Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

25.5.19

Acto de ofrecimiento y petición


¡Oh Jesús, Hijo único de Dios, sabiduría infinita y bondad esencial, esplendor del Padre, honor y gloria del Paraíso, cuya vista constituye la felicidad de los ángeles y santos del cielo!, Os adoro en todo lo que sois en Vos mismo y en todo lo que habéis querido ser en Vuestras humillaciones, a causa de la Encarnación y de Vuestra presencia real en el Santísimo Sacramento del altar; en todo lo que sois para la gloria de Vuestro Padre, y en todo lo que queréis ser para nosotros, para nuestras necesidades y nuestra elevación al cielo.

Considero el gran amor que nos tenéis, y el don que nos hacéis de Vos mismo, no solo una vez, sino tantas cuantas queremos; me doy a Vos en acción de gracias, consagrando mi vida y todo lo que soy, por naturaleza y gracia, para honrar todo lo que sois para nosotros en el Santísimo Sacramento del altar; y todos los designios que tenéis particularmente sobre mi alma, a fin de que todos se cumplan en mí, para Vuestra gloria y la de Vuestro Padre, y para mi bien.





ORATORIO CARMELITANO
Acto de ofrecimiento y petición




¡Oh, si yo Os dejase obrar, cuán grandes cosas haríais de mí, dignas de Vuestra omnipotencia, y de los oficios que ejercitáis como hostia y víctima de Dios Vuestro Padre!, por cuya razón queréis ser consumido y como anonadado por la consumición que hacemos de Vuestro cuerpo, lo cual es una suerte de protesta tácita del honor y de la gloria que dais a Vuestro Padre, cuya divina majestad miráis con tal consideración y respeto, que nada es el anonadamiento de Vuestro ser en comparación de su grandeza, que nada de este mundo necesita.

Obrad, pues, en mí, Salvador mío, cosas dignas de la consumación y anonadamiento a que habéis reducido la grandeza de Vuestra divina majestad. Deseo ser consumido por Vos, a fin de que, así como por el calor natural que en mí hay, se efectúa la consumación de la Hostia, así deseo que por el fuego divino en que Vuestro Corazón sagrado arde de amor, sea yo abrasado, y todo lo que Os desagrade en mi naturaleza corrompida por el pecado, sea destruido en mí.

Aniquilad por Vuestra virtud la rebelión de la carne, el reino del pecado, el imperio del espíritu maligno, el desorden de mis pasiones, el orgullo y la altivez de mi natural, las inclinaciones perversas de mi voluntad propia, sujetad todo esto si queréis a Vuestras leyes y al imperio que Os ruego vengáis a establecer en mí por toda la eternidad.

Ya que tengo la dicha de recibiros, recibidme Vos también, de modo que seáis mi vida, mi alma, y por consecuencia el principio de mis pensamientos, de mis afectos, de mis obras, y que participando de Vuestro cuerpo, participe también de Vuestro espíritu para conducirme por él en los caminos de la gracia, por la comunicación que espero me concederéis de las santas disposiciones de Vuestra alma. A ella quiero unirme para siempre, deseando que sea el único consuelo en mi soledad, en mis privaciones y dolores, mi único refugio en los peligros y en las miserias de esta vida.

Amén.