Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

21.7.18

De las virtudes y de los vicios: Murmuración


La Murmuración es hija del Amor propio y de la Ligereza. Es la Murmuración un vicio universal de todos los climas, tiempos y estaciones; es un torrente desbordado; es un mar sin riberas que, salido de madre, inunda todos los corazones o la mayor parte de ellos.

La Murmuración, vicio que detesto, hace su nido en los corazones vanos, soberbios y ligeros.

La chispa del Amor propio la enciende en el corazón y crece el fuego desbordándose, quemando todo lo que toca.




Es la Murmuración el puñal con que se mata a la Caridad; es el pecado abominable que quebranta el Mandamiento que tanto mi Corazón ama.

La Murmuración es odiosa e impropia de cristianos: ella rompe los vínculos más sagrados, y separa los corazones y las voluntades, trocando el cariño en aborrecimiento.

Este vicio maldito de la Murmuración produce diariamente millones de pecados y cada uno de ellos va directamente a mi Corazón que es todo Amor y Caridad.

La Murmuración es la que ataca a la fraternidad, e inocula el espíritu de división en las familias y en las sociedades. ¡Cuántos daños, cuántos males, y hasta crímenes, odios, rencores, venganzas, traiciones y escándalos vienen por la Murmuración!

¡Cuán fácil es al hombre decir una palabra, y cuán difícil e imposible volverla a recoger!

¡Cuán contadas son las almas que dominan la lengua! Sin embargo, el que no tiene dominio sobre ella, no lo tiene sobre su alma.

La lengua es el eco de las pasiones; en la lengua repercute lo que existe dentro del pecho pero, ¡ay del corazón que se deslice por la lengua! Él llorará y ¡cuánto!, los daños ocasionados y las gracias perdidas. No hay cosa, diré, que más aleje al Espíritu Santo de las almas, como la Murmuración.

En donde ésta existe no hay Caridad, ni unión, ni fraternidad; en donde reina la Murmuración reina el infierno, es decir, Satanás y sus secuaces con todos los vicios, porque la Murmuración arrastra al alma a todos los vicios.

¡Cuánto se yerra en el hablar, y en el juzgar las acciones y los dichos del prójimo! ¡Cuánto más se yerra, cuando traspasando lo que se ve, se interna el corazón, caliente con la pasión, a resolver en su imaginación, y a juzgar lo que no se ve, internándose en el fondo o interior del prójimo!

¡Cuántas y cuántas ocasiones estas imaginaciones calenturientas, estos corazones lastimados por la Envidia, la Soberbia o los Celos, dan por cosa hecha, comentan y despedazan lo que no existe y aun está muy lejos de existir; todavía más, se oponen a lo que se cuenta en los platillos de las conversaciones, y que sólo Yo veo. Mil engaños existen sobre el particular y, ¡cuán abochornadas quedarían las almas delante de Mí, si Yo por un instante les enseñara las realidades!

En los mismos momentos que despedazan una honra, una fama, una acción, en estos mismos instantes aquellas almas o personas de quienes se trata, se encuentran en mis brazos, inocentes o purificadas.

¡Qué delicado es tocar, aunque no sea sino un cabello de la fama del prójimo! ¡Cuán grandes y espantosos pecados se comenten sobre el particular! ¡Cuánto se apartan de mis Mandamientos los que tal hacen! ¡En cuán graves males y profundos precipicios caen las personas que no refrenan su imaginación y su lengua! A muchas, más les valiera no haber nacido.

Mi Corazón rechaza al murmurador y jamás descienden los favores divinos sobre las almas que llevan consigo este aborrecible e infernal vicio.

El vicio de las rencillas, de los odios y de las venganzas es de la Murmuración.

El alma que murmura no dará ni un solo paso en la vida espiritual.

La vida espiritual se apoya en la Caridad, la cual es cimiento, paredes y techo. Por lo mismo, en donde no haya Caridad, no habrá vida espiritual; porque sencillamente es imposible que la haya. La Murmuración es el veneno más activo que destruye y disuelve a las Comunidades. Porque las Religiones deben formar el foco más puro de la más acendrada Caridad. En ellas es en donde debe muy principalmente reinar, sin la más mínima interrupción, esta hermosa virtud de la Caridad, que une a Dios con el hombre, el cielo con la tierra, y a los prójimos con el más apretado lazo de la más pura y santa fraternidad.

