Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

12.1.21

Sobre la pena de daño



Dos suertes de penas se padecen en el Purgatorio: la de daño y la de sentido. Consiste la pena de daño en la privación de ver a Dios, y la de sentido en los demás tormentos con que en aquel lugar se purifican las almas. Estas dos penas andan siempre juntas, y no puede haber Purgatorio sin que una y otra se experimenten a la par, y en acabándose la una, concluye también la otra; y así luego que cesa la pena de sentido, cesa la de daño, y en el mismo instante que esto sucede, es llevada el alma a gozar de Dios.

La pena de daño produce en las almas muy grande aflicción y tristeza, porque les dilata aquello por lo que ellas suspiran con insaciable deseo, que es la visión beatífica y fruición de la divina esencia, pues como dice el Sabio: "La esperanza que se dilata, aflige al alma".




Nuestro Seráfico Doctor San Buenaventura, dice que si tratándose de los reprobos la pena de daño sin duda alguna es la mayor que se padece en el infierno porque allí va siempre acompañada de la desesperación, en el Purgatorio no es así, porque a esta pena va indispensablemente conjunta la esperanza cierta de que aquellas almas han de gozar del Sumo Bien; y como están viendo que a medida que se van purificando se les alivian los tormentos, reciben nuevo y mayor contento.

Tal es la síntesis de la doctrina de San Buenaventura.

Cierto es que no todos participan del mismo modo de pensar, como luego diremos; sin embargo, el cardenal Belarmino se adhiere resueltamente a aquella opinión, si bien las razones que aduce no nos parecen las más convincentes. Dice así Belarmino: "La sentencia de San Buenaventura me agrada, "Sententia Sancti Bonaveiitura mihi placet": pues aunque la ausencia del Sumo Bien engendra en el amante suma tristeza, con todo en el Purgatorio se mitiga esta tristeza, y se alivia en gran parte por la esperanza cierta de poseer aquel Bien. Esta certísima esperanza causa increíble gozo, y cuanto más se aproxima el fin de aquel destierro, tanto más crece el contento. Si la pena de daño fuese gravísima, se seguiría de aquí que los Padres del limbo habrían padecido gravísimamente, lo cual es falso, como se ve por lo que decía Abrahán al rico avariento aludiendo a Lázaro: "Este ahora es consolado, y tú, atormentado".

Y San Agustín, continúa Belarmino, en la Epístola XCLX, niega que se pueda entender de los dichos santos padres aquello que se lee en los Hechos de los Apóstoles, cap. n, 24, en que hablando de Jesucristo, dice que "lo libró Dios de los dolores del infierno"; habiendo dicho esto, por cuanto no halló el Redentor a aquellos padres en dolores, sino en quietud y descanso. Y San Gregorio, añade el mismo Belarmino, en el libro XIII de sus "Morales", cap. 22, dice: "Los Padres no sintieron tormentos en el limbo, sino descanso".

Las razones que alega aquí Belarmino, francamente no nos convencen. Las almas que en el Antiguo Testamento eran depositadas en el limbo de los santos padres, si acaso padecían alguna pena sería ésta muy suave, y dulcificada además por los consuelos de que habló Abrahán al Epulón. Y decimos que no padecerían pena notable, porque no teniendo nada que satisfacer a la justicia divina, no quiso Dios someterlas a sufrimientos de prueba.

Esperaban la venida del Mesías que las había de librar del cautiverio y llevar consigo a la gloria, pero sin impaciencia, sin tristeza grave ni dolor, porque con ellas puede decirse que no rezaba aquello de los Proverbios que hemos dicho antes: "Spes quae difertur, affligit animam".

