Al ver a Dios tan dulcemente inclinado a usar de misericordia con nosotros mientras nos dura la vida, y que por la cosa más baladí, por cualquier nonada que por amor suyo obremos nos perdona las penas de que nos hacemos deudores por los pecados veniales, y aún por los mortales remitidos en el Sacramento de la Penitencia; al ver a este gran Dios, decimos, tan maravillosamente propicio y dispuesto siempre a compadecerse de nosotros, parecerá sin duda a algunos que no ha de ser tan riguroso, como suele suponerse, allá en la otra vida, trocando en un punto su benignidad de Padre por la más severa justicia y pasando en un instante de la candidez al rigor, de la ternura de amante a la aterradora aspereza de Juez.
A los que tal piensan hemos de contestarles que es muy diferente el estado que tienen las almas una vez fuera de este mundo al que tenían viviendo en él, porque en el Purgatorio no satisfacen, "satispadecen"; es decir: pagan de contado con cierta proporción e igualdad por las culpas que cometieron en esta vida, pero con ello nada merecen.
Hay otra razón que explica por qué en el Purgatorio se sufre tan acerbamente sin merecimiento ni satisfacción, y es porque allí los padecimientos no los toman las almas por su voluntad, sino que a ello las obliga la divina justicia, y por eso no tienen mérito alguno. Pero aquí en el mundo, todo el bien que hacemos, después de la gracia de Dios, se debe a nuestro libre albedrío, de lo que se sigue lo mucho que agrada al Señor esta nuestra buena voluntad, y la generosidad con que nos la premia.
Aquí es donde se aprende a conocer la ignorancia de los hombres y la profunda verdad con que la Sagrada Escritura afirma que el número de los necios es infinito; supuesto que los más de los mortales cierran estúpidamente los ojos y se exponen a padecer tormentos tan terribles como los de la otra vida, pudiendo en ésta satisfacer con tan poco, como quien dice, con casi nada.
El alma separada o libre de la tenebrosa cárcel del cuerpo, se reviste desde luego de tal despejo y facilidad intelectiva, que penetra muchas cosas que antes le eran ocultas, y comprende perfectamente la miseria y fealdad del pecado. A este propósito el Emmo. cardenal González, en su "Filosofía Elemental", habla de esta suerte: "En el estado de unión, el alma no tiene intuición inmediata de sí misma o de su substancia, y mucho menos de Dios y de los Angeles. En el estado de separación: 1º. El conocimiento que alcanza de Dios, aunque no es intuitivo, es mucho más perfecto y claro que el que alcanza en la unión presente. 2.° Conoce a los Angeles por una especie de intuición indirecta, según que en su propia substancia y esencia ve por especial analogía la substancia y esencia de los Angeles. 3.° En dicho estado el alma se conoce a sí misma por intuición directa e inmediata de su propia substancia".
Y el P. Liberatore habla así: "Separada el alma del cuerpo, la facultad intelectiva se hace más expedita, pronta y eficaz para el ejercicio de sus propios actos, ya porque cesando las otras potencias se concentra en ella toda la actividad, ya también porque libre del gravamen del cuerpo, su ojo espiritual, que es el entendimiento, queda exento de los fantasmas materiales que perturban su vista".
Esto es conforme con lo que enseña Santo Tomás, como puede verse en su obra "Quaestiones disputate, q. De anima, art. XVII, concl. ad 1".
Ahora bien: siendo tan grande la deformidad del pecado, y tan perfecto y acabado el conocimiento que de ello tienen las almas, por necesidad habrá de causarles indecible quebranto y dolor el no poder distraer ni un solo instante el pensamiento, de que por una cosa tan abominable se vean desterradas de su patria y privadas de la vista y fruición del Bien infinito, que es Dios.
Y si Adán y Eva en el momento de cometer la primera infracción, avergonzados de sí mismos corrieron a esconderse entre la frondosidad del paraíso, ¿qué será de las almas que experimentan con mayor viveza e intensidad toda la pesadumbre y horror de la culpa cometida? ¡Oh qué rubor y vergüenza sentirán al considerar la odiosidad y malicia de las ofensas que contra Dios cometieron, al hacer el justo y debido aprecio de sus soberanos beneficios, y de no haber correspondido a ellos con el amor y gratitud que debían! Y porque nuestro intento al trazar estas páginas es la moralidad que se puede sacar de las doctrinas que en ellas se encierran, es bien que se sepa, no sólo que por muy leves culpas condena Dios a los tormentos del Purgatorio, sino que también cuáles sean estas culpas que llevan a aquel lugar, para que ahora que se nos brinda la ocasión, "dum tempus habemus" ("mientras tenemos tiempo"), trabajemos por librarnos de caer en tan tremendo precipicio.
No lo ignoramos, al contrario, sabemos muy bien cuan difícil es a un hombre inclinado a las chanzas y bufonadas, la seriedad; al frivolo, la formalidad; a un hablador, el guardar silencio; a un ocioso, el aplicarse al trabajo; a un amigo de novedades y curiosidades, hacerse el indiferente; a un entrometido, el no mezclarse en cosas que no le tocan..., duro es esto, lo reconocemos. Pero es mil y mil veces más duro el arder años y años, y por ventura siglos, en medio de las devoradoras llamas del Purgatorio.
Y bien, fuera de las que acabamos de mencionar, ¿hay más culpas leves que lleven a las llamas purgatorias?
Cierto que sí; son tantas estas culpas, que no es posible nombrarlas todas. Los pensamientos vanos e inútiles, las palabras ociosas, las acciones inútiles que no se proponen un fin honesto, el divertirse con sobrado entretenimiento, el hablar fuera de tiempo o lugar..., y por el contrario, el callar más de lo que es menester, cuantas veces se toma algo más de lo preciso en la comida o la bebida, cierta inclinación o aficioncilla a las curiosidades, etc., etc.
Todas estas y otras innumerables faltas de índole parecida que cotidianamente cometemos, y de que por lo regular apenas hacemos caso, ni las mencionamos en nuestro examen diario, las hemos de pagar un día en el Purgatorio si la muerte nos sorprende con ellas.
A purificarnos, pues, desde luego con las suavidades de la misericordia, antes que nos llegue el tiempo de la justicia. No es cosa imposible el evitar por lo menos muchas de aquellas y otras faltas, antes bien se compadece perfectamente con la debilidad humana ayudada de la fortaleza de Dios, que por eso decía el Apóstol: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Filip. IV, 13).
Lector querido: haciendo, pues, cuanto esté de tu parte, así en rogar a Dios a que te asista con su especial gracia para evitar las faltas leves, como en vigilar constantemente los movimientos de tu corazón, y en alejarte de las ocasiones que conocieres ser peligrosas para ti. Si no obstante esto, como frágil y miserable cayeres una, dos, veinte o más veces, no te desalientes ni pienses que sin remedio has de ir a parar al Purgatorio, pues conservándote Dios la vida, confesando con dolor tus caídas, haciendo obras satisfactorias y ganando indulgencias, pagarás en este mundo el reato de tus culpas.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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