Una vez demostrado que en el Purgatorio hay fuego, el cual en opinión de algunos Doctores es el mismo del infierno, hemos de añadir que además de este ferocísimo y nunca bastantemente ponderado tormento, están las almas en aquella horrenda cárcel sin poderse mover del lugar donde cayeron, ni suministrarse unas a otras ningún consuelo, ni tener más alivio que el que Dios por medio de los Ángeles, muy especialmente del custodio de cada una, o bien por la Emperatriz del cielo, su amorosísima Madre, es servido de enviarles. Todo ello, ya se entiende, sin perjuicio del que les procuramos nosotros con nuestros sufragios.
Tan excesivas son las penas del Purgatorio, que el entendimiento humano se ve atajado, sin hallar pie en este insondable Océano para formular afirmación alguna. Por eso Santa Catalina de Sena, instruida del cielo, solía decir, según leemos en su vida, que las llamas del Purgatorio son tan formidables, y tan crueles las penas que ocasionan a las almas, que nadie del mundo lo puede conocer, hablar ni experimentar; y que lo que comunmente creemos de ellas comparado con lo que son en la realidad, es como un sueño. No es posible decir más en ponderación de su gravedad; y sin embargo, afirma que se hallaba confusa y avergonzada de no poder declararlo según se le había revelado.
Y Santa María Magdalena de Pazzis, después de un admirable éxtasis de los que con frecuencia era regalada, prorrumpió en estas palabras, como se lee en el capítulo XIII de su vida: "Todos los tormentos que los santos Mártires han padecido, fueron como si se recrearan en un jardín ameno, comparados con los que afligen a las almas del Purgatorio".
Aunque no podemos comprender cómo un fuego que es corporal pueda aprisionar, digámoslo así, y dar tormento a un alma que es espiritual, con todo dícese, y no sin cierta congruencia, que a la manera que el alma mientras vive el hombre está encerrada y padece dentro de un cuerpo de barro, del mismo modo en el otro mundo está encerrada y padece dentro de un cuerpo de fuego.
Y este modo de encierro y unión del alma con el fuego, no es como acá en el mundo, que cuando le hieren a uno, le golpean o le sucede cualquier otro daño, es sólo en una o más partes del cuerpo; pero allí no hay partes, porque el alma no las tiene, por ser indivisible, y así que el fuego la penetra toda a la vez e íntimamente, sin haber cosa en ella que no tenga dolor gravísimo y pena sobre toda pena.
San Antonino, parte IV, tít. 14, cap. 10; Villegas, parte V, "Discurso del Purgatorio", y otros muchos refieren, que padeciendo un enfermo una muy penosa y prolija dolencia, rogaba a Dios una y muchas veces fuese servido de sacarle de esta vida, y que con la muerte pusiese fin a tanto trabajo como padecía, sin alivio ni esperanza alguna.
Apareciósele un Ángel y le dijo que Dios había oído su oración, y le daba a escoger, o que padeciese tres días en el Purgatorio, o que continuase por un año más con su enfermedad, y que concluido lo uno o lo otro subiría al punto al cielo.
El atribulado enfermo, que sentía la pena presente teniéndola por el mayor de los males, pidió con encarecimiento el ser llevado al Purgatorio.
Murió luego, y cumpliéndole Dios su deseo fue llevada su alma a aquel lugar. No bien había pasado una hora desde su entrada en el Purgatorio, llegó su Ángel custodio a consolarle, y preguntándole cómo le iba, respondió el alma:
- ¿Vos sois Ángel? No debéis de serlo, porque los Angeles no engañan; me dijisteis que estaría sólo tres días en las penas del Purgatorio, y hace ya muchos años que no me veo libre de ellas.
Le replicó el Ángel:
- La gravedad de los tormentos te hace decir eso, que no hace sino una hora que estás en el Purgatorio; pero si sientes las penas tanto, no está aún sepultado tu cuerpo, y puedes seguir padeciendo el tiempo que te resta de tu enfermedad.
Le dijo el alma:
- No sólo un año, sino hasta el fin del mundo padeceré la enfermedad por verme libre de estos tormentos.
Con esto volvió a la vida, y contaba muchas veces lo ocurrido, exhortando a todos a que hiciesen penitencia en esta vida, y padecieran las enfermedades y los males todos con paciencia.
Pudiera acaso preguntar alguno: ¿Cómo siendo tan grandes las penas del Purgatorio, pueden tolerarlas unas almas cuya sensibilidad no alcanza nuestro entendimiento a comprender? ¿Qué hemos de responder a esto? Pues las toleran porque Dios lo dispone así.
Y no hay que pensar en que las santas almas estén tan absortas y como fuera de sí con la terribilidad de los tormentos, que apenas se den cuenta de ellos ni los sientan; porque aunque es evidente que a cualquiera de este mundo que tales tormentos padeciera pondrían en estado de enajenación mental o le quitarían repentinamente la vida; pero las almas como además de inmortales son espíritus puros y limpios, no pueden ser conturbadas en el sentido, antes bien le conservan muy entero y perfecto.
Las almas sufren con admirable resignación y paciencia, porque la caridad de que están inflamadas hace que se conformen enteramente con la divina voluntad, de donde no sólo toleran sus penas con ánimo tranquilo y sin exhalar la menor queja, más aún, las aman, en términos que si las dejasen en libertad, ellas mismas se precipitarían en aquellos torbellinos de llamas, sabiendo que el castigo les ha sido justísimamente impuesto por Dios, y que éste es el medio necesario para verle y gozarle en el cielo.
Y si otra razón no hubiese más que el conocer que la voluntad de Dios era el que padecieran aquellas penas, bastaría esto para que las almas las abrazasen con el mayor afecto que cabe imaginar, por hallarse perfectamente subordinadas a la voluntad divina, y no querer más que aquello que Dios quiere.
¡Oh dichosa necesidad! ¡Oh mil veces venturoso estado este de vivir, siquiera sea entre los tormentos de aquellas almas, con tal de poder amar a Dios sin peligro de ofenderle! Muerte que de tales bienes eres mensajera, ven; ven a quebrantar con tu brazo fuerte las cadenas que me aprisionan. Si este cuerpo de muerte es el que me esclaviza con los grillos de la concupiscencia, mi deseo es dejarlo.
Sí, séame lícito exclamar con el Apóstol: "¿ Quién me librará del cuerpo de esta muerte?". ¡Oh, la muerte!, queremos decir la buena muerte, la muerte del varón santo, ¡cuan preciosa es en el acatamiento del Señor! Quizás por esto dijo Salomón: "No alabes al hombre antes de la muerte". No estima el Sabio digno de alabanza hombre alguno antes de su muerte, porque mientras dura esta vida ninguno hay tan justo que no pueda tornarse malo; mas después de esta vida se puede alabar al hombre, porque en el otro mundo el bueno ya no puede ser malo, pues no ha de ofender más a Dios.
No obstante lo arriba dicho, las penas del Purgatorio en cuanto son aflictivas y contrarias al apetito sensitivo e inclinación natural del hombre, no sólo ninguno las busca ni las ama, sino que más bien las aborrece. Y así se entiende aquello de San Agustín, libro X, capítulo VIII de sus "Confesiones", donde dice: "¿Quién hay que ame las molestias y trabajos? Vos, Señor, mandáis que los suframos, no que los amemos".
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