La Ira es hija de Satanás, y lleva en su ser la soberbia más refinada. Es la Ira una pasión ciega que en sus desenfrenadas manifestaciones ofusca la razón y la turba.
Este horrible vicio de la Ira siempre es vehemente y aturdido: muy lejos de él, ciertamente, se encuentra la paz del Espíritu Santo y el Reposo, la Serenidad, Prudencia, Justicia, Dominio propio, Humildad y otra multitud de virtudes.
En el alma iracunda, habita Satanás, y la Ira, repito, procede directamente del foco de la soberbia y del orgullo que es él; y ese vicio entraña el ardor vivo y emponzoñado de la venganza. La ira es una pasión de fuego que incendia el corazón, alborotando las potencias del alma y envenenando sus actos.
Es la ira el fruto de la sensualidad y del deleite; y toda alma que vive a sus anchas, la lleva consigo. La Penitencia y la Mortificación, es decir, el propio quebrantamiento, la domina y aun llega a extinguir en el alma esta pasión maldita, que trae tantos y tan grandes males a la pobre criatura.
No se imaginan los pecados terribles y los crímenes espantosos que se registran causados por la dominante pasión de la Ira. Un alma poseída de tan tremenda pasión es capaz de perpetuar las más horribles acciones, cegada por la venda espesísima del furor que trae este vicio consigo.
La Ira altera los sentidos del hombre y lo iguala con los brutos que carecen de razón. Nada es capaz de detener en su furia el corazón iracundo cuando se desborda: es entonces un torrente impetuoso que arrolla cuanto encuentra a su paso, y no se detiene hasta consumar su venganza.
La Ira es una pasión que destruye el Orden y pone al alma en el más completo y lamentable desnivel en sus operaciones todas. El alma iracunda que no llega a dominarse totalmente, no entrará por los caminos del espíritu que son de paz, de quietud y de tranquilidad.
La ira existe en todos los rangos y condiciones sociales: en todos los estados y ocupaciones, pero es un fruto, repito, que crece y se desarrolla en los corazones incultos que jamás se ocupan de arrancar sus abrojos, de dominarse a sí mismos y de adquirir las virtudes.
Se encuentra también aún en los santos, cuando por su temperamento colérico están inclinados a la Ira; pero ellos, sin embargo, emplean para su bien ese modo de ser y luchan y se vencen a sí mismos, y alcanzan grandes conquistas, con cuyos merecimientos labran su eterna corona en el cielo.
La Ira, pues, es propiamente una pasión que el corazón culpable transforma en vicio, dejándola crecer, desarrollar y desbordarse.
El alma espiritual le pone dique y domina el vicio, pero el alma que vive de la sensualidad, da rienda suelta a la Ira y ese vicio, sin freno entonces, domina al espíritu, lo avasalla, lo pone a sus pies y lo pisa.
¡Oh desorden inaudito, una alma dominada por las pasiones, teniendo los medios suficientes con la gracia para quebrantarlas y pisotearlas, y no haciéndolo!
¡Cuánto de esto hay en el mundo! La mayor parte de las almas viven a sus anchas y esclavas de los vicios de quienes debieran ser señoras.
Y, ¿de dónde tanto mal? De la sensualidad, de la falta de crucifixión, del abandono total de la Cruz.
La Ira siempre busca a quien herir, y si no puede por obra, la palabra, con la Murmuración, le ayuda grandemente, pues la Murmuración es el brazo derecho de la Ira.
La Ira común y la ordinaria en los mundanos, ya se deja ver, y la he explicado bastante.
La Ira espiritual también existe, y consiste en un secreto reproche del alma hacia Mí mismo; en un interno fingimiento de Paciencia, pero amasado con la pasión de la Ira, queriendo no lo que Yo determino y les duele, sino la realización de sus propios quereres y voluntades.
Esta Ira va solapada con la capa de la hipocresía más tina, pero Yo la conozco y la defino, y el alma que la lleva consigo, a veces la ve clara, y otras no la conoce, tan secreta está; pero se traduce por un malestar interior de pena y hondo remordimiento que esta pasión le proporciona.
La Ira espiritual perfecta consiste en una muy interior especie de pesadumbre que excita al alma, irritándola muy finamente, contra la divina voluntad. La soberbia más delicada y envuelta está aquí, haciendo al alma pensar que es acreedora a lo que no le doy, y con esto, siente revolverse contra Mí, retando hasta cierto punto a mi Justicia, pero todo esto con mil capas de fingida resignación astutamente puesta en el espíritu por el mismo Satanás.
Aquella alma que lleva consigo a la Ira espiritual perfecta, siente un escozor interno y muy escondido contra Dios, en el sentido que dejo dicho; pero Satanás aún en eso mismo, que en sí es malo y debe rechazarse con actos de purísima resignación y santo abandono, aún en eso mismo digo, pone visos de grande virtud, presentando lo que es esa Ira espiritual como laudable hambre y sed de crecida perfección.
Aquí tienen el mal espíritu descubierto, metiendo la Ira espiritual perfecta en las almas buenas, turbándolas muy internamente y manchándolas con la asquerosa baba de su ponzoña infernal.
Generalmente usa el demonio de la Ira espiritual perfecta, en las Oraciones de sequedad, de aridez y de rechazamiento, y aún la esgrime en el campo de las desolaciones y de los desamparos.
Los remedios contra la Ira común y ordinaria, vicio que aborrezco cuanto soy capaz de aborrecer y de odiar por ir en contraposición total con la Mansedumbre y la Dulzura de mi Corazón, están en ejercitar el dominio propio con todo su séquito de virtudes morales. Está también en la Paciencia y en la Humildad, que principalmente deben ser las grandes palancas que lo ayuden a derrocar.
Las virtudes guerreras de la Firmeza, Energía, y Constancia tienen también aquí un vasto campo en donde ponerse en juego.
La Ira espiritual se cura con el propio desprecio, basado en una muy profunda humildad sólida y verdadera, reconociendo como grande el más pequeño don o gracia recibida, y considerándose el alma de todo punto indigna de mayores favores.
La Ira espiritual perfecta encontrará su remedio en el abandono total y completo a la voluntad divina, muriendo el alma a sí misma, a sus gustos y quereres, sacrificándose enteramente a mí con todos sus sentidos y potencias, queriendo solamente lo que Yo quiero darle o no darle, con la santa y perfecta indiferencia de una alma pura y crucificada por puro amor.
Las almas que tal hagan, serán felices y Satanás tendrá mucha dificultad para cogerlas. Con estas armas poderosas se le vence y se le expulsa. Jamás puede él traspasar las trincheras de la Humildad y de la Cruz.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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