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- Del modo de meditar y orar valiéndose de los Ángeles y de los Bienaventurados. -
Para merecer la protección de los Ángeles y Santos del cielo, usarás de dos medios.
El primero será levantar tu espíritu al Padre eterno y presentarle las alabanzas que le da toda la corte celestial, y los trabajos, persecuciones y tormentos que han padecido los Santos en la tierra por su amor; y pedirle después, en virtud de las pruebas ilustres de fidelidad, amor y constancia que le dieron estos gloriosos predestinados, que te conceda la gracia que necesitas.
El segundo será invocar a los bienaventurados espíritus, pidiéndoles que te ayuden a corregir tus vicios, y a vencer todos los enemigos de tu salud, particularmente que te asistan en el momento de la muerte.
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Algunas veces admirarás las gracias singulares que los Santos han recibido del Señor, alegrándote de sus excelencias y dones como si fuesen propios tuyos, y complaciéndote con un santo júbilo de que Dios les haya comunicado mayores ventajas y privilegios que a ti, porque así ha sido de su beneplácito y agrado; y tomarás de aquí ocasión y motivo para alabarlo y bendecirlo.
Mas para que puedas hacer este santo ejercicio con buen orden y poco trabajo, dividirás según los días de la semana los diversos órdenes de los Bienaventurados en esta forma:
- El domingo invocarás a los nueve Coros de lo Ángeles.
- El lunes a san Juan Bautista.
- El martes a los Patriarcas y Profetas.
- El miércoles a los Apóstoles.
- El jueves a los Mártires.
- El viernes a los Pontífices y demás Confesores.
- El sábado a las Vírgenes y demás Santas.
Pero sobre todo, hija mía, no te olvides jamás de implorar frecuentemente el patrocinio y socorro de María santísima, que es la Reina de todos los Santos y nuestra principal abogada; y el de tu Ángel custodio, del arcángel san Miguel, y de los demás Santos a quienes tuvieres particular devoción.
No dejes pasar día alguno sin que pidas a María, a Jesús y al Padre eterno que te concedan como principal abogado y protector tuyo, al bienaventurado san José, esposo dignísimo de la más pura de las Vírgenes, y recurrirás después a este glorioso Santo con mucha fe y confianza, pidiéndole humildemente que te reciba bajo su protección y amparo.
Son, hija mía, infinitas las maravillas que se cuentan de este gran Santo, y muchos los favores y gracias que han recibido de Dios los que en sus necesidades, así espirituales como corporales, lo han invocado, principalmente cuando han necesitado la luz del cielo, y un director invisible para aprender a orar y meditar bien.
Si Dios, hija mía, considera y atiende tanto a los demás Santos por haberle servido y glorificado en el mundo, y tanto favorece a los hombres por su intercesión, ¿no será muy condescendiente con este admirable Patriarca, a quien el mismo Dios honró de tal manera en la tierra que quiso sujetarse a él, y como padre obedecerle y servirle?
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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