Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

14.6.18

De las virtudes y de los vicios: Disipación


La Disipación es hija de la Vanidad y de la Ligereza. Es el veneno del espíritu y la muerte de la Oración. Ella seca las fuentes del Recogimiento, y las corrientes santas de los divinos favores.

La Disipación hace a los espíritus vanos, frívolos y veleidosos, pues consiste en una ceguedad culpable del entendimiento y del corazón.

Las almas disipadas no tienen asiento, ni tranquilidad, ni paz: las envuelve un torbellino de Mundo, de Imaginación y de falsas Ilusiones, y esta es la atmósfera en que viven y respiran, iniciándose cada vez más y más con su pútrido contacto.




Con la Disipación se embotan las fuerzas del espíritu y se debilitan: ella tiene por principal objeto destruir la vida interior y conducirla al pecado.

La vida interna se destruye con el constante roce de las cosas sensibles y atractivas.

La Disipación despierta en el alma la Sensibilidad con todo su séquito de vicios; hace al alma floja y perezosa, amiga de la Comodidad, Delicadeza y Molicie, refractaria de la Mortificación, Penitencia, Trabajo y Sacrificio.

El alma disipada vive en los sentidos, y el Sensibilismo siempre la acompaña.

Enemigos terribles son la Sensualidad y el Sensibilismo, y la Disipación constantemente los lleva consigo.

El alma que desee servir a Jesús debe huir de toda disipación, que es la ruina de las almas.

En la disipación se encuentra el pecado, como consecuencia natural y con el pecado, todos los males del alma y también del cuerpo.

La Disipación va contra el Orden, y todo lo que a esta virtud toque es dañino y de graves consecuencias. ¡Donde reina la disipación reina Satanás!

La Disipación es un arma que Satanás esgrime con abundantes frutos; es una corriente impetuosa que arrastra a miles de corazones; es un imán que atrae a las almas hacia el mundo de todos los vicios.

No hay cosa que aleje más al Espíritu Santo del alma que la Disipación.

La imaginación no sólo existe en los sentidos del cuerpo, sino también en los del alma, y es más dañosa en el alma.

Es una de las principales armas de que Satanás se vale.

La que existe, diré, en los sentidos del cuerpo conduce a la que anida en los sentidos del alma; porque aquellos son las puertas para los interiores.

Terribilísimos estragos hacen en el mundo espiritual la Disipación: es ella el invierno del alma, que seca, tuesta y hiela a cuanto toca; es la muerte de las Religiones, porque en donde entra aquella, se destruyen éstas.

La vida del espíritu debe respirar muy lejos de la Disipación, en otra atmósfera muy distinta, para no contaminarse de tan contagioso mal.

Decrecen las virtudes más altas con la Disipación, de una manera que sólo Dios sabe.

Ese vicio lleva aún a las almas fervorosas hasta el mismo centro de la Tibieza y de la Indiferencia.

El alma que verdaderamente ama a Dios no la consiente; y si alguna vez cae en ella, luego se llena de un inmenso vacío y de un hondo remordimiento.

Llora aquella alma, sin consuelo, los efectos de la Disipación que tan mal la dejaron.

En la Oración, muy principalmente, siente el alma su dañino contacto, y el hielo que enfría tan glacialmente el corazón.

Cuando menos, se resiente su interior en todos los actos de piedad.

Uno de los principales instrumentos de que Satanás se sirve para falsificar la Piedad, es la Disipación.

En la recepción del Sacramento Eucarístico, es en donde más resiente el alma los estragos que hizo la Disipación.

¡Qué lejos de ella se encuentra el recogimiento y el fervor!

La Imaginación hace del alma su juguete, como que es el grande palenque de la Disipación malvada.

¡Más almas arranca la Disipación de los brazos de Jesús de lo que a primera vista parece: más gloria le quita, de la que el hombre se imagina!

¡Y es tan general ese vicio que el mundo se encuentra inundado en él, y las almas a millares se ahogan dentro de ese mar!

¡Grandísimo mal es la Disipación, y el Purgatorio se llena de almas disipadas!

¡Cuántas también, por esta pendiente resbalan hasta parar en el fuego terrible del infierno!

Y éste es un punto del que apenas se hace caso; y sin embargo las almas se hunden por él en la Indiferencia, en la Frialdad, y en la Tibieza; y apenas hay quien las detenga al borde de tan hondo abismo, de tan horrible precipicio.

No se hace caso ni hincapié en este destructor vicio que alhaga para matar al alma, o emponzoña cuando menos; siendo que es de dar miedo y honda pena el número de almas que derrumba, y los estragos inconmensurables que hace, en la vida espiritual, sobre todo.

¡Horrible Disipación, qué aborrecida es de Dios! Cuanto ama Dios al Recogimiento y a la Soledad tanto a ella odia y abomina.

¡Pobres almas, las que se dejan arrastrar por la Disipación! ¡Ellas tendrán que llorar mucho para reparar los estragos de tan grande mal!

¡Nunca en el alma disipada entra el fervor que procede del Espíritu Santo y que tanto levanta al corazón del hombre!

¡Jamás las puertas de la Contemplación se abren para ella!

Satanás toma al alma disipada como vil juguete y la entretiene con mil brillantes fantasmagorías, haciéndole perder un tiempo precioso para merecer.

El remedio contra la Disipación es el Orden: en él se encuentra la Rectitud y el Reposo.

El Recogimiento, la Soledad y el Silencio son las más poderosas ayudas para destruir la dañina Disipación.

¡Feliz y mil veces dichosa el alma que llega a desecharla, y más aún, la que jamás le ha dado entrada en su corazón! No sabe, no, de qué gran mal se libra.

La Disipación es una madre que tiene muchas hijas, a cual más dañosa para las almas, y extiende sus alas hasta muy lejos, llenando de miserias y de vicios los corazones.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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