Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

21.1.21

El Purgatorio del deseo



¿Qué viene a ser eso? Dirá quizás algún crítico desenfadado, pensando tal vez que tocados de la comezón de decir cosas peregrinas, nos entramos sin discreción ni juicio en un campo desconocido, abierto a los cuatro vientos, sin guía, camino ni vereda.

No lo permita Dios: conocemos muy bien las declaraciones hechas por el Santo Concilio de Trento en la sesión XXV, "Decreto sobre el Purgatorio", en las cuales se ordena a los Obispos que no permitan se divulguen y traten cosas inciertas o que tengan vislumbres e indicios de falsedad, y por lo tanto, nada más lejos de nuestro ánimo que infringir directa ni indirectamente estos preceptos. Porque al decir "Purgatorio del deseo", no tratamos de enseñar que haya más Purgatorio que el definido por la Iglesia, aunque muy bien puede Dios purificar a un alma fuera de aquel lugar, y algunas veces lo hace, como lo atestiguan diferentes revelaciones.




El cardenal Belarmino escribe que no le parece improbable haya algún otro lugar distinto del Purgatorio común, en el cual no tengan las almas pena alguna de sentido, y sí sólo de daño, por carecer de la visión beatífica; lo cual opinaron también San Gregorio el Grande, Santa Brígida, el Venerable Beda y otros. Y añade el mismo Belarmino que las almas que moran en paraje diferente del Purgatorio común, no sólo carecen de la beatitud, mas también son afligidas y atormentadas por la dilación de la bienaventuranza; por lo cual, concluye diciendo, no me parece improbable que exista aquel otro lugar.

Sea de ello lo que fuere, lo que decimos es que debe ser muy grande el dolor que causa el no ver al Sumo Bien, conocido de las almas con luz sobrenatural desde el momento mismo en que dejaron el cuerpo. Y se comprende porque todo deseo se trueca en tormento, a medida que se apetece y no puede verse cumplido. Corren parejas el deseo que se difiere, y la pena que con la dilación se le acrece, y al compás que el uno ansia, se aumenta la pena del otro; y como Dios es todo deseable, quien de veras le desea como le desean las enamoradas almas del Purgatorio, necesariamente tiene que padecer mucho.

En las Revelaciones de Santa Brígida se cuenta, que orando esta favorecida sierva del Altísimo por un ermitaño de singular virtud que acababa de morir, y cuyo cadáver se hallaba en la iglesia para hacerle las exequias y llevarlo a enterrar, se le apareció la Santísima Virgen diciéndola: "Entiende, hija, que el alma de este ermitaño, mi amigo, hubiera subido al cielo, si en la muerte tuviera un deseo perfecto de llegar a la presencia y vista de Dios; y porque no lo tuvo, es ahora detenido en el Purgatorio del deseo, donde no hay otra pena sino sólo el deseo de llegar a Dios. Empero, ten por cierto que antes que entierren el cuerpo, será el alma aposentada en la gloria celestial".

Pues siendo Dios infinitamente deseable, no parece fuera de razón que aquellas almas que salieron de este mundo, en gracia, sí, pero que fueron un tanto tibias y negligentes en suspirar por el cielo y desear unirse con Dios, sean detenidas más o menos tiempo en el Purgatorio o en otro lugar, pagando aquella deuda tan justa que la criatura racional tiene con su Creador.

El P. Nieremberg, libro II , cap. XII: "De la hermosura de Dios y su amabilidad", dice así: "Oyó un día San Agustín una voz del cielo, en que le preguntaba Cristo Nuestro Señor: '¿Agustín, tienes amor?'. Respondió éste: 'Tú sabes, Señor, que yo te quiero'. 'Pues dime, siervo mío, ¿qué tanto me amas?'. Respondió el Santo: 'Señor, si todos los huesos de mi cuerpo fuesen candeleros de oro, y toda la sangre de mis venas fuese preciosísimo bálsamo, todo lo gastara y encendiera«delante de Ti en sacrificio de alabanza y reconocimiento'. Tornó a replicar la voz: 'Dime, ¿hicieras más que eso?' . 'Señor' - dice -, 'si todas las venas de mi cuerpo fueran vendas y lazos de oro, con todas ellas te atara a mi corazón, y me enlazara contigo para nunca poder apartarme de Ti'. 'Agustín' - volvió a decirle el Señor -, 'poco es ese amor; más es lo que me debes, y mayor amor quiero de ti'. '¡Oh Rey de gloria!' - dijo entonces -, 'si fuera posible que trocáramos ser, y que Tú fueras Agustino y yo fuera Dios como Tú ahora lo eres, yo dejara de ser Dios y me volviera Agustino, para que ¡Dios mío!, fueras lo que eres ahora'. 'Ese sí es verdadero amor'".

¡Oh quién fuera tan dichoso, que todos los afectos de su corazón y mil más corazones que tuviera, fueran puras exhalaciones de acendrado amor de Dios! ¡Oh quién sintiera por Dios el amor seráfico que nuestro estigmatizado Padre San Francisco sintió, y que tantos otros hijos suyos dignos émulos de su ardiente caridad heredaron! Dádmelo, Señor; que aunque yo no lo merezca, lo merecéis Vos: lo piden con el mejor de los derechos vuestros infinitos merecimientos. Dios mío, que dijisteis: 'Pedid y recibiréis', cúmplase en mí vuestro mandato, dadme amor, mucho amor; dadme el amor de los serafines.

