Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

31.3.21

Cómo distribuye Dios los sufragios comunes



No deja de ser interesante la cuestión en que entienden los autores que militan en el campo de la presente polémica, reducida al modo como Dios distribuye los sufragios comunes que la Iglesia o los fieles en particular aplican a las almas del Purgatorio. Convienen generalmente, en que los referidos sufragios aprovechan más a las almas de aquellos que mientras vivieron en este mundo tuvieron mayor cuidado en vivir cristianamente y ser devotos de las almas.

Y así debe ser; porque supongamos de uno que durante su vida haya frecuentado los Sacramentos, oído muchas Misas, ganado gran número de indulgencias y ejercitádose en otras obras de supererogación, y otro que estuvo muy lejos de mostrar tal solicitud, pero que tuvo la dicha de morir bien. Desde luego parece que no deben ser iguales en la parte alícuota de la distribución de los sufragios generales o comunes, teniendo derecho preferente el mejor y que más ajustado a la divina ley hubiere vivido. Así lo dice, entre otros, San Buenaventura. Y en otro libro atribuido por algunos al mismo Seráfico Doctor, se lee: "Aprovechan más o menos los sufragios, según la diversidad de méritos de los difuntos, o bien según la mayor caridad con que los ofrecieron los vivos".




Por lo mismo hablando en este particular de la santa Misa, enseñan generalmente ios autores que aunque es de valor infinito, y bastaría ofrecer una sola vez aquel Sacrificio incruento para dejar el Purgatorio enteramente despoblado, pero en la aplicación del fruto atiende Dios a la cantidad y calidad de la devoción y fervor de aquellas almas entre las cuales lo distribuye, y conforme a los méritos que atesoraron en este mundo, así las premia.

Entienda, pues, el cristiano tibio y acidioso en ejercitarse en obras de virtud, qué parte puede esperar le haya de caber en el Purgatorio, si logra entrar en él, de los sacrificios, oraciones y otros sufragios comunes, si viviendo anduvo tan flojo consigo mismo y olvidadizo con los difuntos.

Con todo no hemos de ocultar que el cardenal Cayetano profesó una doctrina muy opuesta a la que dejamos mencionada, diciendo que para ser participantes en el Purgatorio no sólo de los sufragios comunes, mas aún de los particulares que les hacen en este mundo, es preciso que hayan vivido de manera que hubiesen tenido devoción a las indulgencias y a hacer bien por las almas, por ser cosa indigna que sea ayudado con oraciones y sufragios aquel que no quiso satisfacer cuando pudo, ni ayudar a los difuntos, mostrando con esta incuria su poca estima al poder de las llaves de la Iglesia. Así poco más o menos discurre también Anglés.

Pero esta enseñanza es contraria a la que profesa la gran mayoría de los teólogos, entre ellos San Agustín, el cual hablando del sacrificio de la Misa y de la limosna, dice que estos sufragios aprovechan a aquellos que merecieron en vida les fuesen provechosos después de ella ("Sed eis haec prosunt, qui cum viverent, tit haec sibi postea possent prodesse, meruerunt").

De creer es, y así lo sienten algunos, que el sabio cardenal Cayetano, lo propio que Anglés y cualquiera otro escritor católico que les haya seguido en tan singular opinión, al expresarse con tal rigorismo, lo hicieran llevados de una santa indignación contra Lutero y sus secuaces, despreciadores del poder de atar y desatar conferido al Vicario de Jesucristo, a los cuales no habían de servir para nada ni en este mundo ni en el otro las indulgencias y sufragios por su impenitencia final. Mas no lo dirían por los fieles que, muriendo en gracia de Dios, se hacen aptos para recibir en la medida que el Señor es servido, todo género de espirituales auxilios, si tienen necesidad de ellos.

