Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

7.1.21

Pena de sentido



No tratamos aquí de definir el Purgatorio; decimos solamente que es aquél un lugar saturado de fuego y de otros suplicios que no nos es dado comprender. Si a un hombre se le encerrase en un profundo calabozo, tan angosto que no pudiera mover un pie, tan lóbrego que le fuera imposible el percibir objeto alguno, y que sin saber de dónde ni cómo le venían descargasen sobre él tremendos golpes, y le aguijoneasen con hierros candentes, ¿cuánto más lo sentiría, que si pudiese ver a cara descubierta a aquellos que le atormentaban, y probar a moverles a compasión por todos los medios que pudiera sugerirle lo crítico de su situación?

Esta caliginosa noche y ciega nebulosidad donde se produce la conflagración de un fuego devastador, constituye, según parece, los tormentos que se padecen en el Purgatorio. Aquel fuego se cree generalmente que es corpóreo y elemental, semejante al de este mundo, aunque dotado de una actividad y ardor inmensamente superiores. San Gregorio el Grande, hablando de la materialidad de este fuego, dice: "Sicque fit, ut res corporea incorpoream exurat". Es decir, que una cosa de su naturaleza corpórea, quema y abrasa a la que es incorpórea, o sea al alma.




Nuestro Seráfico Doctor San Buenaventura enseña admirablemente esta doctrina, diciendo: "Que si bien algunos de los antiguos dijeron que no se podía averiguar la naturaleza de aquel fuego, y que más bien creían fuese espiritual, con todo podemos tener por cierto que es corporal, como lo enseñaron los Doctores que han venido después de San Agustín, entre ellos San Gregorio, a quien el Espíritu Santo reveló muchas cosas". Y escribe el mismo San Buenaventura: "Es de creer que en el infierno además del fuego elemental, se hallan los otros tres elementos, a fin de que toda criatura se arme para vengar al Criador de todos, descargando como a competencia su furor contra los injustos y malvados".

Tratándose del infierno, la opinión de nuestro Seráfico Doctor nos parece muy bien fundada:

1. - Porque de que en aquel lugar de perdición hay fuego, se deduce de la sentencia de Jesucristo: "Discedit a me, maledicti, in ignem aeternum" ("Apartaosde mí, malditos; id al fuego eterno".

2. - Que hay agua, se infiere por aquello de: "Ad nimium calorem, transeat al aquis nivium" ("Desde aguas de nieve, pasará a calores excesivos".

3. - Habrá tierra, y con más plagas que las de Egipto, por lo que el mismo Job dice: "Terram miseriae, et tenebrarum" ("Tierra de miseria y de tinieblas".

4. - Finalmente habrá vientos de tempestad, según aquello de David: "Spiritus procellarum".

Todos estos azotes lloverán perpetuamente sobre los reprobos del infierno, sin perjuicio de la pena de daño y de la rabia y desesperación sin tregua, sin alivio y sin fin.

Varios autores son de parecer, que fuera de la rabia y desesperación y de la eternidad, los demás tormentos del infierno se experimentan también en el Purgatorio. Dionisio el Cartujano, en su libro de "Quator noviss". art. XLVII, lo mismo que Pedro, abad de Cluny, citan un caso en el. cual se da a entender que muchas de las penas del infierno alcanzan también a los del Purgatorio. He aquí el caso:

"Un Jueves Santo, cierto Religioso del monasterio del referido Abad, después de haber comulgado se puso en oración, habiendo quedado arrebatado hasta el Sábado Santo. Vuelto en sí, le preguntó el Abad loq ue le había sucedido, mandándole por santa obediencia que no le ocultase nada.

- Has de saber, Padre - contestó el Religioso -, que haciendo yo oración por las almas del Purgatorio, compadecido de sus grandes penas, se me apareció San Nicolás, mi particular devoto, y me dijo: 'Ven conmigo, que quiero hacerte ver cuan grandes y terribles son las penas que las almas padecen en el Purgatorio'; y en el mismo punto fui arrebatado por él, y me llevó a una región espaciosa pero de horribilísimo aspecto, en la cual vi multitud innumerable de almas que eran atormentadas con cruelísimas penas. Todas gemían, todas lloraban, todas daban voces por la gran terribilidad y espanto de los castigos que les daban. Pensé entre mí que aquello era el infierno, y me dijeron que era el Purgatorio.

Pasamos más adelante, y llegamos a un profundísimo valle en el cual había un caudaloso río cubierto de niebla que exhalaba un hedor insufrible; vi que aquel valle se hallaba tan encendido de fuego, que las llamas llegaban hasta el cielo.

Junto a este valle había un monte cargado de nieve, escarcha y hielo, y me maravillé de ver allí dos contrarios tan inmediatos, y que cada cual de ellos estuviese en su punto para producir sus naturales efectos. Observé que unas almas salían de las aguas de aquel hediondo río para sumergirse en las llamas, y viceversa, salían de éstas para precipitarse en la nieve y el hielo, y conociendo que las dichas penas eran mayores que las primeras, me persuadí que sería el infierno, y me dijeron que era el Purgatorio".

A pesar de todo, nosotros sospechamos que aquellas representaciones pudieron envolver una metáfora significativa de la enormidad de las penas del Purgatorio, supuesto que el espanto y confusión que su vista debió producir en el ánimo del Religioso no le permitieron distinguirlas y apreciarlas debidamente.

