Residía en París, en el año 1827, una pobre sirvienta muy cristiana, la cual tenía por costumbre hacer celebrar todos los meses una Misa por las almas del Purgatorio, ofreciéndola siempre por la que estuviese más próxima a ir al cielo. Cayó enferma, perdió su trabajo, y quedó tan pobre que al salir del hospital sólo tenía una peseta. Buscando trabajo iba un día, cuando pasando junto a la iglesia de San Eustaquio, entró en ella movida por una oculta inspiración. La vista del sacerdote en el altar le recordó que aquel era precisamente el día en que acostumbraba hacer celebrar la Misa por las almas del Purgatorio. Llena de fe entró en la sacristía, dio de estipendio el único dinero que le quedaba, y poniendo toda su confianza en Dios, asistió a la santa Misa con suma devoción.
Terminado el Santo Sacrificio, al salir de la iglesia un joven de aspecto distinguido se acercó a ella y la dijo:
- ¿Busca usted trabajo?
- Sí, señor.
- Vaya usted a la calle..., número..., casa de la señora..., que allí la encontrará.
Dichas estas palabras desapareció entre los transeúntes, sin aguardarla expresión de agradecimiento de la pobre mujer.
Al llegar a la casa indicada, salía de ella una mujer profiriendo palabras injuriosas.
- ¿Está la señora en casa? ¿Podré verla? - Le preguntó dulcemente la piadosa mujer.
- ¿Qué sé yo, ni qué me importa? - Respondió la que salía -. Ya no la sirvo, ni quiero nada con ella.
Apenas hubo tirado de la campanilla, abrió la puerta una señora de aspecto venerable, la cual con suma amabilidad la preguntó qué deseaba.
- Señora - dijo la joven -, he sabido hace poco que necesitaba usted una criada, y vengo a ofrecerme; me han asegurado que me recibiría favorablemente.
- Pero ¿cómo lo ha sabido usted? - Preguntó la señora -. Esta mañana no necesitaba de nadie, pues hasta hace media hora no he despedido a la que me servía, y sólo ella y yo lo sabemos. ¿Quién ha podido decírselo a usted y la ha enviado aquí?
- Al salir hace poco de la iglesia en que había mandado decir una Misa en sufragio de las almas del Purgatorio, encontré a un joven que se vino a mí, y me dijo que viniera y que sería bien recibida. Di muchas gracias a Dios por tal encuentro, y me dirigí en seguida aquí, porque no tengo qué comer y necesito trabajar hoy mismo.
Mientras la señora dudaba sobre lo que había de hacer, vio la sirvienta un retrato que allí había, y al punto exclamó:
- Mire usted, señora; ese mismo es el que me habló esta mañana: vengo de su parte.
Al oir estas palabras la señora lanzó un grito, y después de una breve pausa, la abrazó con efusión y exclamó:
- No serás mi criada, sino mi hija, porque mi hijo es quien te ha enviado; mi único hijo, que murió hace dos años. Por la Misa que has mandado decir, por tu heroica abnegación, se le han abierto a mi hijo las puertas del cielo, saliendo de las horribles penas del Purgatorio, que indudablemente sufriría aún si tus buenas obras no hubiesen satisfecho la deuda de sus pecados. (Semana Católica, año 1893).
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