Domingo, 26 de agosto de 1900
Por la mañana me ha dejado [el Ángel de la Guarda] una vez que he salido de la habitación. He comulgado sin saber nada de Jesús.
Durante la mañana sentía tan grandes deseos de llorar, que tenía que esconderme de la vista de los demás, para que no se dieran cuenta de nada, me remordía la conciencia y no sabía a qué acudir. ¡Dios mío, lo que voy a escribir! Pero no estará de más, pues si este escrito cae en manos de alguien, verá que yo no soy más que una desobediente y una malvada.
Ayer (Ayer, domingo, 26 de Agosto), mientras comía, levanté los ojos y vi al Ángel de mi Guarda que me miraba con un rostro tan severo que hacía temblar, no me habló. Más tarde, al irme unos momentos a la cama, ¡oh, Dios!, me dijo que le mirase a la cara, le miré, y bajé en seguida la vista, pero él insistió y me dijo:
- ¿No te da vergüenza cometer faltas en mi presencia? ¡Después que las has cometido es cuando sientes la vergüenza! - Volvió a insistir en que le mirase, por espacio de más de media hora me hizo estar en su presencia, mirándole continuamente a la cara, me echaba unos ojos tan severos...
No hice más que llorar. Me encomendaba a Dios y a nuestra Mamá, para que me quitasen de allí, porque yo no podía resistirlo por más tiempo. De cuando en cuando me repetía:
- Me avergüenzo de ti.
Rogaba también que nadie le viera en ese estado, pues de verlo nadie se acercaría a mí, no sé si otros le habrán visto.
Pasé un día malísimo, y siempre, al levantar la vista, me miraba con mirada severa, no pude recogerme ni un solo instante. Por la tarde hice mis oraciones, y siempre estuvo mirándome del mismo modo, me dejó ir a la cama y me bendijo, pero no me abandonó, ha estado conmigo varias horas, pero sin hablar y siempre severo.
Yo no me atreví a dirigirle ni una sola vez la palabra, sólo decía:
- ¡Dios mío, si vieran los demás a mi Ángel tan enfadado!
De ninguna manera podía ayer noche coger el sueño, he estado despierta hasta pasadas las dos, lo sé porque he oído sonar el reloj. Estaba quieta en la cama, con la mente puesta en Dios, pero sin rezar. Por fin, pasadas las tres, he visto que el Ángel se me acercaba, me ponía la mano en la frente, y me decía estas palabras:
- ¡Duerme, mala!-. No le volví a ver ya.
Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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