San Antonino dice que San Nicolás de Tolentino, de la Orden de San Agustín, una noche después de los Maitines, se quedó un tanto dormido y le parecía que un alma con muy grandes y gemebundas voces le decía:
"Hermano Nicolás, varón de Dios, mírame".
Se volvió el santo Religioso, y no conociendo al que le hablaba, le preguntó:
- ¿Quién eres?
- Yo soy - respondió el alma -, Fr. Peregrino de Ausino, a quien tú conociste; estoy en el Purgatorio y soy atormentado en estas llamas. Te ruego humildemente que te dignes celebrar la Misa de Réquiem por los difuntos, a fin de que me libre de estas penas.
A lo cual respondió Sau Nicolás:
- Hermano, mucho siento no poder complacerte, pero hoy es domingo y no es permitido celebrar la Misa de difuntos; además soy hebdomadario, y tengo que cantar la Misa solemne conventual.
A estas razones replicó el alma:
- Ven, venerable padre, y juzga por ti mismo si es bien hecho, y si te conviene aceptar la petición de una multitud de almas que están en tanta miseria y trabajo, y que me enviaron a mí a pedir vuestros auxilios
Le pareció a Nicolás que el alma lo llevaba fuera del monasterio, y que veía en el fondo de un profundo valle una muchedumbre innumerable de hombres y mujeres de diferentes edades y estados que padecían gravísimos tormentos, y todos le rogaban dijese una Misa por ellos, que la mayor parte se vería libre de aquellos suplicios.
Despertó el Santo, y con la compasión grande que tuvo de aquellas almas, comenzó a rogar al Señor con muchas lágrimas; pidió licencia al Padre Prior para decir toda aquella semana Misas por los difuntos, y con la venia de aquel Superior así lo hizo con mucha devoción. Terminada la semana se le apareció de nuevo el alma de Fr. Peregrino, le dio las gracias por su grande caridad, y le afirmó que así él como una gran parte de aquellas ánimas que había visto fueron libres de las penas y se iban a la gloria.
Este testimonio lo traen también Surio, a 10 de Septiembre, cap. VI; el Padre Maestro Fr. Nicolás Díaz, "Tratado del juicio final", cap. VI, y otros.
Aprendamos de San Nicolás de Tolentino aleccionado por las almas, a compadecernos de las grandes tribulaciones que éstas padecen.
Señor mío y Dios mío, una sola cosa os he pedido, y ésta os volveré a pedir: que more yo en vuestra casa por toda la eternidad. Poco he dicho, algo más exige de mí la caridad. Una nueva gracia, Señor, quisiera recabar de Vos: ¿me atreveré a solicitarla? ¡Ah!, perdonad, no puedo omitirla, porque el interés de las almas me hace violencia. La gracia que he de pediros es ésta: que de tal suerte me compadezca yo de las almas del Purgatorio cuyos clamores me desgarran las entrañas, que de noche y de día piense y me desviva por ellas de modo tal, que cuando me rinda el sueño, mi corazón vele, a semejanza del de la esposa de los Cantares.
¡Oh almas atribuladas! A los santos Angeles que os consuelan pido muy encarecidamente que en unión con vosotras rueguen al Todopoderoso me conceda esa gracia, es decir, que todo mi ser se emplee desde hoy en promover vuestro bien.
Yo de mi parte os prometo que no me olvidaré de vosotras, y si de vosotras me olvidare, a olvido sea entregada mi diestra. Que mi lengua quede pegada a mis fauces, si yo no me acordare de los santos clamores de ultratumba.
Dios bondadosísimo, lumbre de mis ojos y amador incansable de las almas que criasteis a vuestra imagen y semejanza, dignaos contestar a la anterior oferta hecha por este pecador e indigno siervo vuestro, aquello que dijisteis al justo hablando por Isaías: "Dicite iusto, quoniam bene" ("Decid al justo, que bien"). Suprimiendo el adjetivo justo, que no habla conmigo, decidme, Señor, al menos estas dos palabras: "quoniam bene" ("Que bien").
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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