Así, pues, para que Dios acepte por nuestra alma una buena parte de los sufragios comunes, hemos de procurar vivir conforme a las máximas del Evangelio, y tener mucha devoción a las almas del Purgatorio, como quiera que en el repartimiento de los frutos de la sagrada Pasión y muerte del Redentor, creemos que guarda Su Majestad en aquel lugar de tormentos un orden, salva la proporción debida, igual o semejante al de la tierra y al del cielo. Porque así como acá en el mundo recibe mayor parte del fruto espiritual el más justo que el que no lo es tanto, y del mismo modo que en el cielo hay muchas mansiones diferentes en los grados de bienaventuranza, así también en el Purgatorio tendrán mayor parte en los sufragios que se les aplican a todas ellas en general, aquellas que reúnan mayores méritos.

Preguntan algunos si los sufragios son también de provecho para aquellos que los hacen. Respondemos que sí, y más diremos: que supuesto el estado de gracia, aprovechan mucho más a quien los hace, que a las almas del Purgatorio a quienes se dirigen. La razón es porque a los muertos les ayudan solamente a satisfacer por sus penas temporales, mientras que los vivos, no oponiendo obstáculo, merecen aumento de gracia en esta vida, y gloria mayor en la otra.

Todavía más: muy bien puede suceder que los vivos, haciendo sufragios, satisfagan por la pena que los mismos deben a la divina justicia. Esto se verifica siempre y cuando las almas por las cuales se aplican los sufragios no tienen necesidad de ellos por hallarse en el cielo, o no son capaces de recibir sufragios por su estado de condenación eterna. En uno y otro caso lejos de perderse el sufragio, revierte al alma del que lo hizo [nota del corrector: es reconocido por muchos autores, además, que cuando el sufragio no es necesario para determinada alma, se aplica entonces al resto de las que padecen en el Purgatorio; sea como fuere, el sufragio nunca se pierde, y sus frutos tampoco], conforme a aquello del Profeta: "Humillaba mi alma con el ayuno, y mi oración se volverá a mi seno" (Salmo XXXIV, 13). Que es lo mismo que si dijera: el fruto de mi ayuno y oración volverá a mi seno; no pudiendo ayudar a otros, me ayudará a mí. De todos modos, ora estén en el Purgatorio o bien en el cielo las almas por quienes hacemos el bien, seguramente nos lo ha de recompensar el Señor con larga mano. "Llegaos a El y seréis iluminados" (Salmo XXXIII, 6). Esta verdad la tienen muy conocida los que se acercan a Dios en la oración, como la Iglesia lo canta de nuestro Padre San Francisco, diciendo en la segunda antífona de Laudes: "Quem non homo docuit, fit doctis in stuporem" ("El que no fue enseñado de los hombres, admiró y fue el pasmo de los doctores". No son, pues, los hombres los que nos han de enseñar a vivir bien, sino Dios en la santa oración y meditación. Si, pues, nos acordamos de lo fugaz que es esta vida, y que muy pronto, queramos o no, habremos de entrar en la eternidad, esto nos hará conocer lo que es este mundo, y nos acordaremos de las benditas almas del Purgatorio, para que si tenemos la suerte de enviar una de ellas al cielo, ruegue por nosotros en compañía del santo Ángel Custodio, de la Santísima Virgen, San José, San Miguel, San Francisco y demás a quienes hayamos tenido devoción.

Sería una tarea muy larga si hubiésemos de hablar de todos los que no acabaron de entender sino muy en enigma los puntos más delicados de la teología escolástica. Los mismos santos Doctores confiesan que la mayor parte de su sabiduría la alcanzaron en la oración por la enseñanza divina. Nos es tan necesaria la oración, que San Jerónimo y San Agustín dicen que de la misma necesidad que tenemos del socorro de Dios, ésa tenemos de la oración, diciendo especialmente el segundo de aquéllos: "Ninguno viene a la verdadera salud, si no fuere llamado de Dios; y ninguno después de llamado obra como es necesario, si El no le ayuda; y ninguno consigue esta ayuda y socorro, si no lo alcanza por la oración".

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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