Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.3.21

La misericordia con los difuntos. Testimonio II



Aquello que disgusta mucho a Dios, es la avaricia con las almas del Purgatorio. De saludable escarmiento es un hecho que se lee en la vida del célebre Rábano Mauro, abad del famoso monasterio de Fulda, y después arzobispo de Maguncia. Era Rábano devotísimo de las almas del Purgatorio. Sucedió, pues, que en una pestilencia que hubo murieron muchos monjes. Él había ordenado que, según la Regla de San Benito, por cada monje que muriera se diera de limosna por treinta días la porción del manjar debido a cada uno.

El procurador, llamado Abelardo, considerando que los muertos eran muchos, no tuvo cuenta con este sufragio, y dejó de cumplir lo que estaba mandado. Mas una noche teniendo que velar a un enfermo, se retiró algo tarde, y pasando junto a la sala del Capítulo, vio con gran sorpresa los monjes allí congregados, teniendo a su frente al Abad. Quiso acercarse, y vio que no eran aquéllos los monjes de su Comunidad, sino otros que habían muerto antes. Turbado y tembloroso, vio con sorpresa que dos de aquellos monjes, por orden de su Abad, se adelantaron hacia él, y despojándole de sus hábitos comenzaron a azotarlo sin compasión, diciéndole entre tanto: "Recibe, ¡oh desgraciado!, el castigo de tu avaricia. Y esto es nada en comparación de aquello que te está reservado en la otra vida; de aquí a tres días morirás, y los sufragios que se hagan por tu alma serán aplicados a aquellos que por tu repugnante mezquindad han sido privados de ellos". Los muertos desaparecieron, y el infeliz quedó en tierra privado de los sentidos.




A la media noche los monjes se reunieron para cantar los Maitines, y encontrándolo en un lago de sangre y cubierto de heridas, no sabían qué hacer con él. Entonces les dijo: "Yo no curaré; más que de remedios corporales, tengo necesidad de los espirituales. Llamad, os ruego, al padre Abad". Llegado que fue este, les contó todo lo que le había pasado, y que de allí a tres días moriría, como se le había advertido.

Murió efectivamente al tercer día, y los sufragios de nada le aprovecharon. Se apareció a Rábano Mauro, y le dijo: "¡Oh mi buen padre! Gracias os doy por la premura que habéis usado con mi alma; mas los sufragios hechos por mí hasta ahora de nada me han servido, porque la divina Justicia los aplicó todos a aquellos de mis hermanos que yo en vida había privado de ellos. Redoblad, os ruego, vuestras plegarias y limosnas, a fin de que después de ellas, pueda ser yo también librado".

Así fue hecho con gran fervor, y después de un mes compareció Abelardo anunciando el término de su expiación. (De la vida de Rábano Mauro).

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