Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

25.5.18

De las virtudes y de los vicios: Orgullo


El Orgullo es el padre del Escándalo y la Soberbia es la madre del Orgullo.

Este vicio o pasión del Orgullo lleva consigo infinitos males, y miles de pecados se derivan de él.

Es el Orgullo el aliento de Satanás y su propia substancia: todo su espíritu, es decir, todo él se compone de esta substancia de Orgullo.

Es el Orgullo un levantamiento constante del corazón que busca las alturas, pavoneándose en ellas, y viendo a los demás, desde ese pedestal, bajos, indignos y despreciables.

El Orgullo es un denso humo que levanta y envuelve la imaginación entre vanos y ficticios nubarrones que en las alturas se disuelven.




Es el Orgullo una pasión que ofusca la razón del hombre, inchándola de soberbia vana.

Es el Orgullo el vicio horrible que aleja del pobre, del desvalido y del débil, y va directamente atacando a la caridad.

Desprecio al Orgullo y al orgulloso, porque el corazón que lo lleva consigo, lleva consigo a Satanás.

El corazón del orgulloso no está limpio, y casi siempre el Orgullo se acompaña de la Impureza.

El foco del Orgullo es Satanás y de este centro abominable parte, inundando millones de corazones...

El orgulloso es altivo, vano, ruin e iracundo, avaro, envidioso, fatuo y muchas veces hipócrita; la Sensualidad lo arrastra, la Humildad le da en rostro; la Mortificación le repugna, el contacto con el pobre lo quema; es doble, falso, egoísta, murmurador, colérico, vengativo, rencoroso y hasta pérfido.

Todos los vicios y pasiones repercuten, con más o menos eco, en el corazón del orgulloso: La Frialdad lo hiela; la Molicie lo arrastra, la Comodidad y la más refinada Delicadeza hacen de él su presa. El Cansancio espiritual, el Fastidio por las cosas divinas y el Desaliento lo embargan.

La Sordera espiritual en él mora, porque el repercutir de las pasiones no lo deja escuchar la suavísima voz de mi Santo Espíritu.

El corazón del orgulloso vive siempre agitado y en una continua angustia por no verse ensalzado de los demás, a lo menos hasta el punto que él tiene la convicción de merecer.

El corazón del orgulloso no tiene Paz, ni Tranquilidad, ni Reposo: con el constante anhelo de verse encumbrado e incensado se hace desgraciado.

Es el corazón del orgulloso, delicado y susceptible, y con cualquier viento se enfurece y desespera: siempre está dispuesto a incendiarse, con la menor chispa, de los Celos y de la Envidia que consigo mismo lleva; y las tempestades que estas pasiones levantan en su interior son furiosas, desencadenadas y temibles, capaces de su desenfrenada furia, hasta de privar al hombre de sus sentidos, y, a veces hasta de la razón.

Muy desgraciada es el alma que a tan poderoso monstruo lleva consigo, y si no lo degüella y mata, continuará haciéndola infeliz por toda la eternidad, en el antro espantoso de un infierno creado expresamente para castigo del Orgullo.

Es el Orgullo el adversario de la Humildad: es la Soberbia disfrazada con colores más vivos, pues el orgulloso vive y respira a la Soberbia misma. Muy lejos del orgulloso se encuentra la hermosa virtud de la Paciencia: en las contrariedades, desencantos y decepciones de la vida llega a su colmo la desesperación; porque como vive de vanas imaginaciones y ficticios castillos de humo, al tocar las realidades, cae de alturas muy grandes, haciéndose terribles daños.

Y es tan corrosiva esta pasión maldita del Orgullo, que no sólo invade el trato exterior del hombre, sino que pasa aún a su trato interior conmigo, por poco y mermado que éste sea. Se impregna de tal manera en el modo de ser, y aún en el mismo ser del hombre, que todo él respira Orgullo y Soberbia. Cuando envío alguna pena o dolor, para su bien, él también contra Mí se enfurece, más o menos abiertamente, y de aquí proceden las miles y miles de blasfemias horribles que mis oídos santísimos escuchan. ¡Cuánto y cuánto ofende a Dios el corazón del orgulloso!