Dirán algunos no ser de fe que en el Purgatorio se padezca la pena de fuego, como quiera que hasta el presente la santa Madre Iglesia no lo ha declarado. Es verdad; como que el Concilio Florentino, donde se reunieron los Padres latinos y griegos, definió haber un lugar donde padecen las almas que salen de esta vida con algún reato de culpa, mas no expresó que estos padecimientos sean producidos por el fuego. Pero esto se debió a que los Padres de la Iglesia griega no lo consintieron, y así por más que los latinos querían definirlo a todo trance, la prudencia y el temor de no irritar a aquéllos les hizo sellar los labios.

Entre los latinos no hay autor alguno católico que no admita este fuego del Purgatorio, y así este punto entre nosotros no se controvierte. No solo autores latinos, muchos Santos y Padres griegos antiguos claramente lo enseñan, entre otros Orígenes en la Homilía VI "in Exodum"; San Basilio sobre el capítulo IX de Isaías; San Gregorio Nacianceno, "Oratione in lumina"; San Cirilo en el libro X, cap. 14 del Comentario sobre San Juan, etc., etc.

Más diremos: todo conspira a creer que la única pena de sentido que se padece en el Purgatorio es la del fuego. Empezando por el Doctor de las gentes diremos que refiriéndose éste al juicio que Jesucristo ha de hacer de todo aquel que comparezca en su tribunal levemente manchado, dice así: "Ipse autem salvus erit: sic tamen quasi per ignem" ("El mismo será salvo; mas así como quien pasa por el fuego". Los comentaristas de la Sagrada Escritura, Lira y A. Lápide, haciendo coro a la generalidad de los Doctores, entienden que el Apóstol en este texto y sus similares que le preceden, alude claramente a aquellos que salen de este mundo con algún reato de culpa y tienen que purificarse pasando por las llamas del Purgatorio. Y es digno de notarse, que San Pablo no hace mención de otra pena más que esta del fuego.

San Agustín tratando de la pena de sentido que se sufre en el Purgatorio, la reduce igualmente al fuego, diciendo: "Gravior tamen erit ille ignis, quam quidquid potest homo pati in hac vita".

Sin embargo, más grave será aquel fuego, que todo cuanto puede padecer el hombre en esta vida.

Santo Tomás se expresa de este modo: "Las penas del infierno son para atormentar, y por lo mismo se denominan con todos aquellos nombres que aquí suelen afligir; pero la del Purgatorio es para limpiar las reliquias del pecado, y por lo tanto sólo se le atribuye el fuego, porque el fuego purifica".

Soto dice: "Deus per nullum ministrum, sed solum per ignem animas in Purgatorio castigat" ("Dios no castiga a las almas del Purgatorio por ningún ministro, sino por sólo el fuego".

Suárez tratando de ciertas revelaciones que ponen en el Purgatorio varios géneros de penas, contesta, que el decir que en aquel lugar además del fuego existan otros cuerpos que sirvan de instrumentos para purificar las almas, como el agua, la nieve, etc., es incierto.

Finalmente, y por concluir, escribe el Abulense que puede decirse con toda exactitud que en el Purgatorio se halla la pena del fuego, y que no parece deba ponerse otra pena alguna de sentido más que ésta, porque ni la Sagrada Escritura, ni los Doctores hacen mención de ninguna otra. Y esto, añade, es patente; porque preguntarse suele, ¿por qué razón las penas del infierno se llaman con muchos nombres, de fuego, azufre, espíritu proceloso, mientras que a la pena purgatoria la dan únicamente el nombre de fuego? Y contesta el mismo diciendo, que la causa de esto es, porque la pena del infierno ha sido creada para atormentar, y la del Purgatorio para purificar; es así, concluye, que el fuego tiene esta propiedad, luego por lo mismo solamente se nombra este elemento, y así parece que hay fuego en el Purgatorio, y no otra pena alguna.



Súplica

Alma mía, guárdate del cuerpo pestífero que a todas horas está fraguando males contra ti. Piénsalo bien: si vas al Purgatorio allá irás sola, el cuerpo quedará pudriéndose en la sepultura; y cuando en aquellas llamas te veas, ¿qué pensarás de la carne rebelde que en ellas te precipitó? Haz ahora lo que entonces querrías haber hecho.

El Hacedor te dio el cuerpo por compañero, para que juntos cooperéis a labraros la eterna corona; mas si el compañero se trueca en doméstico traidor, si en vez de ayudarte te estorba, alma mía no seas necia, haz valer tus derechos. Acuérdate que eres tú la señora, y el cuerpo si no quiere ser compañero, ha de ser tu esclavo; si no obedece a la razón, si se burla del consejo, tenlo por loco, y como a tal castígalo, que el loco con la pena es cuerdo.

Rey pacífico, Cordero divino, Jesús manso y humilde de corazón, que sois todo suave y apacible, y de mucha misericordia para todos los que os invocan: haced, Señor, por quien sois, que arrepentido de mis culpas aborrezca de hoy más el pecado con todo el odio de que es capaz mi corazón. Dadme gracia para que deponga mi altivez, humille mi arrogancia, ahogue mi egoísmo, sujete mi sensualidad, y desarraigue de mi alma todo lo que os desagrada. Ahuyentad de mí la vanagloria, la vil hipocresía, la dureza de corazón, la ciega pertinacia, la oscuridad de la mente, el desabrimiento y la aspereza; en una palabra, todo aquello que puede servirme de impedimento para aspirar a la perfección.

¡Tened piedad de mí, Dios mío, según vuestra gran misericordia! Las tribulaciones, las adversidades, las afrentas y las calamidades todas que puedan sobrevenirme, contrastadas con el fuego del Purgatorio, son como si no fueran. Dadme las virtudes propias de mi estado, convertidme de pecador en penitente, y de desagradecido y malo en un hombre lleno de gratitud, justo y santo. Amén.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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