Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.6.18

De las virtudes y de los vicios: Vanidad


La Vanidad es hija de la Soberbia y del Amor propio; su reinado existe en todos los corazones, sobre todo mujeriles. Es un vicio que nace con el hombre, y crece y se desarrolla en más o menos escala, según los medios que se le proporcionan.

La vanidad es un vicio que levanta al alma de la tierra en alas de fantásticas imaginaciones y locas quimeras que presto pasan y se desvanecen como el humo.




La mujer principalmente la lleva infiltrada dentro de su propio ser, y antes muere ella, diré, que la vanidad que lleva consigo.

Si le da pábulo con la Sensualidad, crecerá, crecerá de una manera gigantesca, arrastrando el alma hasta su perdición. Si la pone a raya y la domina con el espíritu y la razón, la debilitará, la encadenará, aunque jamás podrá destronarla por completo.

La Vanidad es una pasión terriblemente tenaz.

Mientras viva el hombre, deberá durar la lucha contra ella y la guerra para derrocarla.

Es la Vanidad una serpiente de siete cabezas: cuando se le aplasta una levanta otras.

Es tan sutil la Vanidad que en compañía del amor propio, de donde procede, se introduce en todo corazón; en lo humano y en lo divino; en lo material y en lo espiritual; en lo sano y en lo perverso; en el teatro y en el Templo; debajo de la seda y debajo del sayal; de los mantos reales y de los hábitos más pobres y humildes. Llega a tal grado su descaro, que corrompe hasta los actos de la más acendrada piedad y santa devoción; y se introduce, ¡horror!, hasta el fondo mismo de las virtudes, emponzoñándolas.

Igualmente se encuentra en los bailes que en los entierros: es un vicio maldito que aún en los sepulcros existe, no contentándose con llegar hasta los umbrales de la muerte.

La mujer está amasada, diré, con la Vanidad.

La lleva consigo como una segunda naturaleza. En sus pensamientos, deseos, movimientos, aspiraciones y respiraciones se encuentra; en sus potencias y sentidos, y aún en el fondo de su espíritu aparece.

Dobles armas necesita la mujer para derrocar a tan horrible vicio; y es un gran triunfo para ella el poderlo dominar y en parte vencer, porque es un monstruo con muchas vidas y es necesario apuñalarlo sin descansar jamás.

Es indispensable, para emprender con fruto la vida espiritual, derrocar la vanidad y ponerla encadenada debajo de los pies.

El primer escalón de este camino del espíritu aquí se encuentra: sobre todo, si es mujer la que intenta llegar a la Perfección. Sin pasar por este escalón la vida espiritual será ilusoria, pues no puede existir en una alma en que domina la Vanidad.

Es la Vanidad en la vida espiritual un dique poderoso que detiene las comunicaciones divinas.

En el acto mismo en que el alma se siente hinchada con las gracias, atribuyéndolas a sus propios méritos, éstas se retirarán y la abandonan.

No hay cosa que más rechace al Espíritu Santo como la Soberbia y todos los vicios que de ella se derivan.

Es la vanidad un secreto levantamiento del corazón, un humo ilusorio que ilumina los actos de la criatura a sus propios ojos con arreboles que pasan, dejándole después los esqueletos y desencantos de las tristes realidades.

Es la vanidad la quimérica fantasía que se desvanece y pasa dejando a su dorado tránsito por el alma punzantes remordimientos. Es un viento que envuelve al corazón, hinchándolo momentáneamente, dejándolo después triste y empolvado.

Es la Vanidad la locura universal del corazón humano: es la humareda espesa con que Satanás ofusca al entendimiento, levantándolo para dejarlo caer después de las alturas. Es la polvareda que en las almas ligeras levanta Satanás, llenándolas de tierra y de basura.

Las riquezas dan a la Vanidad un impulso extraordinario, y los honores y los altos puestos en el mundo y aún en las religiones, la hacen agigantarse.

En la vida espiritual, además de ser un dique, es una plaga que desvirtúa los actos más santos contaminándolos con su contacto. Una alma vanidosa lleva consigo a otros vicios inseparables de la Vanidad, como son la Soberbia, el Orgullo, la Presunción, Pedantería, Fatuidad, (hermana de ella misma), la Pretensión y el Amor propio. ¡Desgraciada el alma que se deja coger con tan finas redes!

El remedio contra la Vanidad es muy arduo, implica grand fuerza de voluntad acompañada del propio desprecio.

Está en el quebrantamiento constante de todo interno levantamiento, con actos de humillación profunda.

Está en el ir siempre en contraposición directa con todas las inclinaciones que a ella conduzcan.

Está en el estudio y en la meditación de tal vicio para llegar a dominarlo y a vencerlo.

Más aún; se necesita recurrir a la fuente de toda gracia, por medio de la Oración, para alcanzar la Victoria contra este vicio que llega a enseñorearse de las obras, palabras y hasta de las pensamientos de la criatura.

La vanidad llega a formar una segunda naturaleza en el hombre a tal grado, que inficionando los actos del alma, llega este emponzoñado vicio hasta ser como natural en todas sus operaciones.

Muy fina es la vanidad y hasta en los más secretos repliegues del alma se introduce.

Se tiene Vanidad en el hablar y en el callar; en el andar y en el sentarse; en la elegancia y en la pobreza; en los movimientos, palabras, escritos y pensamientos; oraciones y devociones; en el comer y en la sobriedad.

En el aire que respira el hombre, se encuentra.

En las Religiones, existe la Vanidad en grandísima escala y hay conventos que son focos del Amor propio y de la Vanidad.

El alma que abrazada de la Cruz se renuncia alcanzará doblegar a la Vanidad, y tendrá suficientes fuerzas para tenerla encadenada a sus pies. ¡Feliz el alma que venza la vanidad! Se elevará a un grado muy alto de perfección.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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