Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

6.12.20

La confesión en el momento de la muerte



Lo que más suele afligir en la hora de la muerte y el tiro más violento con que el demonio intenta derribar entonces aun a los más santos, es la representación de los pecados cometidos, exagerando la gravedad de ellos, su multitud y el rigor de la justicia de Dios. Aquí encarece el enemigo los castigos tan espantosos que Dios hizo en su pueblo, en los de Sodoma, en el diluvio, en los mismos Ángeles.

De los pecados que se han confesado pone miedo, que quizá no se confesaron bien, ni con bastante disposición, pues confesándose de tarde en tarde mucho se queda por confesar. Con estos y otros pensamientos que el demonio sabe muy bien avivar en aquel trance, son grandes las olas y turbación que levanta. Pero si hemos seguido al demonio en el pecado, no hemos de seguirle en la obstinación; y por lo tanto firmes en la misericordia de Dios, contestaremos a aquél, que si bien habiendo pecado como miserables merecimos la condenación, no somos como él, ni lo imitamos, sino le abominamos y echamos de nosotros, pidiendo perdón a Dios de nuestras culpas.




Las virtudes que más se han de ejercitar en aquel último trance de la vida, son cuatro: fe, esperanza, caridad y penitencia. El enemigo pone sus mayores fuerzas contra estas virtudes con dudas en la fe, con desconfianzas en la esperanza, tinieblas en la caridad, flojedad en la penitencia. Contra estos vicios debemos oponer las virtudes contrarias: el de la confesión, para hacer verdadera penitencia y afirmarse en la fe; el de la Eucaristía por Viático, para fervorizarse en la caridad; el de la Extremaunción, para alentarse en la esperanza.

Lo primero, pues, que debe enseñar el confesor al penitente, es cómo se forma un verdadero dolor, poniendo delante de su entendimiento la grandeza del mal y de la culpa mortal, que no hay daño que se pueda comparar con él, pues se pierde al mismo Dios. Lo segundo, cuánto debe sentir un corazón haber perdido tanto bien, y así no por otros respetos, sino por lo que a tan gran Señor se le debe, por lo que debía anteponerlo a sí y a todas las criaturas.

Lo tercero, que procure tener gran ansia y fervor de alcanzar el perdón y gracia del Señor, reconociendo que la criatura nada puede dar a su Criador, sino recibirlo todo de su mano. Lo cuarto, que ande el corazón con dos movimientos, considerando lo primero el mal que ha hecho contra Dios, y lo segundo, de esperanza y gozo, mirando a la bondad y clemencia grande de este Señor. Entre estos dos movimientos ha de llevar a su alma, turbándose cuando se mira a sí, gozándose en esperanza cuando mira a Dios.

Después de haber excitado el alma a tener dolor de sus culpas, si tiene alguna ocasión próxima con que ha pecado, la despida y aparte al momento de sí. Si ha agraviado a alguno, o sabe que tiene a alguien con sentimiento por haberle maltratado o hecho algún daño u ofensa, le pida perdón y dé satisfacción según la injuria y daño que se ha hecho. Si otros le han ofendido, perdóneles de todo corazón para que Dios le perdone. Si tiene obligación de restituir algo, y tiene con qué, restituyalo luego, o dé bastante caución de que se devolverá en pudiendo.

Si tiene deudas, o le deben, declárelo o diga qué papeles hay de eso. Si pudiere hacer algún bien a pobres, hágalo, y reparta con ellos lo que pudiere, para que Dios tenga misericordia de su alma; y aun a sus enemigos haga algún bien en señal de amor y reconciliación verdadera.

En personas rústicas o que no están para declarar nada, el confesor debe suplir su falta preguntándoles el número y las circunstancias, y el enfermo vaya dándole noticia del estado de su alma, de sus inclinaciones, de las especies de los pecados, de su reiteración y costumbre, y llévele con espacio y desahogo según la enfermedad diere lugar. Procure que tenga la extremaunción, y concédale las indulgencias de la hora de la muerte, y todas las demás que pudiere gozar por medallas, cuentas, rosarios, escapulario, hábito de religión, etc.

Consuele mucho y anime al enfermo, dándole grandes esperanzas de su buena confesión y de alcanzar el perdón de Dios; y aunque sea o haya sido gran pecador le anime, que si busca a Dios le hallará.

La penitencia que se ha de poner al enfermo sea muy ligera, según lo que en aquel estado es capaz; alguna oración o cosa semejante; pero se le debe decir lo que merece por sus culpas, y que la acepte para si sanare, y entre tanto tome en penitencia los dolores de la enfermedad y las congojas de la muerte.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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