Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

13.1.21

Sobre la pena de daño. Testimonio



En los Diálogos de Cesario, se escribe de un joven que entró en religión, y hecha la profesión comenzó a llevar una vida muy distinta de los demás, afligiendo su carne con penitencias a su capricho.

Lo peor fue que, reprendido por su abad, se mantuvo firme en su juicio sin hacer caso de él, hasta que por fin su dureza e indiscreción lo llevaron al sepulcro. Pasados algunos días, el dicho superior vio delante de sí una sombra, y preguntado quién fuese le respondió:

- Soy el alma de aquel joven monje.

- Y bien - preguntó el abad -, ¿cómo estás?

- Estoy bien, padre - contestó -, porque por sola la misericordia de Dios no me he condenado; mas mis penas son tan acerbas, que ningún idioma humano puede explicarlas, y si sufro tanto es por haber querido vivir a mi antojo. Poco faltó para condenarme, y me fueron de gran ayuda las oraciones de los otros monjes cuando estaba para morir, porque concebí una gran contrición de mis pecados, sin que sepa si mis padecimientos durarán o no hasta el día del juicio final. Mi mayor pena es no poder ver a Dios, no poder gozar de Jesucristo, y el verme alejado de María Santísima. El Señor me ha mandado aquí para que no se haga nada contra la obediencia, si no se quiere poner en peligro la eterna salud. Y vos, padre mío, y los demás hermanos, apiadaos de mí y ayudadme con vuestras oraciones.

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