Vamos a tratar de una cuestión harto debatida entre los autores, la cual nosotros nos guardaremos muy bien de resolver, persuadidos más aún que de lo difícil, de lo imposible que es para el entendimiento humano el penetrar en el fondo de la misma. Tomando para nosotros el consejo del Sabio: "No busques cosas más altas que tú, y no escudriñes cosas más fuertes que tú (1)"; pasaremos por ella como por una vertiente o plano inclinado, sin internarnos en lo recóndito de sus senos.
La duda, o sea el punto cuestionable, consiste en si las penas del Purgatorio se disminuyen poco a poco hasta que del todo se extinguen, o si por el contrario son siempre las mismas en cuanto a su naturaleza e intensidad desde el principio hasta el fin. Algunos han llegado a pensar que las almas primeramente son puestas en un lugar donde el fuego es de lo más voraz y acre que se puede concebir; que luego a su debido tiempo pasan a otro que atormenta menos, y finalmente son llevadas a un sitio ameno donde se las detiene sin experimentar la pena de sentido, pasando de allí a la gloria.
A esto contesta Suárez, diciendo: "Que si bien lo refiere así Dionisio el Cartujano tomándolo de ciertas revelaciones, pero que si éstas no contenían alguna metáfora, para él no hacen fe".
Belarmino juzga que las penas del Purgatorio se van mermando gradualmente, hasta llegar a ser tan remisas que apenas se perciben. Por su parte nuestro P. Mastrio distingue perfectamente entre una y otra pena, diciendo ser muy probable que la de daño va siempre disminuyendo porque su objeto, consistente en la tristeza que engendra el no poder gozar de Dios, cada vez se va haciendo menor a medida que se aproxima el tiempo en que el alma ha de llegar al cielo. En cuanto a la pena de sentido, prosigue, no podemos discurrir absolutamente del mismo modo, esto es, que cuanto más se acerca al fin más y más se disminuye, por cuanto el objeto de esta pena, que es el fuego, no decrece, y como quiera que al principio las almas son condenadas a tantos días o años de Purgatorio, parece que la misma pena debe durar todo aquel tiempo y siempre con igual intensidad. Y termina Mastrio añadiendo que por lo que atañe a la pena de sentido, en realidad nada determinado podemos establecer, por ser para nosotros cosa ocultísima, y que si algo deducimos es sólo por ciertas conjeturas leves.
Suárez opina que la pena de daño, o sea la tristeza que causa en las almas la dilación de la gloria, siempre se disminuye, porque cuanto más se avecina el tiempo de gozar de la bienaventuranza, mayor es el consuelo que reciben. Lo contrario siente de la pena de sentido, pues tiene por más probable que sea la misma desde el principio basta el fin, y que solamente se minora en cuanto a su duración porque, añade, si esta pena termina, como juzgo, según comienza, no hay razón para decir que se suaviza paulatinamente, pues a la manera que cuando se inicia no lo hace subiendo gradualmente de menor a mayor, sino que de pronto y simultáneamente se desarrolla toda ella con toda su crudeza, así también concluye, porque las cosas del mismo modo se destruyen que son generadas.
Por los sufragios de la Iglesia, continúa, quizá se alivie la pena en cuanto a su intensidad, pero más probablemente nos parece que lo que únicamente se mitiga o abrevia es el tiempo de padecer, lo cual es más útil a las almas.
Entendido, pues, así Belarmino, queremos decir, dado que este autor al hablar de la disminución de los padecimientos de las almas aluda más bien a la pena de daño que a la de sentido, por mucho que se alivien aquellas penas, todavía exceden sin comparación a las más graves que se pueden padecer en este mundo. Por lo mismo, si la mayor proximidad a entrar en la patria celestial reporta a las almas algún consuelo, aún les queda que sufrir más de lo que podemos imaginar.
Aparte de la gravedad intrínseca de aquellos tormentos, el motivo principal que los hace tan insufribles se funda:
- 1.° En el desconsuelo que les causa el dilatárseles la vista y fruición de Dios.
- 2.° En la aflicción que sufren por la pérdida ya irreparable de muchos grados de gracia y gloria que podían haber adquirido, si hubiesen sido fieles en corresponder a las inspiraciones y auxilios con que las solicitó el Señor para que caminaran a la perfección. Y esta congoja y vergüenza que produce en ellas la consideración de sus culpas, no se mitiga por hallarse al medio ni al fin del tiempo de sus quebrantos, sino que siempre las roe y apena con intensidad cruel.
