Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

6.6.18

De las virtudes y de los vicios: Tercera familia de virtudes. Recogimiento. El silencio


El Silencio nace de la Humildad, crece con el Sacrificio, y se desarrolla, florece y se conserva con la Presencia de Dios.

El Silencio es una virtud de mucha importancia, que atrae al alma muy grandes bienes, espirituales sobre todo, y evita males de pecados de la lengua.

El Silencio interior es indispensable para ir al sólido fondo de las virtudes.




El Silencio interno espiritual perfecto es una constante quietud del alma que no se ocupa ni piensa sino en Dios, y en hacer el bien sólo porque le ama.

El Silencio es el lenguaje del alma que es toda de Dios, ¿porque de qué sirve que los labios callen, si el corazón está murmurando, revolviendo, opinando, envidiando, y... Muchas cosas más?

¿Contentará a Dios ese Silencio exterior si no lo acompaña el interior?

El exterior es bueno y necesario, sobre todo en la vida religiosa; pero, no es ése, no, el que Dios principalmente exige para comunicarse con el alma.

El silencio interior es el que le gusta al Espíritu Santo y lo necesita para hablar con el alma y para encontrar oídos dispuestos.

Es cierto que el Silencio exterior, bien guardado, y como se debe, prepara o es un escalón para llegar a este Silencio interior, en el cual solamente se perciben los gemidos de la Palomita querida... Sus arrullos..., y las palpitaciones amorosas y dolorosas del Corazón de Jesús...

En este Silencio se escucha la voz de Jesús..., y sus enseñanzas..., y sus amores...

En él descansa la Paz, la Tranquilidad y todas las virtudes, pues es el Silencio el descanso de las virtudes.

Su apoyo es el vacío del alma: su vida, el Conocimiento propio... Su fisonomía y todos sus movimientos vitales están encerrados dentro de la Humildad. Su fin es la santificación propia y ajena.

Este santo Silencio no está ocioso jamás: es un Silencio activo, pues excita constantemente al alma que lo posee a conocerme y conocerse, a amarme y aborrecerse, y en esto emplea a muchas virtudes sus compañeras y cuantos medios están a su alcance, siendo este Silencio, además, muy amigo del Sacrificio y de la Abnegación.

Este Silencio interno raya en Oración.

Yo practiqué este Silencio interno toda mi vida, aún en el tiempo de mi Predicación, porque ésta no impide aquel.

Este Silencio interno fue la virtud favorita de María, con él reposaba en su interior y guardaba dentro de su Corazón, como preciosas perlas, todos los hechos y palabras de mi vida.

El alma feliz que posee este Silencio interno lleva en sí la Santa Libertad de Espíritu, puesto que esta Libertad siempre se encuentra dentro de él.

Es tan grande y tan necesaria esta virtud en la vida espiritual que nadie llega a comprender el valor que tiene.

El Silencio es un remedio eficaz contra la murmuración.

Es también un escalón para alcanzar el Amor divino.

Oro y muy aquilatado es el Silencio. Callar siempre, y hablar tan sólo cuando conviene a la gloria de Dios y al provecho del prójimo, es de santos. La lengua es lo más difícil de dominar para el hombre.

Es tan fácil hablar y hablar mal, deslizándose en la Murmuración, que lo más prudente y acertado, en muchas ocasiones, es callar.
De haber guardado Silencio, jamás o en muy raras ocasiones se arrepiente el hombre, y de haber hablado mucho siempre tiene que arrepentirse.

El Silencio no tan sólo impide la Murmuración en el hombre que suele deslizarse en ella, sino detiene también y corta la de otros.

En el Silencio se estrella toda murmuración, pero se trata del Silencio sincero, total y completo, no sólo de la boca, sino también del corazón.

Existe también un Silencio provocativo (hasta allá llega la satánica malicia), y hay mucha variedad en estas clases de Silencios, pero se entiende que no se refiere sino al Silencio sincero, que busca la virtud y quebranta al vicio.

¡Feliz el alma que sabe callar! Ella se librará de infinitos males.

Muchas virtudes y muy heroicas traen consigo el Silencio de la lengua; y no atarla corto y dejarla desbordarse en las palabras causa al hombre daños incalculables.

El alma que no se refrena en las palabras se atrae infinitos males.

El "pulso del espíritu" es la lengua, y a la medida que esta se ata, toma vuelo el alma, internándose en los secretos divinos.

Cuando los oídos escuchan, y mientras calla, más se afinan los oídos del espíritu para escuchar las inspiraciones divinas. Pone tal estruendo en el corazón la lengua, que con su ruido el alma no puede escuchar la suavísima voz del Espíritu Santo.

El Silencio conduce a la perfección, y en la vida espiritual, es indispensable.

Sin embargo, la regla para que el Silencio sea recto y ordenado, es acompañarlo siempre con la virtud rarísima de la Oportunidad. Hablar cuando convenga y callar lo mismo, es de varones perfectos, y muy experimentados en tan arduas tareas.

Pero, generalmente, salvo raros casos, lo más perfecto, y lo que también más cuesta al hombre, es callar: callar siempre, callar no sólo con la boca, sino también con el corazón. Callar cuando el hombre se ve injuriado, befado, calumniado y vilipendiado, es virtud de santos y muy rara en el mundo actual. Y, cuánto merece este Silencio en semejantes casos.

El Silencio tiene su especial premio.

Con el Silencio se ejercitan muchas virtudes, y la Caridad, en él encuentra innumerables veces su asiento.

Callar los defectos del prójimo es gran virtud, y cuando se tenga obligación de descubrirlos, que entonces sea con sencillez, con caridad y con verdadera pena interna por tener esta obligación.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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