti que me lees. Este es tu tiempo, y la decisión es tuya, una decisión que nadie puede tomar por ti. Si niegas a Cristo, o no, tú cargarás con todas sus consecuencias. ¡Apresurémonos, pues, a cenar con el Señor, porque el día se acaba, y la tarde va de caída!

Por eso, TODAS LAS RIQUEZAS SON MALAS CUANDO NO SE PONEN A DISPOSICIÓN DEL PRÓJIMO.

Yedaia "La mano de Dios".

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