Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.2.21

¿Saben las almas del Purgatorio lo que ocurre en el mundo?



Como decimos en anteriores conferencias, las almas del Purgatorio salen algunas veces de allí por divina dispensación para venir a este mundo; resta averiguar si saben lo que acá entre nosotros pasa, porque el hijo que obtiene triunfos bélicos, lauros literarios, honores, dignidades o riquezas, se holgará seguramente con saber que sus difuntos padres han de traslucir alguna noticia de esto, no sólo estando en el cielo donde todas las cosas se ven en Dios, mas también si se hallan en el Purgatorio.

San Agustín dice que las almas del Purgatorio pueden saber algunas de las cosas que pasan en esta vida, por uno de estos tres modos:

1.° Por ministerio de los Angeles.

2.° Por aquellas almas que van sucesivamente entrando en aquel lugar.

Pero añade, que estas almas no lo pueden decir todo, sino únicamente aquello que la bondad divina les permite acordarse y manifestarlo.

3.° Por revelación de Dios que les da a conocer algo de lo que aquí sucede y que ellas más necesitan saber, tanto en orden a lo pasado como a lo presente y porvenir.




En el susodicho primer caso, los Angeles dan a conocer a las almas aquello que mayor interés y consuelo puede aportarles, y esto lo hacen por iluminación o por revelación. La iluminación en sentido teológico, consiste en la acción divina que ilustra al alma haciéndola conocer la verdad. A los que vivimos en este mundo, como compuestos de alma y cuerpo, nos ilumina Dios por medio de nuestros sentidos, por las imágenes y nociones que concebimos por ellos, y por la palabra que nos permite formularlas interiormente y transmitirlas a los demás.

Revelación es una manifestación externa que hace Dios al hombre, de algunas verdades que están fuera del alcance de la luz de la razón. Sabido esto, no hay para qué hablar de los otros dos casos, el 2.° y el 3.°, que por sí mismos se declaran.

Ahora bien: de un santo varón se escribe que vio a un alma del Purgatorio padecer los más angustiosos tormentos, y que instantáneamente notó que se alegraba, prorrumpiendo en esta exclamación: "¡Bendito seáis, misericordiosísimo Dios mío, que os habéis acordado de mí!". Y preguntando aquel varón santo la causa de tanta alegría, le respondió el alma diciendo: "En mi muerte quedó en cinta mi mujer, y ahora mismo ha dado a luz un hijo. Dios nuestro Señor se ha dignado revelarme que este niño llegará a ser sacerdote, y que diciendo la primera Misa saldré de las penas que padezco".

Pues bien, aunque los tormentos que el alma de aquel padre padecía, creemos que no se disminuirían por la buena noticia que le fue revelada, pero accidentalmente hubo de alegrarse mucho y experimentar especial consuelo sabiendo la santa vocación de su hijo póstumo, y sobre todo por la seguridad que tenía de que el tiempo de su padecimiento terminaría al ofrecer su hijo el santo Sacrificio.

Por lo dicho podemos conjeturar cuán quejosas estarán en el Purgatorio las almas de muchos padres que, ciegos con el amor de sus hijos, no pudieron sospechar el abandono en que los tienen, y cuya hacienda lograda con tantos afanes derrochan aquellos vástagos suyos en juegos, banquetes, lujo y otros livianos deportes. Cuan bien dijo el Sabio: "¿Acaso no dejarás tú a otros tus congojas y trabajos para que se los repartan por suerte?" (Eclesiástico XIV). Es decir, como comenta el P. Scío, para que se repartan por suerte, y malgasten y disipen lo que tú hayas economizado matándote por ellos de hambre, y viviendo en la mayor miseria.

Escarmienten, pues, los padres; abran los ojos que tan cerrados tienen, y piensen en su pobre alma, que tan de ordinario suele quedar relegada al olvido, si omiten en el testamento la indispensable cláusula de sus sufragios. Y aprendan a su vez los hijos la obligación que les incumbe de honrar la memoria de sus padres difuntos, haciéndoles todo el bien que pudieren, empleando una parte de la hacienda o caudal que heredaron en sufragios por sus almas, que esto es lo que previene la Iglesia a los hijos en la devota oración siguiente: "Deus, qui nos patrem et matrem honorare praecepisti: miserere clementer animabus patris ac matris meae, eorumque peccata dimitte, meque eos in aeternae claritatis gaudio fac videre. Per Dominum", etc.