Por el contrario, las almas del Purgatorio que son deudoras a la divina justicia, padecen las dos penas de daño y de sentido, porque así lo ha ordenado Dios, el cual quiere que de este modo liquiden su deuda en las fraguas purgatorias. ¿Qué hay, pues, de común en el estado de unas y de otras almas? De muy diferente modo que Belarmino opinan otros muchos Doctores. Durando, al propugnar la doctrina de que la mayor pena del Purgatorio es la de daño, y rechazando la comparación que se pretende establecer entre el estado de las almas de aquel lugar y el de los padres del limbo, se expresa en estos términos: "Dirá alguno, que a las almas de los santos padres se les dilataba la visión divina, y que sin embargo no padecían. A esto contesto diciendo, que antes de la venida de Jesucristo no era tiempo de llegar a aquella visión divina, por no haberse satisfecho la deuda de la naturaleza, y en atención a esto, no causaba a las almas del limbo sentimiento aquella tardanza; mas después de pagado aquel débito con la muerte del Salvador, es ya tiempo de recibir el premio, siempre que la culpa no lo impida, y por lo tanto el no ir hoy a la bienaventuranza causa indecible pena a las almas del Purgatorio". Esto dice Durando, y sigue más latamente poniendo el ejemplo del hijo de un rey, el cual, dice, "mientras vive su padre no padece por no reinar, porque sabe que no le ha llegado todavía el tiempo de ello, pero en muriéndosele el padre, sufre si por algún contratiempo se le demora el subir al trono, y tanto más se lamenta, cuanto es mayor el obstáculo que se le opone". Óptima comparación.

El P. Suárez lo explica en estos términos: "En la cuestión presente trataremos de la pena de daño y de la de sentido. La primera ciertamente es gravísima, por la privación de un bien tan grande; que aunque esta carencia haya de durar por poco tiempo, se juzga por mayor mal que todas las penas temporales de este mundo, como lo enseña Santo Tomás, todos ios cuales sienten, que la tristeza originada de la aprehensión de la pena de daño, es más grande que cualquiera otro dolor o tristeza de la presente vida. Dirás" - prosigue -, "que son muchas las causas que concurren a mitigar aquel dolor. Primero, la certidumbre de la futura gloria, la cual no puede menos de aportar a aquellas almas gran gozo. Segundo, el decoro y rectitud de la voluntad, la cual hace que se conformen con la divina justicia, por cuya razón nace en cierto modo aquella pena voluntaria, y por consiguiente poco aflictiva. Tercero, que por la caridad divina no solamente toleran, antes se alegran de aquella pena, por cuanto conocen que es el medio de satisfacer a Dios y de obtener la perfecta pureza de la conciencia, y es disposición necesaria para ver a Dios".

"De aquí nace" - sigue diciendo Suárez -, "una dificultad, porque las almas más santas del Purgatorio aun cuando sólo tengan el reato de levísimas culpas, habrán de ser castigadas más acerbamente con aquella pena y tristeza". Es manifiesto; se ven privadas de mayor gloria, luego también sufren mayor tristeza, ya porque el bien que miran perdido es de más alto precio, ya también porque están adornadas de una caridad más acendrada, siendo ésta la raíz de su dolor.

"Mas a pesar de todo" - añade - "es más conforme con la propensión tanto de la naturaleza como de la caridad, que las almas fijen la atención en su actual estado y aquel de que carecen por culpa de las mismas, y que la dilación que de esto se sigue las aflija en gran manera. Y aun cuando a esta última consideración sobrevengan las otras razones que engendran consuelo, no disminuyen por eso la primera tristeza, lo que hacen es, ayudarles a llevar sus penas con suma paciencia y rectitud".

"De lo dicho infiero yo" - termina diciendo Suárez -, "que aquella tristeza, por ser pena impuesta para la purificación de las culpas, procede más bien de los grados de gloria perpetuamente perdidos o no lucrados por la negligencia y por los pecados veniales, que por la sola dilación de alcanzar la bienaventuranza. Y por lo mismo, siendo así, más gravemente se entristecerán las almas más imperfectas, o sea aquellas que tengan mayor reato de pena".

Gotti se expresa de esta suerte: "Digo con Santo Tomás, que la mínima pena del Purgatorio excede a la máxima de acá. Y con el mismo Doctor sigo diciendo, que cuanto con mayor vehemencia se desea alguna cosa, tanto más duele el carecer de ella; y porque el afecto con que se desea el Sumo Bien después de esta vida es en las almas intensísimo por no estorbarles ya la pesadez del cuerpo, y también porque el tiempo de gozar de aquel Bien hubiese llegado ya para ellas a no impedírselo la culpa, por esta razón es muy grande su dolor. Sí, cierto; esta es la doctrina del Angélico Doctor y sus propias palabras hablando de una y otra pena del Purgatorio, la de daño y la de sentido, son éstas: "Et quantum ad utrumque, paena Purgatorii mínima, excedit maximam paenam hujus vitae".

