Amable Jesús mío, ¿cómo no había de entregarme yo a Vos, después de que Vos me habéis entregado Vuestro Cuerpo y Sangre y todo Vos mismo? Yo Os ofrezco todo lo que tengo y todo lo que soy. Me abandono enteramente a Vos. Os consagro toda mi voluntad, dignaos aceptarla y disponer de ella según Vuestro beneplácito.
Nada tengo, nada puedo; pero tengo un corazón que me habéis dado, y que nadie puede quitarme. Con este corazón puedo amaros, con este corazón quiero amaros. Pero para amaros, necesito Vuestro auxilio, y lo imploro. A Vos Os toca, ¡oh mi amabilísimo Jesús!, hacer que mi pobre corazón sea todo Vuestro, este corazón que en lo pasado correspondió a Vuestro amor con tanta ingratitud. ¡Ojalá que mi corazón sea todo fuego para Vos, como Vos lo sois para mí! Y que en adelante esté tan unido con Vos, que Vuestra santa voluntad sea la única regla de todos mis pensamientos, acciones y deseos.
¡Oh María Inmaculada!, cuyo Corazón ha estado siempre conforme con el Corazón de Jesús, obtenedme la gracia de no desear en adelante sino lo que Jesús y Vos queráis. Así sea.