El orden se encuentra en la Caridad.

Cuando el hombre vive de la Caridad y respira por la misma, todo camina en perfecta armonía, reinando Dios en medio de las almas que la practican. Mas por el contrario, en donde no hay Caridad, hay desorden, y Satanás reina y hace su imperio en tan grato lugar, ocasionando ahí tantos daños de inconcebibles consecuencias, que ni siquiera el hombre puede imaginar.

La Murmuración es la ponzoña del espíritu y la cizaña que destruye todo bien sobrenatural de los corazones. La Murmuración es horrible y detestable.

No crean que sea necesario que la Murmuración manche los labios del que la pronuncia para ofenderme, no; para ofenderme basta que el corazón la acepte, se entretenga y complazca en ella, para que hiera mi Corazón. ¡Tan fina es su lanceta!

La Caridad del prójimo es tan delicada, que cualquier falta cometida sobre el particular mancha el alma aunque no se exteriorice.

¡Oh hermosa flor de la Caridad! ¡Cuyo perfume es para Mí tan agradable! ¡Cómo se te deshoja y pisotea a cada instante, y no tan sólo por el corrompido mundo, sino aun por las queridas almas que se titulan mías!

La Murmuración para el hombre es un sabrosísimo licor, el trabajo para Satanás es ponerlo en sus labios; porque después de tal manera atrae y embriaga, que muy difícil es para el hombre apartarlo de sí; y solamente la Gracia secundada por el propio Vencimiento obra semejante prodigio.

La Murmuración es un hilo que en tomando la punta, nunca acaba de desenredarse y forma tales marañas y se interna en tales honduras, que es imposible para el alma salir después de aquellos laberintos, dentro de los cuales se ha metido casi sin sentirlo.

Es la Murmuración una pendiente, un declive, una cuesta abajo, que la desgraciada alma que entra por sus puertas, generalmente ya no se detiene, sino que resbala y desliza hasta caer en el fondo cenagoso en donde este plano inclinado desemboca.

La Murmuración es un vicio que no sólo daña al alma que en él se derrama, sino que convida y atrae con magnética astucia a otros corazones que la escuchan, manchándolos, y haciéndolos también su presa.

Muy difícil es al murmurador detenerse, pero más difícil es aún que las almas que lo escuchan se detengan; pues sin un gran Dominio propio, unido a una fuerza de voluntad que da la gracia, generalmente caen estas almas, y también se derrumban por el mismo despeñadero.

El vicio horrible de la Murmuración contamina y contagia a quien la escucha; y no sólo se debe huir de la Murmuración, sino también del murmurador.

Cierren siempre las puertas de su corazón a ambos y escóndanse en lo más íntimo de su alma, abrazados solamente de su Jesús, pendientes de mis divinos labios. Miren: los oídos que escuchan con placer la Murmuración, no escuchan, ni pueden escuchar, con su ruido, las inspiraciones divinas.

Es tan suave y pura y delicada la voz del Espíritu Santo, que sólo hace escuchar sus vibraciones a los oídos dispuestos de aquellas almas que, alejadas de todo ruido de vicios y pasiones, viven ocultas y quietas debajo del propio Dominio y Desprecio de sí mismas. Escuchan al Espíritu Santo las almas puras que no se manchan con la Murmuración; que se alejan de su pegajoso contacto, que saben amar y perdonar al prójimo, que esconden los defectos de sus hermanos, cubriéndolos a sus propios ojos y a los de los demás con el espeso velo de la Caridad cristiana. A estas almas me comunico y escojo para derramar mis gracias; pero ¡cuán pocas son las que sobreponiéndose a esta tan impetuosa corriente de la Murmuración, van contra ella, luchando y venciendo, sin dejarse arrastrar de su impetuosidad y fuerza!

La Murmuración es un vicio maldito que convida, y con su mágico murmullo halaga, haciendo que se goce el corazón que escucha su encantada melodía.

La Murmuración es la música de Satanás en la cual se recrea y se goza el infame, dulce arrullo también para las almas que la escuchan.

