Os adoro, oh Jesús mío, que estáis realmente presente en mi corazón.
Os adoro con los Ángeles que Os han acompañado al venir a esta pobre morada y que, sobrecogidos de admiración en vista del abatimiento de Vuestra Soberana grandeza, se postran delante de Vos. Me uno a las adoraciones de los santos, y sobre todo a las que Os rindió la Santísima Virgen María en el día de Vuestra Encarnación, y cuando después Os recibió en la sagrada comunión.
Sí, yo adoro con la fe más viva y el respeto más profundo, Vuestro cuerpo, Vuestra sangre, Vuestra alma y divinidad anonadados en mí, y unidos a la más indigna de vuestras criaturas.
Espíritus bienaventurados que estáis llenos de luces, y os ejercitáis continuamente en las alabanzas de Dios, vosotros que conocéis su grandeza y os regocijáis de su gloria, bendecidle y alabadle eternamente por mí.
Y vos, oh María, Madre de Dios, ¿podríais rehusar a mi alma Vuestras santas bendiciones, viendo que Vuestro Hijo la ha escogido para morar en ella? Colocaos cerca de Él, si Os place, para hacerle compañía y suplir mis faltas, no sea que me abandone.