Arrobada milagrosamente un día la Beata Cristina, en tal manera que todos la tenían ya por muerta, fue conducida primeramente a presenciar las penas del Purgatorio, de las cuales quedó sumamente conmovida, y desde allá al cielo, de cuya gloria quedó altamente arrebatada. Mientras se gozaba en medio de los coros celestiales, le dijo el Señor que dejaba a su elección, o el volver a la tierra para ayudar a las almas del Purgatorio, o quedar para siempre en aquella corte celestial. Llevada la Santa de vivísima caridad, como el Apóstol, respondió:
- Mejor es diferir la propia felicidad por algún tiempo, que dejar de socorrer a las almas santas atormentadas con tan crueles suplicios. Pido, por tanto, volver a la tierra, para aliviar con mis penitencias al Purgatorio.
Y vuelta a este mundo, no solamente sobrellevaba con heroica paciencia las grandísimas tribulaciones que le mandaba el Señor, sino que también de su parte añadía tan cruel martirio de espíritu y de cuerpo, que su vida parecía verdaderamente un prodigio. Ella contradecía sin cesar a su propia voluntad, se negaba aun las más inocentes satisfacciones, y tenía su espíritu siempre clavado en una cruz de dolores.
Y por lo que hace al cuerpo, ¿quién podría contar todas sus penas? Ayuno cotidiano, y muchos días sin probar alimento alguno; sueño muy breve, y éste atormentado con maderos esquinados y agudas puntas; vestido de groserísima lana, semejante más bien a un áspero cilicio; disciplinas muy sangrientas, baños de agua helada, revolcarse entre espinas, herirse con duras piedras, y suspenderse de ecúleos cruelísimos. Tal fue su continuo ejercicio en los cuarenta y dos años que sobrevivió, y a cuantos la exhortaban a moderar el fervor de tan rigurosas penitencias, decía:
- Mucho más rigurosas son, y más insoportables, las penas que vi padecían en el Purgatorio, y pido encarecidamente al Señor que me conceda vida y fuerza para continuarlas y acrecentarlas, por el alivio y salvación de aquellas infelices.
(Lorenzo Surio, "In vita miralil. Ohristin". 23 Junii).
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