Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

18.1.21

Ni los demonios ni los Angeles atormentan a las almas del Purgatorio



Se contiende entre algunos autores, si las almas del Purgatorio son o no atormentadas por los espíritus infernales. Belarmino apenas se atreve a iniciar esta cuestión, contentándose con indicar en pro y en contra algunas autoridades, mientras que de su parte se declara neutral. Mas los escolásticos enseñan sin vacilar, que los demonios no atormentan a las almas.

Santo Tomás cree que no existe razón alguna para suponer que los ángeles malos atormenten a las almas, antes bien las hay poderosísimas para creer lo contrario; porque habiendo salido en gracia de este mundo, vencieron al demonio, y no es de presumir que después de esta tan gloriosa victoria las supedite Dios bajo la tiranía de aquel verdugo, pues nunca se vio que al vencedor se le haya puesto a los pies del vencido en premio de su triunfo, y en ley de justicia no se puede creer que Dios dé poder a Luzbel para perseguir y vengarse del que lo venció.




Es verdad que en este mundo no rige la ley que Santo Tomás invoca, pues vemos que el enemigo común vuelve a tentar al hombre cien y cien veces mientras le dura a éste la vida, trayendo consigo, como dice San Mateo, otros siete espíritus peores que él, y haciendo que lo postrero de aquel hombre tentado sea peor que lo primero. Todo ello es cierto; pero es porque la vida del hombre sobre la tierra es una milicia, es porque mientras vive puede caer y condenarse. Pero en el Purgatorio no es así, porque allí el alma ya no puede pecar, y por lo tanto el infernal dragón no puede esperar nada de ella.

Nuestro Seráfico Doctor es de parecer, que si el demonio atormentase a las almas del Purgatorio, la rabia con que descargaría sobre ellas una tempestad de males haría que se purificasen más presto, saliendo con brevedad de las penas para ir a gozar de Dios, cosa que la envidia de Lucifer no pudiera sufrir.

Y continuando la misma tesis para dejar más ilustrado el punto de que los ángeles malos ni tampoco los buenos atormentan a las almas, sigue explicando San Buenaventura, "que si bien dijeron algunos que las penas del Purgatorio se ejecutan por ministerio de los demonios, porque en la Escritura rara vez o nunca se lee que los ángeles buenos hayan usado de castigos con los siervos de Dios, en manera alguna se hace creíble que los atormentadores sean aquellos espíritus malignos".

El diablo tiene odio a los buenos y a los malos, como dice allí mismo el citado Doctor, y por lo tanto a unos y otros aflige siempre que le es permitido; mas los ángeles buenos sólo detestan a los que son malos, y por consiguiente a éstos únicamente atormentan, como lo hicieron con los sodomitas y con los egipcios. Y aunque parece más conveniente que el ministerio de castigar sea ejercitado por los demonios que por los ángeles, sin embargo es más puesto en razón que así como por divina disposición los condenados en el infierno son atormentados por el fuego, del mismo modo en el Purgatorio sean las almas purificadas por la virtud punitiva y purgativa que Dios ha puesto en aquel elemento, sin necesidad de otros agentes que alimenten las llamas y las apliquen.

Por estas y otras razones que saltan a la vista, no podemos creer que Dios haya dado poder a los demonios para que, como instrumentos de su justicia, limpien a las almas de la escoria que las impide el volar al cielo, de donde los malditos quisieran verlas eternamente desterradas. A esto parece que aludió David cuando dijo : "Señor, no entregues a las bestias las almas de los que te confiesan". Y en este sentido suponemos que en el Memento de difuntos que se hace en la Misa, se dice: "Acordaos también, Señor, de vuestros siervos y siervas N. N., que nos han precedido con la señal de la fe, y duermen con el sueño de la paz". Y es evidente que la mansión del Purgatorio no pudiera llamarse sueño de paz, si los demonios fueran los ejecutores de aquellos tormentos como lo son en el infierno.

Y por lo que hemos visto que dice San Buenaventura, así como por otras razones de congruencia, creemos que tampoco los ángeles buenos atormentan a las almas. Estas, bien que relegadas en oscura y penosa prisión, están en gracia y amistad de Dios, y tienen seguridad de su salvación; y por esto y por su estado tan aflictivo, los ángeles las tienen mucha compasión, y las aman entrañablemente, y cuando Dios se lo manda las alivian sus penas con mucho gusto, y les revelan aquello que les puede mitigar su dolor o proporcionar algún consuelo.

