El Amor propio es digno hijo de la Soberbia y del Orgullo, e íntimo amigo, familiar y constante amador de la Hipocresía.
Lleva en su seno todas las malas cualidades de sus padres, refinadas y escondidas, sin dejar casi punto sano en el corazón del hombre infectado de esa peste.
Espantosos son los males innumerables que este infame vicio cubierto con mil disfraces de brillantes colores hace en el corazón del hombre. Procede de la fuente de todo mal es decir de Satanás mismo, en sí lleva su fisonomía y parecido.
El Amor propio, consiste en una refinada y delicadísima Soberbia, que lleva siempre consigo las capas de la Discreción, de la Prudencia, de la necesidad, del honor ofendido y de otros mil pretextos y suposiciones con que endulzan su veneno.
Entra con igual libertad y descaro en el corazón del santo como en el del perverso. Es una moneda de muchos cuños, que corre y circula por todas partes y direcciones: excepto María, que no tuvo jamás la menor mancha, casi no ha existido hombre en la tierra en donde más o menos no se haya introducido este vicio hipócrita y traidor.
El Amor propio, es una miasma fétida que corrompe las acciones del hombre y aún los actos internos con que se vuelve hacia Mí, y de meritorios e inocentes, los cambia en ofensivos y dignos de reprobación y de castigo.
El Amor propio es el gusano roedor que destruye las obras del hombre y echa abajo a torres de santidad, minando sus cimientos.
Muchos apóstatas, muchas almas grandes que habían subido a la empinada cuesta de la perfección, cayeron después en el más profundo abismo de los vicios por el Amor propio, que fue principio de tan lamentables daños.
Esta maldita Soberbia disfrazada ha ido poco a poco destruyendo el edificio, hasta echarlo por tierra y convertirlo en ruinas y leña seca para el infierno.
El Amor propio es un mal que a la vista parece pequeño, y sin embargo, es un monstruo que devora a millares y miles de corazones.
Es el Amor propio un ladrón que roba al alma sus merecimientos, desvirtuando sus actos y valores; es el veneno que emponzoña los frutos del espíritu; es el que desdora a las virtudes más encumbradas; es la plaga que inunda los campos de la vida espiritual, destruyendo cuanto toca, o cuando menos, manchándolo, para causarle daño; es el vicio que echa abajo las comunidades; es el fin, el enemigo y adversario de la humildad, del Sacrificio, de la Abnegación y del Dolor.
El amor propio detesta a la Pobreza, Mortificación y Penitencia, y huye de toda pena, Sufrimiento y Cruz.
El amor propio huye de la Cruz, es decir, del Crucificado, y con esto de todo bien; porque el alma que se aleja de la Cruz y la rechaza, se aleja de Jesús y lo rechaza.
El amor propio busca, instintivamente, satisfacer su sed en todas las formas y maneras posibles; no le importan medios con tal de cumplir su constante anhelo.
El Amor propio es insaciable en sus aspiraciones, y mientras más el alma con él condesciende, más desenfrenadamente se le impone, llegando esta fiera a dominarla por completo, estableciendo en ella su reinado.
La Comodidad, la Molicie, la Pereza y la Delicadeza, son frutos de este árbol podrido del Amor propio.
La Sensualidad es su asiento, y en ella crece, se desarrolla y se impone, concluyendo por reinar abiertamente con la crecida Soberbia que lleva consigo.
El Amor propio hace estragos incalculables en el hombre: desgraciada del alma que se deja coger por este monstruo disfrazado, en las cosas pequeñas, porque él se sobrepondrá con sus rugidos, más tarde; y sin una gracia muy especial y grande, será impotente para dominarlo y destruirlo.
El Amor propio es un mar tempestuoso y desencadenado en el mundo, y en la vida espiritual es un mar en calma, pero siempre mar..., y aún cuando en su superficie aparezca la tranquilidad, ésta es fingida y aparente, porque en su fondo, rugen y se estrellan las olas de mil encontradas pasiones hipócritamente ocultas.
Su codiciado campo es el de la vida espiritual y ahí recoge sus mejores frutos y más delicadas cosechas.
Las almas que se buscan a sí mismas lo llevan consigo, lo mismo que las que no se renuncien totalmente.
Las que hipócritamente se llaman indignas, viles y miserables; las que se detienen interiormente a contemplar sus triunfos y conquistas; las ve con mirada tierna y cariñosa se miran con cierta dulce satisfacción; las que allá en lo muy recóndito de sus corazones se han formado un trono en el cual suben de cuando en cuando a contemplarse, y a complacerse en sí mismas, aunque esto ocultísimamente: todas estas llevan muy hondo una falange de falsas perfecciones y santidades que Satanás ha metido dentro de ellas con el más refinado Amor propio.
Toda alma que de verdad no muere a sí misma, sin volverse a tomar, ni siquiera a buscarse; que no se entierre y se corrompa a sus mismos ojos, que al encontrarse en su camino se desprecie y huya hasta de su sombra, lleva al Amor propio consigo.
El alma que no se determine con Firmeza, Energía y Constancia, a luchar y a morir antes que dejarse vencer, tomando estas tres armas poderosas, que hieren y sangran al empuñarlas, se quedará envuelta en su Amor propio y nunca podrá subir a la cumbre altísima de la perfección.
El profundo Desprecio propio y la crucifixión constante, dominando en su nacimiento a todo levantamiento del alma por pequeño que éste sea, aplastando siempre su Soberbia y Orgullo, degollando inmediatamente que aparezca cualquier acto de propia complacencia, adelantándose aún a prevenir el menor viento del corazón por medio del propio conocimiento y continua guardia, todo esto derroca y destruye el Amor propio; y si aparece de vez en cuando en el alma así de esta manera crucificada, es tan débil, que lejos de hacerle daño, le sirve para humillarse más y más, y vivir en continua vela para no ser sorprendida y derrotada.
Estos son los remedios del Amor propio, pero remedios que duelen e implican un decidido combate en almas valientes, generosas y activas.
Las almas flojas y perezosas se quedarán sumergidas en el amor propio, y continuarán su vida de interminables caídas en el mar profundo de la Soberbia.
Es de tal importancia acabar con el Amor propio, que en destruyéndolo o debilitándolo, se triunfa de muchos y multiplicados vicios:
todos ellos lo llevan consigo, en más o menos grados, pero no existe uno solo, en donde este conjunto odiosísimo de Soberbia, Orgullo y Amor propio no se encuentre. Terno aborrecible que inunda al mundo, inficionando a las almas con sus emponzoñado aliento.
La Cruz destruye el Amor propio y lo aplasta. El Amor activo. incendiado por el Dolor le hace la guerra, purificando a las almas y derrocándolo de su trono.
El Dolor da a Cristo la gloria que Satanás le quita: destruye el reinado del Amor propio; porque el Dolor hace que el alma le busque y le ame; y el alma que le ama de veras, se aborrece, y en este feliz aborrecimiento y odio santo de sí mismo está la muerte del Amor propio.
En la Cruz está su completa derrota. Feliz el alma que de ella se abrace, y que clavada en ella, muera a sí misma para resucitar en Mí y vivir tan sólo la vida divina de la gracia. Esta alma dichosa que tal haga, comenzará en la tierra una vida de amor purísimo y santo que continuará después en la eternidad.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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