Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

11.12.20

Auxilios a los moribundos



Tan desaforada y furiosa es la persecución que suscita el demonio contra el hombre en el momento de la muerte, que pasman y aterrorizan algunos de los casos que leemos en las historias.

No sin tierna y amorosa providencia nos dejó Jesucristo para aquel terrible trance entre otros auxilios el sacramento de la Extremaunción, con el cual somos armados para pelear varonilmente contra las potestades del averno. El apóstol Santiago nos dice: "¿Enferma alguno de entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo, y le aliviará el Señor; y si estuviere en pecados le serán perdonados". En atención a esto, la Iglesia, deseosa siempre del bien de sus hijos, se muestra grandemente solícita a fin de que salgamos de este mundo bien confortados, después de pelear como buenos cristianos contra las asechanzas del enemigo. Muchas veces se ha visto este infernal dragón aparecerse a los moribundos, tentando con todos los medios que su inagotable malicia le sugiere para ver de hacerles caer en pecado, como entre otros tenemos un ejemplo en San Martín, obispo. Hallándose este Santo en los últimos momentos de su vida, vio al demonio, al cual, como se lee en las lecciones del Breviario, le dijo: "¿Qué haces aquí, bestia sangrienta? No hallarás en mí cosa que sea tuya".




Si deseamos, pues, sostener con ventaja aquella postrera lucha, después de recibir el sacramento de la Penitencia para reconciliarnos con Dios, y el de la Eucaristía como Viático para que nos mantenga en pie durante la larga jornada que vamos a emprender desde el tiempo a la eternidad, preciso es disponerse para recibir el de la Extremaunción, que es el que nos ha de dar fuerzas para pelear contra tan obstinado y espantable adversario. La unción del santo óleo en cada uno de los cinco sentidos, unida a las palabras que pronuncia el sacerdote, manifiesta lo que el Espíritu Santo obra en el moribundo, puesto que este Sacramento purifica el alma del reato del pecado, ilustra la fe, refuerza la flaqueza contra los ataques de Satanás, suaviza las penas, y cura no pocas veces hasta la enfermedad corporal, de lo que hay muchos ejemplos.

Sin entrar en las cuestiones que suscitan los teólogos y moralistas, decimos que la Extremaunción, a la que los Padres llaman perfección y consumación de la Penitencia, perdona "per se", o sea por su propia virtud, los pecados veniales; y con respecto a los mortales los perdona también "per accidens", es decir, cuando el enfermo no se acuerda de ellos o no los conoce.

Nuestro entendimiento está cercado de tinieblas; la ciencia del propio conocimiento son muy pocos los que la alcanzan; por eso decía David: "¿Quién conoce los delitos? De los míos ocultos limpíame". Esto nos da a conocer la importancia de la Extremaunción. Lástima digna de ser llorada con arroyos de lágrimas, el ver en nuestros días un grandísimo número de familias cristianas, las cuales no parece sino que ignoran del todo la utilidad de recibir oportunamente los enfermos el tan consolador y saludable conforte del sacramento de la Extremaunción, por supuesto después del de la Penitencia, y el de la Eucaristía por Viático; dejando muchas veces morir a sus más íntimos y propincuos, privados de aquellos auxilios. ¡Crueles! ¡mucho cuidado con el cuerpo, que dentro de pocas horas habrá de convertirse en un objeto de horror, y con el alma que es inmortal, con el alma imagen del mismo Dios, el más completo abandono!.

Pero es que los deudos y amigos temen amedrentar al enfermo si llegan a aconsejarle que reciba los Sacramentos. ¡Amedrentar al enfermo! Pues qué: ¿por ventura los Sacramentos le acarrearán la muerte? Todo lo contrario: la fe católica y la experiencia enseñan, que algunos sanan luego que reciben el postrer Sacramento, que es el de la Extremaunción. No es esta una paradoja, es más bien un hecho práctico que está a la vista de todo el mundo. No hay, pues, motivo alguno para que se asuste el paciente; lejos de eso debe alegrarse, ya porque los Sacramentos le procurarán la salud si le conviene, ya también por lo mucho que con ellos se honra, portándose no como un irracional, para quien todo acaba con la muerte, sino como un ser inmortal, cuya altísima dignidad es merecedora de que se guarden con él todas las atenciones. Y al fin, si por un momento se aflige el doliente, debemos alegrarnos, como se alegraba San Pablo de la tristeza de los de Corinto: alegrábase, no porque estuvieran tristes, sí sólo porque esta tristeza era según Dios, puesto que los inducía al arrepentimiento de sus culpas y a la penitencia. "Nunc gaudeo, non quia contristati estis, sed quia contristati estis ad penitentiam". Contrístese, pues, el enfermo para la penitencia: bendita mil veces sea su tristeza.