La Murmuración sin embargo es un vicio que, al desplegarse, hiere con profundos remordimientos; es la manzana dorada de la traición satánica, la cual, al llevarla a los labios, destila amarga hiel de punzantes remordimientos.

Es la Murmuración el vicio que, de una manera particular, quita la paz del alma y la intranquiliza.

El alma que me ama sólo al escuchar su nombre tiembla, y huye de ella como de la más venenosa serpiente, sufriendo terriblemente cuando ve a otras almas metidas entre sus redes. El alma que de veras ama, no se complace, no, en la Murmuración, sino al contrario: sufre y se le desgarra el corazón al verme ofendido; y lejos de dar pábulo a ella, procura evitarla por cuantos medios están a su alcance.

El remedio para la Murmuración es tan grande como lo necesita tal vicio. Este remedio consiste en el Amor de Dios. El que me ama jamás murmura, ni quiere que otros murmuren. Se le lastiman el corazón y los oídos, al mismo tiempo que se hiere a mi Corazón con estas faltas de Caridad siempre grandes y a veces gravísimas. El alma que me ama se mueve al compás de mi Corazón, y lo que mi Corazón desea, ella desea; y lo que mi Corazón quiere, ella quiere; y lo que mi Corazón aborrece, ella también aborrece. ¡Oh paridad de voluntades, la divina y la humana! ¡Oh prodigios del amor divino, de la Caridad increada, que eleva al espíritu a semejantes alturas! ¿En dónde te encontraré? ¡Cuán contados son en el mundo estos corazones que llegan a tan perfecta unión! Y, ¿saben cuál es el primero y el último escalón que a ella conduce? La Caridad, la Caridad. El que me ama, ama a su prójimo, el que murmura no me ama, no vela por mi honra, ni le importa verme ofendido, ni ofenderme, destrozando y escuchando gozoso que se destroce la honra ajena.

Se murmura en los bailes, en los templos, en los hogares y en las Religiones; en las plazas y en las diversiones mundanas, igualmente que entre las cuatro paredes del Claustro.

¡Oh infame y universal peste que causa la muerte de tantas almas! Igualmente mancha los labios del perverso que del timorato; igualmente, con infernal astucia se desliza en el mundo que en el Sacerdote Religioso. ¡Oh!, detén esta corriente impetuosa de la Murmuración que conduce tantas almas al infierno. Apenas se cuentan algunas que no están manchadas con semejante vicio.
En todos los instantes del día y de la noche las crueles espinas de la Murmuración no cesan de herir a mi amante y delicado Corazón.

Amo tanto al hombre, que los dardos que se dirigen a él Yo los recibo, y a Mí me hieren.

El alma a quien se ofende ignora generalmente la ofensa que se le hace; pero Yo que todo lo veo, sé muy bien la hora en que se le ofende, y mido y peso su tamaño y su valor; y mi Corazón sufre tanto, y más que el corazón ofendido.

La Hipocresía hace en el campo de la Murmuración un gran papel.

Con frecuencia se está desgarrando la honra del prójimo; mas al presentarse éste, de quien se murmura, se le brinda de la manera más falsa y miserable, y se ofrece la estimación, al aprecio y aun en ensalzamiento, con la sonrisa en los labios.

¡Oh maldito vicio, rastrero y bajo, que así traicionas al pobre que está muy lejos de conocer tu negrura! Pero Yo te veo y conozco la hondura de tu vileza, y mi Justicia se descargará en el hombre, hasta quedar pagada y satisfecha.

¡Ay del murmurador! ¡Ay del que como agua, se bebe la deshonra de su hermano! Muy caro pagará su desenfrenada lengua los daños sin número que haya causado.

Hablo de la Murmuración común, que toda es aborrecible, odiosa y temible: porque la Murmuración que ya llega a la Calumnia no tiene comparación, y será castigada con toda severidad, "Con la vara que midiéreis seréis medidos" dije; y lo cumplo al pie de la letra. ¡Tiembla, mundo corrompido, y detente, si no quieres sentir sobre ti el inmenso peso de mi Justicia!

Existe, como ya indiqué, una Murmuración interna, que también hace algunos estragos en las almas.