Por mucha que sea, pues, la veneración que nos merece el sabio Belarmino, en la presente controversia no podemos adherirnos a su modo de pensar; creemos con el Doctor Angélico que una y otra pena del Purgatorio, a saber, la de sentido y la de daño, exceden sin duda alguna a la más grave de este mundo, así como en aquel lugar la de daño excede a la de sentido, y no tiene paridad con la que los santos Padres padecían en el limbo.

El P. Arbiol dice lo siguiente: "Las penas y tormentos que padecen las benditas almas del Purgatorio son tan grandes, que según escribe el gran Doctor de la Iglesia San Agustín, no se pueden comprender en este mundo, ni aun considerarse dignamente como son, porque todo cuanto en esta vida mortal se padece es nada, comparado con lo que aquellas almas benditas padecen;y el fuego natural que en el mundo tenemos, es como pintado respecto del verdadero".

El Seráfico Doctor San Buenaventura explica como en el Purgatorio hay dos penas: la una se llama de daño y la otra de sentido, la cual consiste en el fuego y tormentos varios que las benditas almas padecen, y de ambas penas afirma, que la mínima parte de ellas es mayor que todas las penas del mundo, y concluye diciendo que más satisface a la recta justicia de Dios nuestro Señor una pequeña mortificación voluntaria, llevada por su divino amor en este mundo, que una grandísima pena forzosa en el Purgatorio, y así lo que allí falta de voluntad actual meritoria, lo suple la acerbidad de los tormentos.

El venerable Beda dice: "Que por eso los Santos rogaban a Dios que en este mundo los atormentase y afligiese, porque conocían que la pena del Purgatorio es mayor y más grave que todo cuanto han padecido los Santos Mártires, y más que todo cuanto el hombre mortal puede imaginar".




Compendio

San Anselmo habla de esta suerte: "Las penas del Purgatorio son tan horribles, que la menor de ellas excede sin comparación a cuantas penas, mortificaciones y tormentos se pueden padecer o imaginar en esta vida mortal".

San Paulino llama al fuego del Purgatorio "fuego sabio", porque según los deméritos y culpas de cada uno, así causa la aflicción y el tormento; a unas almas atormenta más, y a otras menos, conforme lo dispone la divina justicia.

El Angélico Doctor Santo Tomás afirma y prueba con eficacia, que la mínima pena del Purgatorio excede y es más atroz que la mayor de esta vida.

El venerable Escoto discurre en sus Sentencias, acerca de la pena de daño y sobre sus causas principales, y dice que excede sobre toda ponderación a la pena de sentido; porque como el alma racional es criada para ver a Dios, y ya se halla separada del cuerpo terreno que la amortajaba, es imponderable la violencia que padece).

En las Crónicas de los Padres Capuchinos se lee, que un Religioso tenido por santo se apareció después de su muerte a otro, le dio las gracias por sus oraciones, y le dijo que había estado tres días en el Purgatorio, y que se le habían hecho tres mil años.




Súplica

Dios y Padre mío amantísimo, una y otra de aquellas penas he merecido yo mil y más veces, y lo que más me turba y aflige es el considerar que entrambas las he merecido en el infierno, porque mis iniquidades pujaron sobre mi cabeza, y como carga pesada se agravaron sobre mi. ¡Ah, Señor!, cada vez que doy una ojeada a mi conciencia, mi alma cobra tedio a esta vida horriblemente criminal: quisiera no haber nacido antes que incurrir en vuestro desagrado. ¿Qué sería de mí, justo Juez, si me llamarais a juicio sin tiempo para aplacar vuestro enojo? ¿Podré yo, pútrido cadáver, basura y hediondez de inmundísima cloaca, podré yo contender con Vos? ¡Ay!, no existe hombre sobre la tierra que pueda responderos a una sola acusación entre mil. Pues ¿qué haré, en dónde me esconderé de la vista de vuestro airado rostro?.

Pero ¿qué digo? Ya sé lo que he de hacer; el Divino Maestro me lo enseña. ¡Gracias, Dios mío! "Me levantaré, e iré a mi Padre, y le diré: 'Padre, pequé contra el cielo y delante de Ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros'". Dadme, Señor, un corazón semejante al de aquellos que Vos no sabéis despreciar; un corazón contrito y humillado que pueda ofreceros latidos de alabanza, sacrificios de justicia, ofrendas y holocaustos, pues todos ellos e infinitos más son debidos a Vos, que sois mi Fortaleza, mi Refugio, mi Libertador, mi Protector, mi mejor Amigo, mi Padre, mi Salvador y mi Dios.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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