El presente testimonio tuvo lugar en Malinas, Bélgica, el año de 1871. Había muerto el padre de una Religiosa Redentorista, llamada sor María Serafina. Un día oyó una voz misteriosa que decía:
- ¡Piedad, hija mía, ten piedad de tu pobre padre!
Y al instante mismo vio a su padre circundado de llamas, con el semblante tan triste, que era capaz de enternecer hasta las mismas piedras. La aparición continuó por espacio de tres meses. Un día la dijo:
- Mira, hija, esta cisterna de fuego en que estoy sumergido; estamos aquí muchos centenares de almas. ¡Oh si se conociese en el mundo qué cosa es el Purgatorio, se haría lo posible por evitarlo, y por socorrer a las pobres almas que allí están encerradas!
Muchas veces se oía de en medio de las llamas gritar:
- ¡Tengo sed; tengo sed!
Un día dijo el difunto a su hija:
- Los teólogos no exageran cuando enseñan que los tormentos que padecieron los Mártires son muy inferiores a los del Purgatorio.
En la vigilia de Todos los Santos, interrogado por la hija de orden de su confesor, ¿qué materia sería más útil para la predicación del día siguiente? respondió:
- ¡Ay de mí! Que los hombres no saben o no creen que el fuego del Purgatorio es semejante al del infierno; si todos los mortales pudiesen hacer una sola visita a aquella cárcel, no se cometería jamás un solo pecado venial.
El 30 de Diciembre la citada Religiosa oyó que el padre, después de haber prorrumpido en un afanoso suspiro, dijo estas palabras:
- Me parece que hace una eternidad que yo estoy aquí; mi mayor pena en este momento es una sed que tengo de Dios que me devora, y un deseo ardentísimo de poseerlo, y cada vez que me lanzo hacia El, me siento rechazado en el abismo.
Finalmente, en la noche del 24 al 25 de Diciembre, durante la Misa de la media noche, se apareció por última vez, mientras se decía la Misa, circundado de luces y de bienaventuranza. Entonces dijo a su hija:
- El tiempo de mi expiación se ha cumplido: yo vengo a darte las gracias lo mismo que a la Comunidad por las plegarias y sufragios que habéis hecho por mi alma. Rogaré en el cielo por todas vosotras, y para ti, oh hija mía, impetraré una sumisión perfecta a la voluntad de Dios, y la gracia de entrar en el cielo sin pasar por las penas del Purgatorio.
Lector piadoso, medita en las palabras de esta alma. La primera es: "¡Tengo sed, tengo sed! Mi pena mayor es una sed de Dios que me devora; un deseo de poseerlo desenfrenado". Reflexiona un poco, y aprende qué quiere decir pena de daño. La segunda: "¡Ay de mí!, que los hombres no saben o no creen que el fuego del Purgatorio es semejante al del infierno". La tercera: "Yo rogaré por todas vosotras; yo pediré para ti una sumisión perfecta a la voluntad divina, y la gracia de entrar en el cielo sin pasar por las penas del Purgatorio".
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