¡Buen Dios! El abandono de los parientes y amigos es tanto más de sentir, cuanto que el clero está hoy tan mermado, que por mucho que se afane no puede atender a todas las necesidades. Por lo mismo se hace muy preciso que las personas que tienen celo por la salvación de sus prójimos, suplan del mejor modo que puedan la falta de sacerdotes, para que a lo menos no sean tantos los que mueran sin que haya quien cuide de excitar en su alma sentimientos de compunción y dolor por sus culpas, con la esperanza en la divina misericordia.

Dice muy bien el Sr. Martí y Cantó, digno párroco de Barcelona, en su hermoso libro titulado: "Más allá de la tumba", pág. 48, "Cuando había más fe en nuestra desventurada patria, los Religiosos ayudaban a los párrocos en esta misión tan santa y agradable a Dios; mas hoy, que carga sobre nosotros un inmenso peso de millares de almas con escasísimo número de sacerdotes que puedan prestar este servicio de caridad, conviene que los fieles a quienes Dios regala sentimientos de ternura, ayuden a morir con tranquilidad y gracia a los pobrecitos que no pueden tener a su lado en tan gran acto al ministro del Señor".

En comprobación del fruto que se saca de auxiliar a los moribundos, véase el siguiente notabilísimo ejemplo de que da fe el Papa San Gregorio el Grande: "Había - dice -, en mi monasterio un monje, cuyo hermano llamado Teodoro, siendo todavía un muchacho, quiso seguirle, más bien por matar el hambre que por vocación verdadera. Salió tan malo este mozo, que no se le podía aguantar; mas herido de muerte por una pestilencia que reinaba en Roma, juntáronse los Religiosos para recomendarle el alma y ayudarle a bien morir. De pronto exclamó el moribundo:

- Apartaos, apartaos, que vuestras oraciones no son de provecho para mí, porque ya me han entregado a un dragón para que me trague y devore; ya me tiene toda mi cabeza dentro de su boca. Iros de aquí para que acabe de engullirme, y no me dé los tormentos que ahora sufro; dejadle que cumpla lo que ha de hacer, que por estar vosotros presentes no puede acabar conmigo.

Oyendo los Religiosos estas tan espantosas voces, luego se echaron por el suelo, invocando unos a la Reina de los cielos, mientras que otros con voz piadosa y lastimera le decían:

- Hermano Teodoro, hazte la señal de la cruz, e invoca el santísimo Nombre de Jesús.

A. lo que respondía él dando grandes gritos:

- Volo me signare, sed non possum; quia squamis hujus draconis premor. ("Quiero santiguarme, pero no puedo; porque las escamas de este dragón me tienen oprimido").

Los Religiosos al oír esto, más y más estrechaban sus frentes con el suelo, rogando a Dios con muchas lágrimas, a la benditísima Madre de misericordia y a todos los Santos, para que aquella pobre alma fuera libre del poder infernal; y perseverando todos en esta oración, el moribundo volviendo el rostro hacia ellos, les dijo con mucha paz y sosiego:

- Gratias Deo! Ecce draco qui me ad devorandum acceperat fugit; orationibus vustris expulsus, stare non potuit. ('¡Gracias a Dios! El dragón a cuya voracidad había sido entregado para que me devorase, expulsado por vuestras oraciones, no pudo permanecer aquí y huye'
".

¿Se quiere un testimonio más auténtico de lo que importa a los moribundos el tener a su lado sacerdotes o personas devotas que los encomienden a Dios? Cuando el sacerdote exhorte al moribundo, procure no levantar mucho la voz, basta que aquél le oiga. No use frases estudiadas o retóricas; lo que conviene es que sean espirituales y devotas. Y sea breve en sus razonamientos, haciendo las debidas pausas para no fatigar demasiado al moribundo.

De tanto en tanto rociará con agua bendita, así la cama del enfermo como la habitación, diciendo la Capítula de Completas, que comienza: "Visita quaesumus Domine, habitationem istam", etc., o el versículo del Salmo LXVII: "Exurgal Deus et díssipentur inimici ejus, et fugiant, qui oderunt cum a facie ejus".

Si el enfermo está para ello, lo 1.° Se excitará a la contrición, pidiendo perdón a Dios. 2.° Perdone a sus enemigos y a cuantos le hubieren ofendido. 3.° Resígnese en la voluntad de Dios, sea para la vida o para la muerte. 4. ° Confíe de lleno y sin vacilar en la inagotable piedad de Dios, creyendo firmemente que la miseridordia divina es infinitamente mayor que la malicia del pecador. Acójase con franca y filial resolución a aquellas dulcísimas entrañas, con las cuales Jesucristo nos visitó viniendo de lo alto.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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