Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

29.5.19

Elevaciones de una alma entregada toda a Dios


¿Qué daré yo al Señor por las gracias de que me ha colmado? ¡Tomaré el cáliz de salud e invocaré su santo nombre!

¡Señor, Dios de mi vida! ¡Oh amado de mi corazón!, yo no soy más que un despreciable gusano de la tierra, ¿cómo Os saludaré?

¿Cómo cantaré dignamente Vuestras maravillas, yo que no soy sino polvo y ceniza, la misma miseria e impotencia?

¡Ah!, ¡tengo una hostia, hostia de alabanza que reposa en el altar de mi corazón! ¡Con este tesoro pagaré Vuestros beneficios, con esta hostia cantaré Vuestras grandezas y publicaré Vuestras misericordias!

¡Oh, Señor, qué hermosa es mi suerte y qué preciosa la porción de mi herencia!

Vos mismo sois, oh Dios mío, mi porción escogida, mi corona y mi gloria.

Multipliquen los hijos del siglo sus debilidades, abrévense de sangrientas libaciones, tomen el alimento que da la muerte. En cuanto a mí, no tomaré parte en sus embriagadoras locuras. La copa del pecador no se acercará a mis labios, y la iniquidad no tendrá acceso a mi corazón.

¡El Rey ha entrado en su reino; se ha sentado en el trono de mi corazón! ¡Le tengo, es mío! ¡Le tengo y no le dejaré ir!

Ha teñido mis labios con su sangre. Me ha vestido con la vestidura de la inocencia. Ha afirmado mis pasos en el camino recto. Bajo su cetro de amor andaré por los senderos de la vida.

El Señor me rige: nada me faltará. Me conducirá a buenos pastos, entraré, saldré y mi alegría será perfecta.

¡Ah, Señor!, el vino con que llenáis la copa de mi corazón, es para mí una bebida deliciosa. Los perfumes que derramáis sobre mi cabeza, la ennoblecen y la elevan.

Vos destiláis el bálsamo, ¡oh celestial Esposo! La dulzura y la suavidad, la mansedumbre y la misericordia corren con abundancia de Vuestro pecho abierto. De Vuestro abrasado corazón saltan mil chispas, que me traspasan hasta la médula de los huesos y causan un incendio de amor.

¡Oh divino vencedor, lanzad aún Vuestras flechas sobre este gusanillo que Os ama! ¡Que le hieran como una herida incurable!

Hoguera de la caridad que reposáis en mi seno, devorad la víctima y el altar...

Consumid en mí todo lo humano, destruid el hombre viejo; acabad en mí con todos mis enemigos, es decir, con mis sentidos, mis pasiones e inclinaciones desordenadas; reducidlas hasta formar de ellas el escabel de Vuestros pies.

Haceos uno conmigo, y que yo no viva ya, sino que Vos solo, oh Jesús, viváis, reinéis, y triunféis en mí.

Amén.