Es un encadenamiento de pecados el que lleva consigo el Orgullo, que casi nunca llega a contarse sus eslabones. Es una cadena de hierro que Satanás pone al cuello del orgulloso, la cual lo arrastra a la perdición eterna. ¡Cuántas cadenas de esta clase existen en el mundo material y aun espiritual, porque el Orgullo, es fruto de todos los climas y mueble de todas las estancias! En los palacios y en las chozas, en los salones y en los claustros, en el orden exterior y en el interno fondo del alma, se encuentra esta serpiente infernal llena de emponzoñado veneno.

En la vida espiritual hace también su nido; en la vida ordinaria y común, y aún en la extraordinaria, se introduce este maldito vicio, aborrecido especialmente de Dios por los males infinitos que causa en las almas. ¡Oh vicio abominable del Orgullo, porque hizo caer al Ángel de su trono, y por el cual el mundo está inundado de males y de pecados! ¡Vicio aborrecido de Dios como Satanás, su Autor miserable, que desesperado se revuelca delirante y lleno de furor en su propia obra!

¡La Cruz lo aplastará porque ella es el aguijón del Orgullo y la pesadilla de Satanás!

El remedio del Orgulloso está en la Cruz, porque de la Cruz brota la Humildad, y esta bendita virtud es el contraveneno del Orgulloso. El alma que desee curarse de este gangrenoso mal, que recurra al desprecio, al renunciamiento total de su voluntad en brazos de la Obediencia: que se abrace de las humillaciones más profundas y repugnantes; del Trabajo, del Vencimiento, de la Sujeción y Paciencia, con Energía, Firmeza, Constancia y Generosidad. Que se clave en la Cruz; y en esta voluntaria y constante crucifixión encontrará todas estas hermosas virtudes, y aun la Fortaleza para ponerlas en práctica.

Dentro de la Cruz se encuentran todas estas riquezas preciosas con que se derrocan los vicios, y se compra el cielo.

La enemiga mortal de Satanás es la Cruz. A nadie odia, excepto a María, tanto como a la Cruz, porque sabe muy bien que en ella están vinculadas todas las riquezas espirituales. No ignora que ella es la puerta por donde se entra al cielo.

La Cruz es la puerta del Paraíso.

Cristo Crucificado es la llave divina de esa puerta ensangrentada... Concluyó su vida clavado en ella, para que las almas, con tan divina llave, abrieran la puerta de la Jerusalén celestial. Con sus méritos infinitos, las almas, teñidas con su Sangre y cooperando con las virtudes que se encuentran en esa Cruz, entrarán triunfantes en el cielo.

En la Cruz se estrella todo Orgullo: en el fruto bendito de ese árbol santo, que es Cristo, se deshace, desbarata, y disuelve toda soberbia del corazón. Ante el Cordero sin mancha crucificado, caerán los más orgullosos corazones, embotándose en la Cruz los emponzoñados levantamientos del alma soberbia. En la sombra de la Cruz se desvanecen todos esos humos fantásticos de vanidad mundana y encumbradas aspiraciones del Orgullo: ahí se quebranta la Soberbia, se calienta el corazón frío o tibio; se calma todo ruido mundano; se depone todo Odio, Rencor y Venganza y se encuentra la Paz, la Tranquilidad, la Serenidad y el Reposo; y con su divino contacto, comenzará el corazón a gustar el suavísimo sabor de la Humildad profundísima, de la Pureza inmaculada, curando totalmente todos los males.

En la Cruz está el remedio del Orgullo.

En la Cruz se estrella toda mala pasión, rompiéndose en mil pedazos; en la Cruz nace, crece y se desarrolla la vida del espíritu, vida purísima ya crucificada, que hará feliz al hombre en el tiempo y en la eternidad.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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