Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

11.1.21

Sobre la pena de sentido. Testimonio II



Arrobada milagrosamente un día la Beata Cristina, en tal manera que todos la tenían ya por muerta, fue conducida primeramente a presenciar las penas del Purgatorio, de las cuales quedó sumamente conmovida, y desde allá al cielo, de cuya gloria quedó altamente arrebatada. Mientras se gozaba en medio de los coros celestiales, le dijo el Señor que dejaba a su elección, o el volver a la tierra para ayudar a las almas del Purgatorio, o quedar para siempre en aquella corte celestial. Llevada la Santa de vivísima caridad, como el Apóstol, respondió:

- Mejor es diferir la propia felicidad por algún tiempo, que dejar de socorrer a las almas santas atormentadas con tan crueles suplicios. Pido, por tanto, volver a la tierra, para aliviar con mis penitencias al Purgatorio.




Y vuelta a este mundo, no solamente sobrellevaba con heroica paciencia las grandísimas tribulaciones que le mandaba el Señor, sino que también de su parte añadía tan cruel martirio de espíritu y de cuerpo, que su vida parecía verdaderamente un prodigio. Ella contradecía sin cesar a su propia voluntad, se negaba aun las más inocentes satisfacciones, y tenía su espíritu siempre clavado en una cruz de dolores.

Y por lo que hace al cuerpo, ¿quién podría contar todas sus penas? Ayuno cotidiano, y muchos días sin probar alimento alguno; sueño muy breve, y éste atormentado con maderos esquinados y agudas puntas; vestido de groserísima lana, semejante más bien a un áspero cilicio; disciplinas muy sangrientas, baños de agua helada, revolcarse entre espinas, herirse con duras piedras, y suspenderse de ecúleos cruelísimos. Tal fue su continuo ejercicio en los cuarenta y dos años que sobrevivió, y a cuantos la exhortaban a moderar el fervor de tan rigurosas penitencias, decía:

- Mucho más rigurosas son, y más insoportables, las penas que vi padecían en el Purgatorio, y pido encarecidamente al Señor que me conceda vida y fuerza para continuarlas y acrecentarlas, por el alivio y salvación de aquellas infelices.

(Lorenzo Surio, "In vita miralil. Ohristin". 23 Junii).

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