Esta Murmuración tiene generalmente su campo favorito en las Religiones. Ahí poco se puede hablar y murmurar con la lengua; porque si tal hubiere, sería una terrible relajación que echaría por tierra las Comunidades, con lamentables males y grandes castigos. Hablo ahora de la Murmuración interna que desequilibra las voluntades y emponzoña las corazones; siendo en cierto sentido aún más dañosa para las almas que la llevan consigo, que la abierta y ruidosa.

Esta Murmuración secreta es una serpiente enroscada, que va sordamente mirando al alma, destilando en ella su veneno, emponzoñándola.

¡Alerta! Da el alerta de tan espantoso mal. Yo tengo más odio a estas secretas pasiones, por el multiplicado daño que acarrean, que a las pasiones que se hacen sentir con estruendo y ruido.

Mucho de esto hay en las Religiones, mucha Murmuración secreta y sorda que carcome los corazones infiltrándose suavísimamente la espantosa pasión del odio para con su hermano.

Y, ¿qué me importa que los labios callen cuando el corazón grita, furioso y desesperado? ¿Qué me importa que la boca no se manche si el corazón está lleno de inmundo lodo? ¡Oh, de cuántas almas religiosas lamento esto que voy diciendo! Esta pasión maldita toma a veces tal incremento, que contaminando todos sus actos, se interna hasta en sus oraciones, las cuales son como el centro de donde el alma desatada se goza en sus conjeturas, odios, y rencillas, dando rienda suelta a su imaginación la cual juzga a sus anchuras los hechos y dichos ajenos, interpretándolos a su antojo y torciéndolos lastimosamente sin piedad. ¡Ay! ¡Y cuánto tengo que lamentar sobre el particular!

¡Y muchas de estas almas se creen limpias porque sus labios callan! ¡Ilusas! Por el contrario, me ofenden más gravemente, cebándose interiormente en la sangre de sus hermanos, y aun más gravemente, y esto con frecuencia lamentable cebándose en la sangre de sus Superiores. ¡Y las almas que tal hacen se llaman mías! ¡Oh aberración inconcebible para el entendimiento humano! ¿Cómo es posible que la Caridad se junte con la Murmuración? ¿El Bien supremo con el mal? ¿La Verdad por esencia con la Calumnia y la mentira? Error, error sumo en que Satanás desgraciadamente tiene envueltas a muchas almas que llevan en su seno muchas clases de pasiones secretas. Estas almas se creen limpias de la mancha del pecado porque sus pasiones no salen al exterior. ¡Oh ilusión! Arroja lejos, arranca la careta a Satanás, y descubre a las almas incautas y engañadas sus mañas. Descubre al mundo espiritual las maquinaciones de Satanás. Que este mundo espiritual abra los ojos y las mire y huya de ellas aborreciéndolas.

Con estos vicios estoy dando un pan, que aunque no soy Yo mismo Eucaristía, procede sin embargo de Mí. Este pan es el pan de mi doctrina, que es para muchas almas. El pan de mi doctrina es también alimento y muy nutritivo para las almas que de él se sirven pues no sólo de pan material vive el hombre, dije un día, sino de toda palabra que procede de Dios.

Reparte, pues, este alimento, este purísimo trigo que hoy pongo en tus manos, para que produzca frutos de vida eterna. Alimenta a los hijos del Oasis con tan saludable manjar, y beban todos de esa agua que salta hasta la vida eterna; porque quien beba de esta agua no tendrá sed: y mi Palabra apaga el hambre y la sed, despertando otra hambre y otra sed divina que se da a los que se llaman Bienaventurados. La Palabra que sale de mi boca contiene o lleva en sí las propiedades de dar hambre y sed divina. Mi Palabra jamás vuelve vacía, sino que germina y fructifica. Al enviarla al mundo, siempre ha sido con el objeto de salvarlo y de dar gloria al Padre.

Yo, el Verbo, soy la Palabra eterna, divina, santísima, fecunda y pura. Vine al mundo, y el mundo me rechazó: pero los que creen en mi doctrina y la ponen en práctica, y creen en Mí serán míos, y Yo los coronaré con eterno premio y abundantes recompensas.

Casi no he tocado el punto de los Vicios secretos, los cuales existen, y son abominables. Detesto más los Vicios secretos que los públicos, por su malicia y ponzoña. Y no crean que los Vicios secretos sean los vicios internos o espirituales, no; los Vicios secretos son una falange aún más dañosa, que tiene su reinado sordo y oculto en el fondo de los corazones.

Los Vicios secretos son vicios del corazón alimentados con el pensamiento y la voluntad pecaminosa.

Estos Vicios secretos son pecados que llevan consigo una horrible malicia; otros, asquerosa impureza, satánicos odios y mil abominaciones, las cuales se fraguan, crecen y se desarrollan en el fondo más oculto del entendimiento, dándoles pábulo y fuego la memoria, y cebándose en ellos la voluntad culpable.

Todo el campo de los Vicios que he descorrido ante su vista y descorreré, se encuentra también en el fondo secreto de este orden interno de las secretas pasiones.

La Hipocresía cubre y defiende semejantes tesoros infernales; y con la pureza en la frente, y la bondad en los labios, se presentan ante el mundo miles de personas, las cuales, si en sus actos exteriores nada tienen de reprochable, su interior, sin embargo, es inmundo, asqueroso, y lleno de fangoso cieno.

En esta falange se encuentran las vírgenes puras del cuerpo, y abominables del alma; las que, respirando santidad, son unos demonios encarnados; las que llevan dentro de sí la ponzoña infernal, revolcándose a todo su sabor en ella, inundadas y podridas de pecados secretos y ocultos.

¡Oh Señor! ¿Es más grande acaso lo que se piensa que lo que se ejecuta? -En cierto sentido, sí.

Yo repruebo el instante en que la voluntad se determina al mal, aun antes que lo ejecute. El que consiente en los negros pensamientos, sólo un paso le falta para la ejecución de los mismos.

Yo aborrezco el mal en su fuente, en su nacimiento, en el seno de la condescendencia culpable, aun antes de que salga a luz.

Mi Justicia es a veces tal, que descargando su peso sobre el infame que en su corazón me ofende, no le doy tiempo para que lo ponga en ejecución. A Mí me basta su depravado intento, puesto que desde que la voluntad libre lo abraza, me ofende y hiere.

Las impurezas, los Odios, los Rencores, las Venganzas. las Murmuraciones y otra multitud de Vicios que se fraguan en el corazón, y tienen ahí su asiento y vida, aunque jamás salgan a los labios ni a la ejecución, son, los más, pecados contra la Caridad; y a Mí los más de ellos me ofenden gravemente.

Todo cuanto la voluntad acepta contra Mí y contra el prójimo, son pecados que lastiman y hieren hondamente a mi Corazón.

Existen pecados secretos que el hombre acepta en su misma persona, los cuales son también ocultos y escondidos y cuya crecida malicia se encuentra en la refinada complacencia al mal. Estos pecados son tan horribles, que no quiero descubrirlos, y sólo digo que casi siempre merecen el infierno.

La Murmuración es la muralla que detiene a la Santidad. En donde se encuentra este maldito Vicio no duden en asegurar que bien lejos está la perfección del alma que lo lleva consigo. La Murmuración lleva en sí muchos colores y vivos disfraces. Nace del amor propio, repito, en un corazón vano y ligero; crece con la sensualidad, y su desarrollo completo está en el Mundo, Demonio y Carne. La vida disipada siempre la lleva consigo, porque la Murmuración es el alma de la Disipación, Vanidad y Locura. El alma disipada, vana y egoísta, siempre murmura. Es la Murmuración el pasto del corazón inmortificado y soberbio.

Su remedio, como dije, es muy grande: es el Amor divino, aquel fuego ardiente y puro que consume en el alma toda pasión desordenada y enciende la Caridad para con el prójimo.

Mas los remedios para llegar a alcanzar este remedio divino, son los que conducen al alma por la Cruz, crucificándola.

En la cruz, y sólo en ella se encuentra la fuente del divino Amor; solamente con el leño de la Cruz, se enciende el fuego de la Caridad. Y, ¿saben cuál es el camino para llegar a abrazarse con la Cruz? El de la práctica sólida de las virtudes.

Mas para llegar a plantar las virtudes en el alma se necesita arrancar del alma y de raíz, todos los Vicios. Este es el camino de la Cruz, de la Santidad y de la Perfección, el cual conduce al Espíritu Santo; y con Él al reino eterno de la Caridad.

Otro eficaz remedio contra la Murmuración, el cual es también un escalón para alcanzar el Amor divino, es el Silencio.

Oro y muy aquilatado es el Silencio. Siempre callar, y solamente hablar cuando conviene a la gloria de Dios y al provecho del prójimo, es de santos. Para el hombre, la lengua es lo más difícil de dominar; es tan fácil hablar y hablar mal, deslizándose en la Murmuración, que en todas ocasiones lo más prudente y acertado es callar.

El hombre jamás o muy raras ocasiones se arrepiente del silencio, mas siempre tiene que deplorar y que arrepentirse de haber hablado.

El silencio no solamente impide la Murmuración, en la cual se desliza el hombre, sino que también detiene y corta la Murmuración de otros.

En el silencio se estrella toda Murmuración, pero hablo del silencio total y completo, no sólo de la boca sino también del corazón.

Existe también un silencio provocativo (hasta allá llega la malicia satánica) y hay mucho variedad en estas clases de silencio, pero se entiende que no me refiero sino al silencio sincero que busca la virtud y quebranta al vicio.

¡Feliz el alma que sabe callar! Ella se librará de infinitos males. El silencio de la lengua trae consigo muchas virtudes y muy heroicas, mas el no atar corto a la lengua y el desbordarse acarrea infinitos males. El pulso del espíritu es la lengua, y a la medida que ésta se ata, toma vuela el alma, internándose en los secretos divinos.

Cuando la lengua calla, los oídos escuchan, y mientras más calla, más se afinan los oídos del espíritu para escuchar las inspiraciones divinas.

La lengua pone tal estruendo en el corazón, que el alma, con su ruido, no puede escuchar la suavísima voz del Espíritu Santo.

El silencio conduce a la perfección, y en la vida espiritual es indispensable. Sin embargo, la regla para que el silencio sea recto y ordenado, es acompañarlo siempre con la rarísima virtud de lo Oportunidad. Hablar cuando convenga y lo mismo callar, es de varones perfectos y muy experimentados en tan arduas tareas.

Pero generalmente, excepto en raros casos, lo más perfecto, y lo que cuesta más al hombre es callar; callar siempre. Callar no sólo con la boca, sino también con el corazón. Callar cuando el hombre se ve injuriado, befado, calumniado y vilipendiado, es virtud de Santos, y muy rara en el mundo actual. Y, ¡cuánto recompensa este silencio en semejantes casos!

El Silencio tiene su especial premio.

Con el silencio se ejercitan muchas virtudes, y la Caridad innumerables veces encuentra en el silencio su asiento. Callar los defectos del prójimo es gran virtud, y cuando haya obligación de descubrirlos, entonces que sea con sencillez, con caridad y con verdadera pena interna de esta obligación.

Con esto me refiero a las Religiones.

Esta obligación de descubrir los defectos del prójimo es santa, si se cumple como se debe; mas es dañosa cuando traspasando los límites, se falta a esta bendita virtud de la Caridad, ya en las exageraciones, ya en el modo o manera de decir, o ya también, y, ¡cuánto hay de esto!, cegadas por alguna secreta pasión de odio, mala voluntad o resfriamiento. Mucho se falta sobre este punto a la Caridad, repito, en las Religiones. Para estos casos, muy limpia debe estar la intención: gran pureza debe haber en ella, y un cuidado muy singular en no deslizarse.

Se debe decir la falta del hermano sintiéndola, doliéndose de ella como propia; la Religiosa o Religioso debe aborrecer la falta, mas no a la persona que la cometió por grande que sea la culpa.

En el espejo sin mancha de la oración es en donde se deben ver, pesar y medir las faltas propias y las del prójimo; pero no me cansaré de recomendar la Caridad, y no una Caridad desordenada que cubra o palie lo digno de reprensión, que esto no sería caridad, sino imprudencia y desorden, quiero en la Religión la Caridad ordenada, recta y santa.

Muy delicado soy en punto tan importante de la Caridad del prójimo. Por esto tanto me he extendido en el vicio contrario de la Murmuración.

¡Ojalá las almas tomaran el camino trazado del Silencio, de la Cruz y del Amor divino! Ellas triunfarán de Satanás y de todas sus negras maquinaciones, que vean todas dispuestas a hundir a las almas y a quitarme la gloria.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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