La Susceptibilidad es hija de la soberbia y de la delicadeza. Satanás la introduce en las almas muy finamente para arrojarlas más tarde, por su medio, a otros vicios.
La Susceptibilidad es la reina del amor propio, y la imaginación tiene la misión de alimentarla, desarrollarla y darle mil formas en su crecimiento.
En las almas sensuales reina este odioso vicio y hace estragos en ellas.
Toda alma soberbia es susceptible: no se le puede tocar el pelo de la ropa, diré, sin que se estremezca y ponga el grito en el cielo; por más delicadamente que se lleguen a tocar las fibras de esta alma, resuenan luego en estrepitoso estruendo azorando a cuantos la rodean. Son almas que tienen eco, pero eco de amor propio y sensibilísimo, que repercute a mucha distancia y por mucho tiempo.
El orgullo más refinado es el asiento de la Susceptibilidad: y ésta consiste en un dolor interior que lastima al alma con sólo imaginarse olvidada y despreciada. Las preferencias son la causa principal de la Susceptibilidad, y cuando la imaginación, haciendo su oficio, la hiere con el puñal agudo del amor propio y del desprecio u olvido ajeno, el alma desgraciada que la lleva consigo, salta como energúmeno, dejándose arrebatar, interior y aún exteriormente, por las avasalladoras pasiones de la cólera, ira, venganza, odio y rencor.
De todas estas fieras, indómitas en multitud de ocasiones, se derivan miles y miles de pecados con los que diariamente se ofende a mi Corazón, todo humildad y mansedumbre.
La susceptibilidad es una chispa eléctrica que enciende el corazón instantáneamente con el fuego de mil pasiones culpables a cual más dominante.
Cuántos pecados se cometen por este maldito vicio de la susceptibilidad, cuando menos en el fuero interno del corazón. Es un vicio o pasión ésta, que irrita al alma, la escuece haciéndola gritar, diré, murmurar, revolverse, y también despedazar al prójimo, (de quien, aún sin pensarlo aquel, tal vez se sintió herida), de una manera vergonzosa y ruin.
No pueden vivir tranquilas las amas susceptibles; a cada paso se sienten mortalmente heridas, y llevan una existencia llena de negros nubarrones y dolorosas penas. Es tan fino el amor propio con que se miran, que el menor polvo del más insignificante desprecio les duele: en las miradas, en las palabras, en las sonrisas y aún en el mismo silencio, encuentran materia para sentirse sangradas. Son cristales falsos que se lastiman hasta con el reflejo de la misma luz. Parecen de azúcar, pues se derriten y deshacen al menor contacto de una gota de agua. Son en fin, la viva soberbia personificada, aquilatada, que hace a las almas intratables y a los corazones desgraciados y podridos.
¡Verdaderamente triste e infeliz es la vida del alma susceptible! La molicie, comodidad, pereza y sensualidad, agigantan la susceptibilidad y sensualidad, en las almas que llevan consigo una secreta adoración interna de sí mismas, con la cual tienen bastante para no ocuparse ni pensar más que en sí propias.
Muy lejos estoy Yo de estas almas incensadas constantemente por sí mismas: y es tan fino el vicio de la Susceptibilidad que consigo llevan infiltrado, que tenga de desenvoltura hasta hacerlas susceptibles conmigo mismo. No puedo enviarles la menor cruz sin que murmuren, se quejen y aún lleguen infamemente a blasfemar de Mí, ofendiéndome.
Muchos pecados contra la fe fermentan estas almas que se consideran acreedoras a que Yo mismo me abaje a contemplarlas. ¡Miserable Satanás, hasta dónde llega tu maldita soberbia y astucia!
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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