Pero dirá alguno: siendo tan inaguantables, por decirlo así, las penas del Purgatorio, ¿cómo se han con ellas, de qué modo las sufren las benditas almas? Súfrenlas en cuanto cabe de buen grado y con la máxima paciencia, porque el ardor con que aman a Dios hace que se conformen perfectamente con su divina voluntad; de tal suerte, que si pudiésemos conocer la humildad, mansedumbre y heroica resignación con que soportan el diluvio de males que llueve sobre ellas, diríamos que viven como enamoradas del rigor con que la divina justicia las azota, mientras que las pobrecitas repiten aquello del Profeta: "Iram Domini portabo, quoniam peccavi ei" ("Llevaré sobre mí la ira del Señor, porque pequé contra El"). Y consolándose con lo que sigue del mismo versículo, exhaladas en amorosos suspiros, continúan: "Educet me in lucem; videbo iustitiam eius" ("Me sacará a la luz; veré su justicia". Por conclusión y prueba de lo que nos importa el padecer aquí algo por no padecer mucho en el otro mundo, hemos de notar que en el Purgatorio no pasa lo que en la tierra, supuesto que acá cuando un justo ama la penitencia y voluntariamente se mortifica por amor de Dios, este amor y voluntad que tiene de mortificarse le aligera la carga de los trabajos; mas en el Purgatorio las penas que se han de sobrellevar vienen ya tasadas por la mano de Dios respecto al tiempo y a su calidad, por lo cual no se alivian como las de esta vida, por más que las toleren y acepten con admirable y santa conformidad.
Volviendo ahora a las razones alegadas por los citados autores relativamente a la disminución de las penas, diremos que nos place por lo muy comedida la opinión del P. Mastrio, teniendo como él por muy probable, que la pena de daño se disminuye a proporción que se abrevia el tiempo de pasará la gloria, pareciéndonos también, con el mismo, sumamente problemático que suceda otro tanto con la pena de sentido, pues como dice el referido P. Mastrio, según lo hemos notado al principio de este capítulo: "Quod attinet ad paenam sensus, aliquid determínate statuere non possumus, cum sit res nobis occultissima, et solum ex quibusdam levibus conjecturis aliquid deducatur".
En suma: es un misterio.
Sabemos que en lo dogmático es infalible aquello del salmo XLVII: "Sicut audivimus, sic vidimus" ("Como lo oímos, así lo vimos". Esto podrán decir en el Purgatorio las almas viendo y experimentando prácticamente aquello que enseña la Iglesia como de fe, pero en aquellos puntos libres en que nuestra ignorancia se echa a discurrir, mucho nos tememos que allá los veamos de muy diferente modo, y que lo que ahora juzgamos digno sólo de una momentánea centellita de fuego, se nos convierta allí en un incendio.
No os acordéis, Señor, de nuestros delitos, ni de los de nuestros padres; ni toméis venganza de nuestros pecados. Cristo, Bien mío, Redentor de nuestras almas, tened piedad de vuestros redimidos.
¡Oh Jesús, fuente de aguas vivas y Dios de mi salud; compadeceos de este ruin siervo vuestro, y no permitáis que su alma perezca eternamente! Mandad, Señor, a mi corazón que se liquide de dolor, y a mis ojos que se conviertan en dos fuentes de lágrimas que lloren continuamente lo mucho que os ofendí; haced que en el caudal de estas aguas se ahoguen para siempre todas mis culpas, para que libre de las tempestades y naufragios de esta vida, arribe con viento próspero al seguro puerto de la gloria.
En la "Historia de la santa provincia de los Ángeles", por el Rmo. P. Fr. Andrés de Guadalupe, a la página 344 se lee: "Fray Alonso de Herrera fue devotísimo de las ánimas del Purgatorio, de modo que le llamaban Fr. Alonso de las Animas".
"Todos los días rezaba por ellas el Oficio de Difuntos, el de Nuestra Señora y su Corona, y hacía otras santas obras, aplicando lo satisfactorio por las benditas ánimas. Introdujo su devoción por los pueblos con fervor; solicitaba, animaba, persuadía a que les hiciesen sufragios y otras buenas obras, aconsejando y predicando lo grande y meritorio para con Dios que las ama y gusta las socorran, para que satisfecha su justicia pasen a gozarle por una eternidad. Con su persuasión y ejemplo se animaron todos, haciendo lo que les aconsejaba y enseñó constantemente con su vida. De aquí nació el llamarle Fr. Alonso de las Animas, mereció dignamente este honroso título y nombre tan loable". Cualquiera de los vivientes, dice Dionisio Cartujano, si conociese por experiencia los castigos de la otra vida, quisiera más ser atormentado hasta el fin del mundo con todas las penalidades que han padecido los hombres desde Adán hasta el presente, que estar un solo día en el infierno o en el Purgatorio.
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