"Egredere, quid times?". "Sal; ¿qué temes?", diré a mi alma con San Hilarión, en el Breviario, 21 de Octubre. "Egredere, anima mea, quid dubitas?". "Sal, alma mia; ¿qué dudas?". Tantos años ha que sirves a Jesucristo, ¿y temes la muerte? Tales ideas debieran embargar nuestro entendimiento en la última hora de nuestra vida, pero desgraciadamente no es así. ¡Ah! Si estos u otros parecidos pensamientos ocuparan de vez en cuando nuestra mente, sin duda alguna viviríamos más apercibidos, sin aguardar al fin de nuestra vida para convertirnos a Dios.
La Escritura dice: "El día del Señor vendrá como el ladrón, de noche". Y claro está, viniendo tan a deshora aquel Juez de vivos y muertos, el que no esté desvelado viviendo constantemente en el santo temor de Dios, lo regular será que quede burlado. ¿Seré yo por mi negra suerte este desgraciado? No lo permita el cielo. Antes que acabe la última llama de mi vida, poned, Señor, para mí mucho acíbar en los gustos de este mundo, a fin de que mi alma no halle consuelo, gozo, suavidad y deleite más que en Vos, que sois la misma santidad, la hermosura, el amor, la sabiduría, el poder, la riqueza, la liberalidad, la bondad, la vida, la felicidad y la gloria.
Mas ¿qué digo? ya veo, Dios mío, que graciosamente os habéis anticipado a poner, por amor mío, ese sinsabor y amargura en las cosas que pueden serme nocivas; mas yo, infeliz de mí, no acabo de comprenderlo, porque no llego nunca a desprenderme totalmente de todo lo criado. Verdad es, yo lo confieso, que la compañía me cansa, que la soledad me aburre, que las diversiones me hastían, que el trabajo me abruma, que el ocio me enfada, que los placeres me turban e inquietan, y que yo mismo me soy enojoso y molesto; todo esto es verdad, y sin embargo, ¡pasmaos, cielos!, la corrección y enseñanza que me vienen de Vos, Dios de amor y Padre de toda consolación, una y otra vez las resisto, por no decir que como villano y mal nacido las desecho.
¡Oh, el hombre! ¿Quién puede comprender al hombre siendo, como es, todo un mundo abreviado, y un conjunto monstruoso de contradicciones e ignorancias? Permitid, Padre mío celestial, que os diga con San Agustín: "Dadme lo que me mandáis, y mandadme lo que quisiereis". Entre tanto Vos, Señor, que dais agua a los irracionales, no la neguéis a mis ojos, para que anegadas las culpas en el mar de mis lágrimas, merezca en la última hora de mi vida oir de vuestra boca: "Perdonados te son tus pecados; entra en el gozo de tu Señor".
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario