Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

8.7.18

De las virtudes y de los vicios: Vicios opuestos a la virtud de la pureza. Inmodestia


Quiero hablar de un espantoso vicio que repele mi Corazón y llena de almas el infierno, esto es, voy a hablar del nefando vicio contrario a la Pureza.

Ese vicio es hijo de la Soberbia. La Envidia y los Celos forman su corte favorita.

Ese vicio es una pasión dominadora y asquerosa que se apodera del alma, del cuerpo, de todos los sentidos y potencias de la criatura y de cada uno en particular, avasallándolos y comunicándoles su emponzañado veneno.




Por el pecado contra la Pureza entra la Incredulidad. Es una pasión que ofusca la Fe en los corazones, quita la Esperanza y destruye la Caridad.

La Inmodestia aleja de Dios que es la misma Pureza. El Espíritu Santo jamás desciende ni siquiera se acerca ni mira, ni oye a las almas que no son puras; aun más, huye de ellas, retirándoles la gracia y la luz, y en su alejamiento quedan las almas en profundas oscuridades y espantosas tinieblas.

El vicio que más aleja al alma de Dios es el que es contrario a la pureza. Por lo mismo no es extraño, sino una consecuencia muy natural, que las almas que no son puras se hundan en pecados mortales y se revuelquen en el pestilente cieno de sus pasiones.

El vicio contrario a la pureza es un veneno tan activo para el alma, que tocándola, la mata; aun más, su hábito corrupto inficiona, inocula y daña hasta quitar la vida, si no se toma pronto o no se aplica el antídoto que es el arrepentimiento y la humillación profunda, o sea la Cruz en todas sus formas.

Ese vicio es una fiera astuta y de tal naturaleza, que para destruirla, se necesita que el mismo Dios le haga frente. La criatura debe huir de ese vicio como de la más temible serpiente, porque su sola mirada envenena y daña.

Ese vicio es una pasión vil, baja y rastrera, que degrada al hombre hasta convertirlo en bestia.

Lleva en su seno el funesto magnetismo de la vileza más infame y de la malicia más solapada.

Se oculta para morder y aparece para precipitar al alma en la desesperación.

Acudir a Santa María, la más pura de las criaturas, la Inmaculada y sin mancha, aleja del alma ese horrible vicio.

El germen de este mal nace en el hombre: hace presa del hombre, si éste antes no la sujeta por medio de los Sacramentos, Humillaciones y Dominio propio.

La Divina Eucaristía es el remedio infalible contra el horrible vicio de que hablamos, porque la Eucaristía contiene a la Pureza misma. Además, mi Sangre Preciosa engendra vírgenes y fortifica los corazones, limpiándolos e infundiéndoles luz y gracia.

El vicio opuesto a la Pureza es una gangrena que en un abrir y cerrar de ojos corrompe a los corazones más puros; tan rápido y dañino es el veneno que lleva consigo. Esta espantosa gangrena si no se corta inmediatamente que se siente su pegajoso contacto de terrible fuego, pronto quemará y formará incendios formidables en las almas, que sólo Yo puedo apagar con mis gracias extraordinarias, no bastando las comunes y ordinarias.

Ese vicio es, sobre toda ponderación, horrible, el cual lo mismo se cubre con las sedas que con el sayal.

El mundo está lleno de peligros de ese vicio horroroso. En los campos y en las ciudades; en los palacios y en las chozas, en todos los estados, clases, edades y condiciones, en más o menos escala, existen estos peligros.

Apenas despierta la razón cuando ya este vicio maldito se inicia en la criatura.

Rara, rarísima y muy escogida del Espíritu Santo es el alma que está libre de esta peste; y aún más rara la que no sólo está libre, sino la que siempre ha estado libre de ella. Esta es una señal muy clara de predestinación: porque el alma virgen, pura e inocente es nada menos que un reflejo del mismo Dios.

La Cruz es el antídoto contra ese vicio. El Dolor en todas sus formas, además de purificar el alma, lleva en sí mismo una virtud que libra a las almas de este vicio infernal. ¡Feliz el alma que se abraza de la Cruz! Ella será pura y mis ojos la buscarán para complacerme, y el Espíritu Santo derramará sobre ella abundantes gracias, y sus Frutos y sus Dones preciosos. ¡Oh feliz crucifixión la de la carne y del corazón! ¿Cuándo el mundo te comprenderá?

La Penitencia es el arma poderosa contra ese nefasto vicio. Es acto de cristianos y necesario para el que busca servir a Dios y salvarse, el doblegar a la naturaleza bajo el imperio de la razón y de la fe, quitándole toda demasía y desorden. Cuando la Inocencia se pierde, y se pierde por ese vicio, solamente la Penitencia puede suplirla. La hermosa virtud de la Penitencia es en estos casos muy grande y muy necesaria.

La Mortificación es el escudo contra los dardos de Satanás. Ese vicio terrible fabrica en las almas unos oídos dispuestos y muy finos con los cuales escuchan los cantos más secretos de esta sirena infernal. Para cerrar estos oídos se necesitan los cauterios de la Penitencia y de la Mortificación.

¡Oh! ¡Cuánto pudiera decir de este maldito vicio que tantos castigos ha traído al mundo!

El agua y el fuego vinieron del cielo a ahogar y a quemar tan formidable peste. El mundo en el diluvio y las ciudades nefandas fueron presa del castigo del Omnipotente. Muchos corazones debieran hoy, por la misma causa, quemarse y ahogarse; pero tengo una eternidad en donde quedará satisfecha la divina Justicia.

Mas no, no; mi Corazón se estremece: quiero perdonar; traigo el perdón al mundo en sus últimos tiempos por medio de mi Corazón y de mi Cruz. La Cruz es la salvación del mundo. Griten, y que esta voz resuene por toda la tierra, que el remedio de ese vicio es la Cruz, es el Dolor, santificado por mi Corazón en la Eucaristía Sacrosanta, en Santa María. Que lo entienda este mundo espiritual tan lamentablemente engañado y engañador, ya que entre los mismos pliegues de las virtudes se ocultan muchas veces este cenagoso vicio.

¡Cuántos y cuántos corazones comienzan bien y acaban mal! Los cariños que no llevan el contrapeso de muchos y muy grandes virtudes, ¡y esto es difícil a la naturaleza humana! Casi siempre, aunque sean espirituales, de cariños espirituales pasan a lo material. Todavía agrego más: que los cariños espirituales son los más dañosos y los que más secretamente me ofenden.

Las mujeres, y las personas que se dicen decentes, llevan también en su ser este vicio tan abominable, porque toda carne lleva el germen del pecado.

Todos los padecimientos físicos de mi Cuerpo, en mi Pasión dolorosa; los sufrimientos en su mayor parte de mi Corazón en la agonía del Huerto, y en la Cruz, fueron solamente para expiar ese horrible pecado.

Con esto verás si es grande este vicio. Tanto sufrí y padecí cuanto fue necesario y cuanto era la ofensa inmensa e infinita hecha a la Divinidad. Sólo el Hombre-Dios que es la Pureza misma, el Foco eterno de la Inmaculada Pureza, podía debidamente satisfacer a la Pureza ultrajada.

¡Qué abominable es ese horrendo vicio!

Existe en el mismo Infierno un fuego especial para castigarlo.

No sólo reside ese vicio en el cuerpo, sino también en el corazón, por esto es tan funesto. El corazón comunica ese veneno al cuerpo y no éste a aquél. El alma que no es pura, toda es asquerosa. Hasta la atmósfera que respira está llena de miasmas corrompidos y pútridos que la envenenan más y más.

Este vicio se coloca siempre sobre una pendiente tan empinada, que precipita generalmente hasta el infierno a la desgraciada alma de la cual hace su presa; ¡nada es capaz de detenerla!

Este vicio universal que odio cuanto es capaz de odiar mi infinita Pureza, causa una de las más dolorosas y profundas penas que sufre mi Corazón.

Ninguna alma que no es pura puede conocerme, y mucho menos puede amarme. Ninguna de esas desgraciadas almas puede acercarse a Mí, si antes no se limpia con el agua de la contrición, y eso, ni en el tiempo, ni en la eternidad. Mis ojos jamás se posan en una alma que no es pura. Lejos de Mí todo lo manchado; ya que soy el Dios de Luz, el Dios de Claridad, de Limpieza y de inmaculada Pureza. Mi voz nunca jamás penetra en los oídos que Satanás ha dispuesto para escucharle. Yo mismo soy el antagonista de la Impureza. Al corazón manchado yo no bajo. Me bajan ¡oh dolor!, las manos sacrílegas de los que pasan por míos; y también me reciben los pechos enlodados y traidores. Aquí tienen mi Pasión cotidiana, la que me hace sufrir y penar incomprensiblemente más, en el sentido místico, que la del Calvario. En el Calvario me crucificaron sólo una vez; ¡y aquí tantas! Era entonces feliz con el duro contacto de los clavos, de la Cruz; mas el contacto del Cuerpo Virginal con el contacto de los corazones impuros, ¡ay!, es el mayor suplicio para mi virginal Pureza. Todos los días ¡y cuántas veces al día!, se me sacrifica de este modo y..., ¡sólo los clavos del amor me obligan a semejantes penas! Este punto de los sacrilegios casi pasa desapercibido para todos los cristianos que me aman; y sin embargo, debiera ser el punto capital de sus expiaciones.

¡Oh qué dolor es este de estrecharme de tan íntima manera con lo que más odio, rechazo y me repugna! Y permito todo esto porque ama a este infame mundo que me arroja en su inmundo lodazal, y me estruja y me pisotea.

Estos escritos que son míos y muy míos, y que tienen un fin que sólo Yo sé para la santificación de muchas almas, me darán mucha gloria.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario