En la Crónica de los Padres Capuchinos se lee lo que sigue de Fr. Antonio Corso, que al rigor de la Regla añadía maceraciones del todo extraordinarias.
Apenas dormía tres horas sobre duras tablas, ayunaba los más de los días a pan y agua, vestía un cilicio de piel de caballo, todas las noches se disciplinaba tres veces, y en la Semana Santa alargaba por mucho tiempo las disciplinas. A estas y otras penitencias se añadían los malos tratamientos que le daba el demonio. Y sin embargo, después de una vida inocente llevada hasta la vejez, siendo espejo de pobreza, de humildad y de obediencia, favorecido de éxtasis y de otros dones admirables, a su muerte fue condenado al Purgatorio.
"He estado - dijo él al enfermero a quien se apareció - en peligro de perderme, porque en la fundación del convento de San José busqué una provisión que no era conforme a la pureza de la Regla. La pena de sentido es sufrible, mas la de daño se me hace del todo insoportable".
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