Te pido, Madre querida, que continúes posando sobre todos nosotros, sobre la Iglesia y sobre la humanidad entera tu mirar propicio, que nos cubras con el manto de tu maternal protección, y que nos fortalezcas en la peregrinación de la fe.
Sé fuerza suave en mi flaqueza, y enséñame siempre la docilidad perfecta al toque delicado del Espíritu. Enséñame tu manera de amar, de servir y de guardar en el corazón todo cuanto tu Hijo me revela.
Contigo, quiero permanecer siempre en la escucha de la Palabra y construir, como tú, mi vida según la voluntad del Padre. Te pido, Madre, que me dones tu propio silencio, aquel silencio por el que en ti habitó y fue fecunda la Palabra, para que siempre la esperanza en mi familia, en mi comunidad y parroquia, y lleve al mundo la luz que es tu Hijo Jesús.
Adorna mi alma con tus gracias y virtudes, para que sea más semejante a tu Hijo, quien constantemente nos llama a construir el cielo en la tierra y a anticipar en el tiempo las bellezas, las grandezas y los tesoros escondidos que tú, Señora del Carmelo, contemplas y vives para siempre en la gloria del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.