No son pocas las personas dotadas de experiencia e ilustración, que opinan que los sufrimientos físicos del cuerpo en la muerte, no son tan graves como generalmente se cree. Exceptuando muy pocas enfermedades agudas en que el enfermo padece movimientos dolorosos convulsivos, en las restantes afirman que se muere con relativa tranquilidad y dulzura.
Pero ni la filosofía ni la ciencia tienen poder alguno para suavizar el horror que produce la muerte, y que en su modo trasciende y hiere también a la parte inferior del cuerpo, sólo la adhesión a Jesucristo proporciona el bálsamo precioso que brota de la fe, de la esperanza y caridad; sólo ella recoge las lágrimas de la resignación vertidas por el dolor de las culpas, y que mezcladas con la sangre redentora forman un océano de aguas de misericordia, por el cual navegamos viento en popa con rumbo hacia las venturosas playas de la gloria.
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