Quede, pues, definitivamente sentado que las benditas almas muy probablemente saben todo aquello que más les puede importar de las cosas que pasan en este mundo, y aun de las que pasaron antes, y las que han de pasar en la sucesión de los tiempos.

Dios providentísimo lo tiene dispuesto así, para que aquellas esposas suyas no carezcan al menos del consuelo que les depara el saber lo bien encaminadas que van las cosas de la familia que dejaron en la tierra, y las buenas acciones que en ella se practican por sus deudos, amigos, y en general por todos los fieles devotos de las almas, las cuales en retorno y compensación de tanto bien, los han de tener en perpetua memoria, como quiera que su gratitud no tiene límites, y su reconocimiento o disposición a corresponder a los beneficios es activa como el fuego, según lo revelan infinidad de ejemplos, y se desprende de la vida de nuestro Beato Francisco de Fabriano, cuya fiesta celebramos en el día 14 de Mayo.

Leemos en efecto en las lecciones del Breviario, que aquel siervo de Dios, celebrando la Misa de difuntos, muchas veces sucedía que al llegar al fin de ella y decir estas palabras: "Requiescant in pace", le contestaba una multitud de voces de ángeles o de almas: "Amen". Las palabras del Breviario son estas: "Altaris ministeria tanto animi fervore peragebat, ut pluries in Missis pro defunctis, ad verba Requiescant in pace, multorum Angelorum, vel animarum auditam esse tradant vocem respondentium: Amen".

Bien seguros pueden estar los devotos de las almas que éstas han de orar mucho por ellos, máxime cuando libres ya de los suplicios purgatorios arriben a la ansiada patria, en cuya feliz morada quiera Dios que nos juntemos para alabarle y bendecirle arrobados en dulcísimos deliquios y éxtasis de amor. Mientras llega ese ansiado día, sea mi ocupación continua el ejercitarme en obras de supererogación en sufragio de las almas, y además de esto, en fomentar más y más en mi corazón la caridad, porque el que tiene caridad todo lo vence y allana. El alma que ama a Dios, no conoce las distancias, y así cada día y cada instante sube al cielo y se comunica familiar y deliciosamente con los ciudadanos de aquel feliz reino, a los cuales se asocia para rogar al Dispensador de todos los bienes por las necesidades de la Iglesia militante y de la purgante.

Sea yo esta alma dichosa, Dios mío; séanlo igualmente las almas de mis piadosos lectores y devotos todos de las del Purgatorio. Escuche el Todo poderoso nuestros mutuos votos, oiga nuestras deprecaciones.

Pero ¡qué!, ¿puedo yo dudar de ello? No; yo sé que las oye, y aun se complace en admitirlas, diciéndonos a todos y a cada uno de nosotros aquello de David: "Arroja sobre el Señor tu cuidado, y El te sustentará". (Psalm. LIV, 23)".

Réstanos dejar consignado, como un perpetuo monumento de acción de gracias al Altísimo, el singular beneficio dispensado a las almas que, como antes hemos dicho, consiste en las tres vías o conductos de que nos habla San Agustín, por donde conocen lo que más les interesa de cuanto sucede en el mundo, que son: la divina revelación, el testimonio de las almas que entran de nuevo en el Purgatorio, y las noticias que les comunican los ángeles. Y por cuanto estos soberanos espíritus toman una parte muy activa y principal en aquel consolador ministerio, es bien que nos conciliemos ahora su amistad.

Eternas alabanzas a Dios por habernos dado a los ángeles, ministros suyos, que en vida y en muerte, y después de la muerte en el Purgatorio, nos asisten, guardan, defienden, consuelan y acompañan. Centinelas que velan día y noche sobre los muros de Jerusalén, no cesan de ofrecer al Eterno nuestras penas, y de recabarnos gracias y bendiciones.

Bendigamos, pues, al Omnipotente por haber criado a sus ángeles, santos, hermosos, sabios, inmortales, invictos, ricos, felices, abrasados en el amor de Dios, y llenos de piedad hacia los hombres. Ángeles, Arcángeles y Principados, bendecid al Señor. Potestades, Virtudes y Dominaciones, alabad al Señor. Tronos, Querubines y Serafines, glorificad al Señor: loadle y ensalzadle por los siglos. Amén.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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