Estas amistosas visitas vienen confirmadas por la casi totalidad de los Doctores, y los que dijeron que los demonios atormentan a las almas del Purgatorio no alegan razón que convenza en lo más mínimo, pues sólo pudieron fundarla en visiones imaginarias sumamente enigmáticas, obradas por el Señor para mostrar la gravedad de las penas del Purgatorio, con el amorosísimo fin, como podemos suponer de su bondad, de que los fieles de este mundo se compadezcan de las almas y sólo el torbellino de imágenes que viendo aquellas penas se agolparían a su fantasía, les pudo representar endriagos y furias del averno en aquellos volcanes de llamas.

Por eso nuestro Fr. Bartolomé Mastrio defiende que las almas del Purgatorio son inmediatamente atormentadas por el fuego, instrumento obediencial de la divina justicia, sin que obsten las visiones y apariciones que se suelen citar, las cuales son simbólicas y alegóricas, y contadas de cierto modo por los Santos para manifestar la acerbidad de aquellas penas, que nosotros no podemos comprender más que con ejemplos que nos sean connaturales.

Aunque lo dicho nos parece muy suficiente, expondremos brevemente la opinión del sapientísimo Abulense, el cual afirma que los demonios no pueden ser los atormentadores de las almas, ya por ser ellos indignos de un tan excelente ministerio, ya también por la grande dignidad de aquéllas, próximas ya a la beatitud. Y añade que siendo los demonios tan soberbios y envidiosos, tendrían cierto gozo, en ellos imposible, en poder desahogar su rabia con aquellas esposas de Jesucristo, lo cual no es admisible. Tampoco cree que las atormenten los ángeles, porque siendo éstos amigos muy cariñosos de las almas, sería para los mismos molesto el haber de afligirlas, y en ellos no puede caber molestia.



Súplica

Gracias, Dios mío; gracias os doy cuantas puedo porque no habéis entregado a las bestias las almas que os alaban. Cierto estoy de que no olvidaréis para siempre a las almas del Purgatorio, que os adoran e invocan con gemidos inenarrables. "Entre, Señor, os diré con el Salmista, entre en tu presencia el gemido de los presos, (Introeat in conspectu tuo gemitus compeditorum)". Aceptad en tanto mi corazón, que os ofrezco en agradecimiento del beneficio que hubisteis de dispensar a aquellas almas, triunfadoras por vuestra gracia, del demonio, del mundo y del infierno.

Y por cuanto lo que de mí mismo procede ninguna estimación merece, y aquello que graciosamente me viene de Vos, en vez de negociarlo lo malverso..., no he de contentarme pues con ofreceros este mi corazón mezquino y apocado. Os ofrezco, Dios mío, los méritos de mi Redentor: su encierro en el materno claustro de la Virgen nuestra Señora por espacio de nueve meses, la pobreza de su nacimiento, su circuncisión cruenta, su huida a Egipto, su vida escondida en Nazaret, aquella oración de agonía en la que sudó sangre y agua, su atropellado y tumultuoso prendimiento como si fuese delincuente insigne, las cuerdas y las sogas con que fué atado, su presentación de tribunal en tribunal, acusado, desmentido, tratado de blasfemo, humillado, despreciado, silbado, hecho el oprobio del pueblo...; vestido unas veces de rey de farsa, y otras de mentecato y loco; su careo y parangón con Barrabás, del que salió postergado, la caña con que los soldados hirieron su cabeza, y los escarnios que le hicieron doblando ante El sus rodillas y aclamándole Rey de los judíos; sus injurias, baldones, bofetadas, salivazos con que afearon su rostro; azotes, corona de espinas, caídas, pública desnudez, hiél y vinagre, clavos, cruz, desamparo del Eterno Padre, y finalmente, su muerte afrentosa de cruz.

Cada una de las anteriores ofertas, todas ellas de infinito valor, que acabo de haceros, Padre y Señor mío, os complacen sumamente. Por ellas os pido tengáis misericordia de mí, pues rebosando de júbilo por la merced que habéis concedido a las almas del Purgatorio eximiéndolas de la jurisdicción de Lucifer, no acierto a expresaros mi reconocimiento.

¿Qué os diré yo? ¡Ah!, perdonad, Señor, no sé hablar. Y en la presente ocasión me pesa, porque siendo yo como soy un siervo del todo inútil, carezco además de la contrición, reverencia, temblor y demás disposiciones que necesito para presentarme debidamente ante vuestro soberano acatamiento.

¡Oh quién pudiera arrancar del pecho este mi corazón helado, y ponerlo en vuestras manos para que le comunicarais el fuego de vuestro Espíritu de amor! Pero esto - os diré con San Agustín -, no lo puedo hacer yo si Vos no me lo dais, de quien es todo lo bueno y perfecto, pues no está en la mano del que quiere ni del que corre el amaros, si Vos no se lo otorgáis por vuestra misericordia. Vuestro es, Señor, este don: Vos mandáis que os amemos, dadme pues lo que nos mandáis, y mandadme lo que quisiereis, concediéndome el que yo lo cumpla. Amén.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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