Indigno soy aun de poner en mis impuros labios vuestro santo Nombre, lo sé; pero si a mí me faltan títulos para todo bien, os sobran a Vos para que yo os ame. Os ame yo, gloria mía; y por cuanto aquí no puedo amaros lo que deseo, porque la pesadez del cuerpo agrava mis fuerzas, séame lícito deciros con San Agustín: "Ea, Señor; muera yo para que pueda verte: véate yo para que muera. No quiero vivir, morir quiero; deseo ser desatado para estar con Cristo. Ansio morir por ver a Cristo, renuncio a la vida para vivir con Cristo".

Empero, en medio de las tinieblas en que nuestro espíritu se halla envuelto, y del torbellino de ignominias que nos combaten, no podemos dispensarnos de trazar, siquiera en ligerísimo bosquejo, lo muy deseable que es el cielo, para deducir de ello cuan justo es pague el hombre con el Purgatorio del deseo, el no haber deseado aquí el verdadero y único bien.

Primeramente, la felicidad del cuerpo de los bienaventurados es incomparable, adornado como está de los cuatro dotes de gloria.
- 1.° La claridad, que consiste en una luz comunicada a cada cuerpo, tan admirable, que el Salvador dijo por San Mateo que los justos resplandecerán en el cielo como el sol. Y como quiera que el sol después de la renovación del mundo, según algunos opinan, resplandecerá siete veces más que ahora, calcúlese, si es posible, qué foco inmenso de luz contendrá cada uno de los cuerpos de los bienaventurados.

- El 2.° dote del cuerpo glorificado es la impasibilidad, de manera que no podrá alcanzarle por toda la eternidad ningún mal, ni pena, ni trabajo. Así que, por más que disparasen a quemarropa contra el cuerpo de un bienaventurado toda una batería de cañones, no le podrían causar ningún daño, y aunque se entrase por las llamas del Purgatorio o del infierno, no le quemarían. Aquellos benditos cuerpos son como los rayos del sol, que ni los corta el cuchillo, ni el puñal los hiere, ni se mojan en el agua, ni en el cieno se ensucian: siempre puros, siempre bellos, inmaculados siempre.

- El 3.er dote es la agilidad con la cual se traslada el cuerpo de una parte a otra con velocidad increíble.

San Bernardino de Sena, tom. 2.°, serm. 46, dice, que el cuerpo glorioso se moverá con tanta brevedad como el rayo del sol; en una palabra, que aquellos dichosos cuerpos podrán ir de un lugar a otro, sea cual fuere la distancia, con cuanta agilidad quisieren, mayor o menor, según su voluntad.

El 4.° dote es el de la sutileza, que es un don sobrenatural con el cual el cuerpo, como si fuera puro espíritu, penetra por donde quiere, sin que haya puerta ni muralla que le impida el paso. Puede por lo tanto atravesar de un lado a otro los mayores montes con la misma facilidad que si no existieran, y penetrar hasta lo más profundo de las entrañas de la tierra sin asomo de obstáculo alguno.

Estos cuerpos maravillosos están además dotados de una hermosura por todo extremo encantadora.

Respecto de las almas, refiere Blosio, que el Salvador dijo a Santa Brígida: "Si vieras la hermosura de las almas santas o de los ángeles como ella es, con el gran gozo se rompería tu corazón". Y el mismo Señor, prosigue Blosio, dijo a Santa Catalina: "Es tanta la hermosura, aun del más ínfimo de los cortesanos del cielo, que toda la hermosura de este mundo visible compendiada, en ninguna manera se puede comparar con él; su claridad y resplandor excede grandísimamente a la claridad y resplandor del sol visible, cuando está en medio del día".

Pero ¿qué es todo esto en comparación de la gloria y ciencia que tendrá el alma con la vista clara de Dios? Dice San Agustín que de la visión de Dios nacen tres ciencias: la del alma que mira, la de Dios a quien ve, y la de todas las demás criaturas que se representan en Dios. Así como en un espejo se ven tres cosas: el espejo, aquel que mira y los demás objetos que están presentes, del mismo modo por el espejo de la divina claridad veremos a Dios como es en sí, en cuanto es posible a la criatura; nos veremos a nosotros mismos, y veremos igualmente a los demás hombres y criaturas todas aun las más escondidas; y hasta el infierno mismo veremos viendo a Dios (De Triplici habitaculo, cap. II). ¡Qué espectáculo será éste tan asombroso al par que deleitable! Escribe San Bernardo que viendo a Dios, goza el alma de tantos bienes, que si a la suavidad que allí recibe se compara otra cualquier suavidad, es dolor; y toda alegría es tristeza; todo lo dulce es amargo; todo lo hermoso es fealdad ; todo lo que puede deleitar es molesto.

Pues ¿qué alma habrá tan de hielo, que no desee ver a Aquel de quien dicen los Cantares que es todo deseable? "Totus desiderabilis". ¡Ay!, a la manera que el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te desea el alma mía, Dios de mi corazón. ¿Cuándo vendré y pareceré ante el amabilísimo rostro de mi Señor? ¡Oh día mil veces preclaro, cien mil millones de veces hermoso; día que no conoce tarde, y que carece de ocaso! Día eternamente venturoso aquel en que oiga de la boca del Altísimo: "Ven, bendito de mi Padre; posee el reino que está aparejado para ti desde antes de toda criatura. Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor".

¿Qué responderá mi alma a esta dulce invitación? ¡Oh!, bienaventurados. Señor, los que moran en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán.

Haced, Dios mío, por quien sois, que sea yo todo vuestro en la tierra, para que colmado un día de dicha con la visión de tu rostro deseable, haciendo coro con los Angeles y los Arcángeles, con los Tronos, las Dominaciones y las Potestades, y con toda la milicia celestial, os cante el himno de gloria, diciendo sin fin: "Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de Sabaoth. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Hosanna en las alturas. Bendito el que viene en el nombre del Señor. Hosanna en las alturas".

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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