Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

31.5.18

De las virtudes y de los vicios: Vana Complacencia


La Soberbia produce la Vana complacencia en todas sus formas.

La Vana complacencia espiritual, especialmente, es un defecto muy fino, el cual llega a posesionarse a tal grado del alma, que concluye por ser vicio.

La Vana complacencia consiste en un contentamiento secreto con que el alma se recrea en sus propias virtudes, alterándolas y dañándolas.




Es la Vana complacencia un veneno que infecciona hasta los actos más santos, apagando y eclipsando su brillo. Es una rémora para las gracias del Espíritu Santo.

Es una culpable detención del alma contemplándose a sí misma e incensándose. Es una recreación interna en la cual Satanás se complace y los ángeles se entristecen.

Muy fina es la Vana complacencia y en todas las almas existen en más o menos escala. Sólo una criatura estuvo exenta de ella, María, aquella blancura que jamás se empañó ni con la sombra de ningún vicio ni defecto.

La Vana complacencia es un enemigo a quien no se teme, y sin embargo, sólo Yo puedo medir los estragos que hace en la vida espiritual.

¡Cuántas almas, aun en las religiones, pasan la vida contemplándose a sí mismas y admirando sus cualidades y virtudes internamente!

En esas oraciones llenas de paz, suavidad y dulzura, generalmente existe mucho de vana complacencia, y quien lo examine, se convencerá de ello.

Indudablemente en esas almas que jamás tienen luchas y gozan de una tranquilidad sospechosa, (porque la vida espiritual es vida de una continuada guerra), existe una atmósfera embalsamada de Vana complacencia, dentro de la cual respira feliz el alma tan finamente engañada.

¡A cuántas virtudes desfigura y hace irreconocibles la Vana complacencia; y cómo transmuta, y con qué refinada malicia, el oro en cobre vil!

El alma soberbia que en todo se busca a sí misma y no se renuncia y aborrece, caerá en tan grande mal.

Más allá todavía pasa la vana complacencia, llega más adelante, buscando de cuantas maneras puede, aunque solapada e hipócritamente, las alabanzas, en las cuales se goza y se encuentra feliz. En su soledad el alma las mastica y saborea muy detenidamente, hinchándose con su recuerdo, y recreando también no sólo su paladar, diré, sino su oído con tan agradable melodía...

Sobre todo en el trato espiritual de confesores, directores y superiores con sus súbditos, son muy frecuentes y muy dañosos los efectos de la complacencia propia que dejo dichos.

Estas almas, acostumbradas a vivir en el éter de sus cualidades y relevantes prendas, no pueden soportar la menor humillación de parte de los hombres, y mucho menos ocultamente buscársela para sí mismas. Les repugna todo lo que les quita mérito ante el mundo y ante sí mismas. El día en que se ven desenmascaradas por favor de Dios, sufren terriblemente porque respiran en una atmósfera muy distinta.

¡Cuántos engaños de Satanás se infiltran por esta puerta de la vana complacencia! Ella hace a las almas débiles y flacas quitándoles el vigor y el día que les falta el incienso ajeno, se entristecen y llenan de pena; están acostumbradas a nadar en el mar del amor propio satisfecho, y cuando esto no está a su alcance, se consideran desgraciadas.

Estas almas creen vivir de mi espíritu, y viven de sí mismas; creen que el Espíritu Santo se les comunica, y es Satanás envuelto en la finísima capa de la soberbia, al que llevan consigo. Muy lejos se encuentra el Espíritu Santo de los corazones amadores de sí mismos y llenos de su propia adoración, pues El no desciende más que al vacío total de las almas puras o purificadas.

¡Y existe tanto de esto en la vida espiritual y en tantos y tantos que se llaman míos! ¡Qué falsos, sin embargo, son los amores de estas almas para conmigo! Todo aquel que no se renuncie a sí mismo, no puede, no, seguir mis huellas. El alma que más se aborrezca a sí misma, será la que más me ame a Mí.

Muy difícil es que las almas acostumbradas a vivir entre la atmósfera de la complacencia propia y vana lleguen a comprender su error. La dureza de juicio las envuelve y truecan las hermosas virtudes de la dulzura, condescendencia, generosidad, benignidad y suavidad, aplicándolas para sí mismas.

El remedio para la vana complacencia se encuentra en el renunciamiento y aborrecimiento propio sostenidos por la gracia, con la firmeza, energía y fortaleza divina.

Dichosa el alma que se venza a sí misma dejándose hacer sin volverse a tomar, despreciándose y aborreciéndose. Dichosa mil veces la que negándose del todo, tome su cruz y no viva más que de Mí, siguiendo mis huellas ensangrentadas. Ella recibirá un gran premio y será, aún en la tierra, muy amada de mi Corazón.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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